martes, 10 de marzo de 2015

Un soldado enterrado en vida

Meses atrás, conocíamos una auténtica maravilla titulada «Yo soy Espartaco. Rodar una película, acabar con las listas negras» (Capitán Swing Libros) en la que Kirk Douglas rememoraba las circunstancias del rodaje de «Espartaco», estrenada en 1960. Este trabajo no podía disociarse del Comité de Actividades Anti-estadounidenses que, impulsado por el gobierno de McCarthy, había condenado a nueve guionistas y a un director de cine ─conocidos como «Los Diez de Hollywood»─ por ser sospechosos de comunistas. Uno de ellos era Dalton Trumbo, el guionista mejor pagado de la época, que en cuanto salió de la cárcel en 1950 sólo pudo retomar su labor con seudónimo. Estar en las litas negras de la industria del cine era la entrada al ostracismo, y Douglas, en sus funciones como productor y protagonista del filme, lo ayudaría colocándolo en los créditos, devolviéndole así la dignidad perdida.

José Luis Piquero traduce esta obra asombrosa, incomparable, publicada en 1939, de exigencia artística máxima, el relato más duro que probablemente pueda leerse al respecto de lo que puede hacer la violencia de la guerra en el cuerpo de un hombre; es una prosa sin comas, con la que Trumbo hace fluir el pensamiento, las percepciones del joven protagonista, el soldado Joe Bonham, que recibe el impacto de un obús en las trincheras, en un momento dado durante la Primera Guerra Mundial, y se despierta en un hospital («Entonces cayó en la cuenta. Eran médicos que habían venido a examinarlo», pág. 180). Ha perdido los sentidos, no tiene extremidades. «Johnny empuñó su fusil» es el seguimiento de descubrir tal atrocidad, con flashbacks a su vida en una ciudad de Colorado y a su relación con su novia Kareen. El argumento y la disposición textual son fabulosos para un registro literario, y es interesante ver cómo el propio Trumbo adaptó su obra al cine, en 1971, en una suerte de monólogo desesperado del pobre soldado, una mente que surge desde una sábana que tapa lo poco que le queda de cuerpo; verdaderamente, una experiencia impactante tanto en papel como en celuloide.

Incluso lo son los prólogos de las ediciones de 1959 y 1970, en los que Trumbo cuenta las reacciones de la gente y la política tras la aparición del libro, en primer lugar, y luego habla de modo desolador de los miles de muertos de Vietnam, cuyas cifras nos han deshumanizado. Javier García Sánchez, en el epílogo, define la lectura de «conmoción espiritual», un «tsunami de emociones», y glosa la figura de Trumbo como de un «maldito» que «es un vivificante ejemplo de resistencia y de oposición al sistema, a todos los sistemas basados en la injusticia». No puede tener más razón cuando advierte la empatía que se activa a medida que conocemos la voz de Joe en su particular ataúd, sólo esperanzado gracias a una enfermera sensible y atenta; lograr ese efecto mediante un texto literario es en verdad magnífico.


Publicado en La Razón, 5-III-2015