En
1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía
que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se
entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que
sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora,
extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la
que conoceremos la otra cara, la de la vida, de José María Piñeiro.
Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Me
gustaría vivir en el París simbolista de finales del XIX. Pero como se me
pregunta por un lugar y no por una época, quizás, un observatorio
astronómico.
¿Prefiere los animales a la gente?
La verdad
es que les temo a los dos. Pero prefiero tomar un baño de multitudes, como
decía Baudelaire, a perderme en la desolación florida de la naturaleza.
¿Es usted cruel?
Conmigo, me temo que
sí.
¿Tiene muchos amigos?
Ese sería mi sueño,
tener bastantes amigos. Quizás, bastantes sean dos, o uno. Pero no, no disfruto
de cantidades.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Permeabilidad,
convergencia en la percepción de los
mundos y los problemas. Necesito compartir “lingüísticamente” el mundo con
personas afines de ese modo.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
No. Pero
la comodidad tiende a producir ciertos distanciamientos que se tornan amargos.
¿Es usted una persona sincera?
Sí. Pero
me cuesta o no sé comunicar mi dolor a los demás. Temo el rechazo, la sanción.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
No
dispongo de esa categoría de tiempo. Toda mi vida, desgraciadamente, ha sido y
es tiempo libre.
¿Qué le da más miedo?
No la
soledad, de la que estoy ahíto, sino el sinfín del aislamiento.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le
escandalice?
La
respuesta sería bastante larga. Sí, sí que hay muchas cosas que me
escandalizan. Por ejemplo: las afectaciones del pensamiento políticamente
correcto; la pornografía social; la normalización de la desmesura; la
manipulación mediática; que, como decía el poeta René Char, todo se revolucione
para que nada cambie…
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida
creativa, ¿qué habría hecho?
Jardinero
o monje, quizás.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Soy muy
perezoso para el deporte. Ando.
¿Sabe cocinar?
Un poco. Estimulo mi
gula de este modo.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un
personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
“Inolvidable”
por sus buenas obras, supongo, no por todo lo contrario. Pensaría en alguien
que hubiera logrado que el mayor número de personas se pusiera de acuerdo.
Pensaría en poetas, en compositores o artistas, que hubieran logrado eso en la
gente a través de la delectación de sus
obras. No pensaría en un político.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de
esperanza?
Tú,
nosotros.
¿Y la más peligrosa?
Cualquiera
de las derivadas de los absolutos de índole religiosa, ideológica…
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
He
fantaseado que, convertido en un Don Quijote, luchaba contra el mal universal a
sablazo limpio. Pero, como ve, es sólo una fantasía.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Pues ya no
lo sé. Quizá algún ramalazo de anarquismo utópico.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Un flujo
de energía que atravesase bosques y mares.
¿Cuáles son sus vicios principales?
La pereza,
la falta de voluntad, creerme que el mundo es de los otros.
¿Y sus virtudes?
La compasión,
la paciencia, la capacidad de asombro.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del
esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Los días
felices de la adolescencia que pasé en Torrevieja; el día en que conocí a mis
mejores amigos; el año que pasé con uno de ellos, recluido en un convento en la
montaña; los amores que no pudieron ser; las ocasiones perdidas, el recuerdo de
mis padres y de mis sobrinas… Vaya, me estoy angustiando y emocionando. Con
razón es la última pregunta. Llevaba trampa.
T. M.