martes, 27 de enero de 2015

Entrevista capotiana a Ruth Behar

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la «entrevista capotiana» con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Ruth Behar.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Sería terrible estar en un solo lugar para siempre. Yo viajo mucho y me gusta sentir que tengo un hogar en diferentes ciudades en el mundo —entre ellas La Habana, donde nací; Nueva York, donde crecí; Miami Beach, donde tengo memorias lindas de visitas con mis abuelos cuando ya eran mayores; y también los pueblos en España y México donde fui recibida con cariño por gente desconocida en mis jornadas como antropóloga. Si no hubiera más remedio que elegir un solo lugar, pienso que estaría al lado del mar para contemplar el infinito.
¿Prefiere los animales a la gente?
A la gente, mucho más. La idea de confrontarme con los animales silvestres me espanta y me da tristeza verlos en un zoológico. Me gustan los perros pequeños, pero le tengo mucho miedo a los gatos.
¿Es usted cruel?
Pienso que tendré algo de cruel y algo de ángel, como todos los seres humanos.
¿Tiene muchos amigos?
Los que lo son de verdad son pocos pero para mí son muchos.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
La sinceridad más que nada. Soy muy cubana en eso. Como decía José Martí, Cultivo una rosa blanca / en junio como enero / para el amigo sincero / que me da su mano franca.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
Me preocupa más decepcionarles yo.
¿Es usted una persona sincera? 
Trato de serlo. Lo más difícil es ser sincera conmigo misma.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Leer y escribir son las cosas en que ocupo todo el tiempo, sea libre o no.
¿Qué le da más miedo?
Le tengo miedo a tantas cosas. Escribo bastante sobre ese tema. Uno de mis poemas se llama así, “Miedos.” Allí hablo de mis miedos normales, como el miedo de enfermar o morir, o ver sufrir a uno de mis seres queridos, y también de mis miedos más raros, como el de bajar las escaleras de prisa o confrontarme con los oficiales de inmigración.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
Me escandaliza la injusticia.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Tuve que luchar mucho para ir a la universidad y obtener la educación que me ha permitido llevar una vida creativa. Si no hubiera sido así, pienso que sería una secretaria triste en alguna oficina triste, teclando documentos aburridos día tras día.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Me gusta caminar en la playa y bailo salsa y tango.
¿Sabe cocinar?
Sé hacer frijoles negros y flan y un pie de espinaca y una buena ensalada con aceitunas.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
Mi abuela materna sería una de ellas, y fuera de la familia, la poeta Dulce María Loynaz. Tuve el placer de conocer a la gran poeta, ya siendo ella muy mayor, en La Habana en su mansión arruinada. Nunca se me olvidará lo que me dijo: “Lee más y escribe menos.”
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Tolerancia.
¿Y la más peligrosa?
Odio.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
No, nunca. Siempre dirijo los sentimientos violentos hacia mí misma, pero poco después me vuelve el deseo de seguir viviendo.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Creo que soy muy inocente y contradictoria en cuanto a la política. A la vez sueño con las utopías y me asustan tremendamente.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Una concha de mar guardada por una niña.
¿Cuáles son sus vicios principales?
Guardo muchas cosas que debería soltar y no puedo –libros, arte, ropa, zapatos, fotografías viejas y recuerdos malos…
¿Y sus virtudes?
Soy muy fiel a las personas que quiero.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Pensaría en todos los que quiero y me han querido, especialmente mi hijo, y les diría gracias y adiós para siempre.

T. M.