jueves, 11 de septiembre de 2014

Una desilusión descomunal

Foto: una canasta en Blanes, junto a una imagen religiosa

Anoche, uno de los últimos sitios en los que hubiera deseado estar es en el vestuario de la Selección Española después de la debacle frente a Francia. Qué se dirían, cómo se mirarían los jugadores que han triunfado tanto en lo que llevamos de siglo después de una actuación que bien hubiera podido formar parte de la peor de sus pesadillas en una cancha. El mayor fracaso de la historia del baloncesto nacional empezó con un 0-8 en contra, realmente extraño, y se prolongó dejándonos angustiados, boquiabiertos, desamparados. El mazazo fue estruendoso, y la desilusión que ha provocado tardará mucho en borrarse. El equipo que sólo recibía parabienes, aplausos, palabras de admiración, perdió de la peor manera posible, echando por tierra una configuración de estrellas incomparable, el hecho de jugar en casa, tener a la mayoría de contrincantes con plantillas carentes del suficiente talento para plantar cara a los nuestros. Excepto Estados Unidos, que ya no nos esperará en la final, a la que sin la menor duda llegará el domingo. Será duro no ver a España allí, que ni siquiera juegue por las medallas, que protagonizaran anoche un espectáculo deprimente hasta la saciedad. 

Del 2 de 22 en triples, de perder el rebote defensivo absurdamente, de no defender con la suficiente intensidad, no es culpable Juan Antonio Orenga, pero sí de no estudiar cómo atacar a los franceses, muy limitados de recursos pero optimizando cada uno de ellos de forma sobresaliente, ejemplar, pero sí de no conseguir quintetos en pista equilibrados y que no dependieran de la inspiración puntual de Navarro y del ánimo resolutivo de Pau Gasol. Aún no me explico por qué no usó a Felipe Reyes, cuando Ibaka y Marc parecían fantasmas perdidos, aún no me explico para qué llevó a Claver, jugador que me horripila, o al prometedor Abrines, si a lo largo del campeonato no explotó sus posibilidades para irlos preparando pensando en encuentros más comprometidos. Para qué una rotación de nueve jugadores, previsible, encorsetada, dejando a aleros que tan buen rendimiento habían dado estos años con el grupo como San Emeterio y Aguilar. Cómo es posible que un entrenador, supuestamente de máximo nivel, se pusiera nervioso enseguida, se mantuviera cuarenta minutos impotente, con un equipo que supera en minutos jugados en la NBA a los mismísimos estadounidenses. Collet, el técnico galo, concentrado, reflexivo, rápido de reflejos, dirigió con maestría mientras Orenga cada vez tenía la vista más corta. Él no falló los tiros, ni perdió rebotes incomprensiblemente, ni decidió no meter balones al poste bajo para los pívots, pues siempre, siempre, siempre, son los jugadores los que pierden o ganan los partidos; y sin embargo, de él es la responsabilidad de ningunear a Reyes de forma vergonzosa, de hacer jugar demasiado tiempo a los Gasol en la fase previa, sobrecargándolos, de usar un perímetro muy bajo que empezaba a jugar a nueve metros del aro, malgastaba la mitad de la posesión y era incapaz de alimentar a los hombres altos con balones útiles. 

Qué auténtica lástima que este súper equipo se vaya de su mundial de esta forma, sin garra, totalmente dominados por la escuadra rival, con 52 puntos anotados, una estadística inaceptable. Pau, Rubio y Navarro lo intentaron, y el resto desapareció. ¿Qué tendría en la cabeza Marc Gasol, que ha dado un auténtica lección de cómo hay que jugar a este deporte durante las últimas semanas? ¿Qué habrá concluido Orenga, que tanto presumía de tener el mejor equipo del mundo? El batacazo es más que mayúsculo, porque no es una derrota, es la imagen de un equipo perdedor, abrumado por las circunstancias, tácticamente, de repente, irreconocible, demasiado preocupado por tener a Pau en las mejores condiciones. El fracaso es más que profundo: un drama, una desilusión descomunal, mientras los americanos ríen y corren y esta noche –lo contaré aquí– aplastarán a Lituania, y el domingo al vencedor del Francia-Serbia, con la tranquilidad de que el único equipo que podía hacerles frente, e incluso ganarles, se borró del mapa ayer, tristemente. Más que tristemente.