En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser
la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros
ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y
brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones,
deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente
«entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de José
Javier Esparza.
Si tuviera que vivir en un solo lugar,
sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Una
cabaña, en una montaña, dentro de un bosque, en la cordillera cantábrica.
Alternativamente, una casita de pescador junto al mar, en alguna playa mediterránea…
de las de antes de 1960.
¿Prefiere los animales a la gente?
La
gente, por naturaleza, decepciona. Los animales, no. Pero es precisamente eso
lo que hace interesante a la gente. Me quedo con la gente. Por otro lado…
¡tantas veces nos comportamos como animales…!
¿Es usted cruel?
Conmigo
mismo, a menudo.
¿Tiene muchos amigos?
Amigos
con A mayúscula, muy pocos: cuatro, cinco… Relaciones amistosas sostenidas en
el tiempo, muchas, sí. Relaciones hostiles, también, lamentablemente.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
No
las busco. Vienen solas con ellos. Sentido de la camaradería, inteligencia
despiadada, un sentido poco convencional de la realidad, una visión estética de
la vida, espiritualidad equilibrada, rusticidad, amor por la vida al aire libre…
A lo mejor por eso son tan pocos.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
He
leído demasiado a Schopenhauer, con perdón, como para esperar demasiado de
nadie, ni siquiera de mis amigos. No, no suelen.
¿Es usted una persona sincera?
Sí.
Incluso ahora.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
El
campo. El monte.
¿Qué le da más miedo?
Perder
mi ojo sano.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo
que le escandalice?
A
ciertas edades dejas de escandalizarte. Pero sigue habiendo muchas cosas que me
entristecen hasta la ira: la ignorancia jactanciosa, la cobardía, la falta de
sentido del honor, el silencio ante la injusticia…
Si no hubiera decidido ser escritor,
llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Lo
que estuve a punto de hacer en mi juventud: ser militar.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Corro
por el monte. Mucho. Todo lo que puedo.
¿Sabe cocinar?
Yo
sostengo que sí. Los comensales no siempre están de acuerdo.
Si el Reader’s
Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje
inolvidable», ¿a quién elegiría?
Para
mí, el escritor alemán Ernst Jünger: es la persona que más me ha marcado
personal e intelectualmente.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra
más llena de esperanza?
Dios.
¿Y la más peligrosa?
Globalización,
cosmópolis… La civilización técnica mata el alma.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
¡Eso
no se pregunta, hombre! (Es decir que la respuesta es sí; pero no especificaré
a quién).
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Más
allá de la extrema izquierda y de la extrema derecha, dando la vuelta completa
al hemiciclo y situándome detrás del presidente de la cámara. Pero más bien a
derecha, en fin… Escribí un libro sobre eso: “En busca de la derecha
(perdida)”.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le
gustaría ser?
Colono
castellano en el siglo IX, conquistador en el imperio inca, corsario de
Saint-Malo, plantador de café en Brasil, guerrillero carlista en el Maestrazgo,
mercenario en el Congo, pianista en la corte de Luis de Baviera, qué sé yo.
¡Hay tantas vidas posibles…!
¿Cuáles son sus vicios principales?
El
tabaco y la obstinación.
¿Y sus virtudes?
Una
chica me dijo una vez: “eres un puto encanto”. Igual es eso…
Imagine que se está ahogando. ¿Qué
imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Me
temo que mi esposa y mis hijos: nada fuera de lo común. Y ellos se lo merecen.
T.
M.