Se acaba de
presentar, en el Centro de Iniciativas Culturales de la Universidad de Sevilla,
el tercer número de la revista Estación Poesía (se publica en papel y en la web), en la
que colaboro con un largo poema de cuatro páginas, titulado “Un setter irlandés no tiene abogado”. Fue en el mes de mayo del año 2013 cuando, casi en la
confluencia de la Gran Vía con Passeig de Gràcia vi, con claridad incontestable, que en efecto esa raza de perro que
iba con su dueño y que cruzaba el semáforo populoso y que era mi preferido
cuando niño, no tenía en ningún caso abogado.
La epifanía,
la ocurrencia, la filosofía, la clarividencia sólo pudo sortear su impronta
implacable a través de un poema de aliento versicular y surrealista, donde el drama y el
absurdo, la autobiografía y la mezcolanza de sensaciones y visiones y recuerdos, se
convirtió en terapia, diván, suicidio inofensivo, un abrir de jaulas, una
respiración tras salir a flote en un mundo donde se acepta el sinsentido, la
crueldad ajena, la incongruencia de camino a o de vuelta de la Ciudad de la Justicia.