martes, 9 de septiembre de 2014

David Foster Wallace. La vida antes de suicidarse


El 12 de septiembre de 2008, uno de los autores estadounidenses de mayor impacto, proyección e influencia de los últimos tiempos para varias generaciones, tanto en su país como en el resto del mundo occidental, David Foster Wallace, se ahorcaba en el patio de su casa en Claremont (California). Tenía cuarenta y seis años y estaba casado con la artista Karen Green desde hacía cuatro. Una vida sufriendo continuas depresiones tenían la culpa, presumiblemente, de ese trágico fin de un talento incuestionable, admirado por colegas y críticos de forma unánime, que había deslumbrado con su novela “La broma infinita”, en 1996: más de mil páginas que ya son una obra de culto que ha inspirado, por ejemplo, la extravagante iniciativa de un profesor de una universidad de Ohio y su hijo –Kevin Griffith y Sebastian, éste de tan solo once años–, quienes desde esta primavera han ido recreando diversas escenas de la novela con piezas de Lego.

“La broma infinita” no era precisamente de fácil lectura. A su gran extensión se le añadían centenares de notas a pie de página y un contenido que pretendía acoger infinidad de temas de la modernidad norteamericana, en torno a la sociedad de consumo, las adicciones o la ansiedad por sentirnos entretenidos, mediante una amalgama de recursos narrativos que aún hoy asombra. Ilan Stavans, autor junto a Juan Villoro del reciente libro de conversaciones “El ojo en la nuca” (Anagrama) y profesor de cultura hispanoamericana en el Amherst College, en Massachusetts, donde Wallace se licenció en inglés y filosofía –también le interesó la lógica y las matemáticas–, tiene una opinión muy formada sobre el escritor, natural de Ithaca (Nueva York), y que se podría extender a muchos intelectuales americanos: «Era de un talento verbal asombroso. Las palabras parecían fluir de él con una fuerza bestial. Amaestró a esa bestia en su novela “Infinite Jest”. A mi gusto la mejor novela norteamericana de la última década del siglo XX, desenfrenada, apocalíptica».

Esta monumental creación revalorizó su debut narrativo, “La escoba del sistema”, que publicó la editorial Pálido Fuego en español el año pasado, e impulsó todo aquello que escribió a partir de aquel momento de forma extraordinaria, tanto reportajes en la prensa más prestigiosa como libros de cuentos, caso de«La niña del pelo raro» y «Entrevistas breves con hombres repulsivos», y ensayos, como «Algo supuestamente divertido qe nunca volveré a hacer» y «Hablemos de langostas». Títulos muy llamativos, al igual que el libro que Penguin Random House publicará en breve, “Esto es agua”, discurso pronunciado en el año 2005 en el Kenyon College de Ohio, para los alumnos que se graduaban de Artes Liberales. En él, las dotes comunicativas de Wallace se hacen palpables al reflexionar con cercanía, lucidez y buen humor sobre la vida cotidiana, sobre cómo cabe aprender a pensar, sobre lo difícil que es entender lo obvio (los peces que nadan no saben qué es el agua; con esta broma empieza su texto), sobre nuestro ego y la realidad que nos circunda.

Su enfoque no puede ser más desenfadado, muy hábil para captar la atención del auditorio despertándole una sonrisa. Un par de anécdotas de diálogos banales le sirven para mostrar la relatividad de los juicios y expectativas, para luego seguir colocando ejemplos de cómo la rutina más exasperante ─volver cansados del trabajo, ir en coche al súper, esperar en una cola o en un atasco─ puede convertirse en una excusa para una nueva forma de meditar y entrenar la mirada y la paciencia, para reconsiderar la realidad que nos impone la vida moderna y presurosa. La idea central del discurso, preciosa, es que es la libertad la que “otorga una educación real, aprender a ser equilibrado”. Y añade: “Vosotros decidís conscientemente lo que tiene significado y lo que no. Vosotros decidís qué adorar”. Wallace eligió quitarse la vida hace ya seis años, tras diferentes tratamientos farmacológicos contra la depresión. Stavans recuerda con emoción un programa de radio compartido, y su evocación lo dice: “Reflexionó sobre los cambios recientes en el inglés norteamericano estándar y yo sobre la evolución del spanglish. Nunca olvidaré ese breve diálogo: me dio la impresión de estar en compañía de un gigante”. 

Publicado en La Razón, 8-IX-2014