jueves, 10 de septiembre de 2015

El do de pecho del divismo

En innumerables auditorios de medio mundo –por medio de recitales u óperas–, o en las emisoras de música clásica, ciertas voces femeninas del “bel canto” despiertan pasiones y agotan localidades allá donde acuden a dar el do de pecho. Angela Gheorghiu, “una excelente sopra­no rumana, bella y delicada, insegura y caprichosa”; Anna Netrebko, “trabajadora incansable, extraordinaria cantante y equivalente actriz”; Renée Fleming, “niña mimada del Metropolitan, donde canta cuando quiere y lo que quiere”. O la italiana Cecilia Bartoli, o  la francesa Natalie Dessay, o la checa Edita Gruberova… Grandes cantantes que han obtenido fama internacional y prestigio artístico, pero ¿que se podrían calificar como divas? ¿Qué es tal cosa hoy en la actualidad? «¿“Divas” en el sentido literal de la palabra, o sea, diosas moviéndose en un espacio ideal vetado para el resto de sus mortales contemporáneos?», se pregunta Fernando Fraga, tras describir de esa concisa manera a unas cuantas aspirantes al Olimpo del divismo. Lo hace en “Simplemente divas. El arte operístico de Isabel de Médici a Maria Callas” (Fórcola Ediciones), tan lleno de anécdotas –que no tienen desperdicio alguno por su amenidad y hasta toques de humor– como de la más rigurosa erudición cultural.

Hasta llegar a la famosa soprano griega, el lector podrá conocer casos de celos, envidias, escarceos amorosos y hasta violencia: el de las haendelianas Francesca Cuzzoni y Faustina Bordoni, que una representación en 1727 llegaron a enzarzarse en una pelea; el de la agria rivalidad de la portuguesa Luiza Todi y la italiana Brigida Banti-Giorgi, preferida de la duquesa de Alba; el de las hermanas Weber, familiares de Mozart; el de la soprano-mezzosoprano-contralto Angelica Catalani, «la voz más hermosa de la historia»; el de la mujer que encandiló a Napoleón, la bella Giuseppina Grassini; el de Isabel Colbran, musa de Rossini, para la que compuso grandes papeles e impulsó hasta convertirse en la mejor de su época; el de la diva donizettiana Giuseppina Ronzi, que se intercambiaría puñetazos y tirones de pelo con Anna del Sere en la obra “María Estuardo”; el de la francesa Rosine Stoltz, una mujer malcriada e intrigante que se casó cuatro veces; el de la amante, y luego esposa de Verdi, Giuseppina Strepponi…

La leyenda de la Callas

Todos estos nombres, por prestigiosos que fueran en su momento, quedarían eclipsados para el gran público con la irrupción de Maria Callas, que, como explica Fraga, “tuvo su acé­rrima rival en Renata Tebaldi, una contienda profesional comenzada en los inicios de la carrera de las dos sopranos cuan­do ambas formaban parte de una compañía de ópera italiana en una gira en Brasil. La com­petencia favoreció a las dos cantantes dándoles publicidad”. La Callas, ciertamente, traspasaría el ambiente operístico para "interesar al resto de la humanidad normalmente preocupado por otro tipo de acontecimientos vitales: lo logró, primero como profesional de la música, luego por su biografía privada". Los dos elementos que configurarían el perfil de la diva arquetípica. En Callas, además enfatizado por una muerte inesperada, en 1977, a los cincuenta y tres años.

Era el inicio de su leyenda, en paralelo a unos episodios tormentosos y hasta truculentos: enseguida surgirían conflictos a la hora de repartir su herencia, que se disputaron su madre, su hermana Jackie e incluso su ex marido Meneghini; pero lo peor vendría con “la proble­mática incineración de su cuerpo, realizada antes del tiempo legalmente prescrito para ello, algo que parecía contradecir las ideas religiosas de la diva”, afirma el autor. A lo que se añadiría más tarde la desaparición de la urna con sus cenizas, que descansaban en un nicho del cemen­terio parisino del Père-Lachaise. La urna aparecería misteriosamente en una cuneta, y al final los restos de la diva entre las divas acabarían en el mar griego en un acto institucional; si bien Fraga se hace “esta terrible pregunta: ¿eran aquéllas realmente las cenizas de la Callas? Más leña al fuego de la leyenda”.

Publicado en La Razón, 30-VI-2015