Han pasado más de medio siglo desde que
desapareciera, en 1962, una escritora cuya leyenda se asentó ya en vida y que,
en 1985, se hizo universal y eterna gracias al cine. La danesa Karen Christenze Dinesen, que se haría célebre como escritora bajo el seudónimo de Isak Dinesen,
sobre todo gracias al espaldarazo que supuso la gran acogida de los lectores
estadounidenses, conquistó a los espectadores de medio mundo cuando Meryl
Streep se encargó de interpretar su vida en la famosa “Memorias de África”.
Hoy, tanto su granja, en las colinas de Ngong, cercana a Nairobi –abierta para
los turistas en 1986, aprovechando el impacto del filme de Sidney Pollack– como
la finca familiar, Rungstedlund, a 25 kilómetros al norte de Copenhague, son
museos que recuerdan su obra literaria y conservan los recuerdos –escudos de
las tribus masai y kikuyu, por ejemplo– de esta mujer excéntrica, aventurera y
distinguida.
La gran pantalla captó a las mil maravillas la
belleza de Kenia y las costumbres de los nativos que trabajaron en la granja, y
adaptó muy hábilmente lo que Dinesen escribiera en sus dos libros dedicados al
continente negro: “Lejos de África”, y el breve “Sombras en la hierba”. Dos
textos, separados por un cuarto de siglo, donde describía su visión de una
tierra que la fascinó durante diecisiete años, el tiempo que pasó entre que
acompañó a su marido, su primo y barón Bror Blixen (en realidad, había estado
enamorada de su hermano gemelo de joven) en 1913, para regentar una plantación
de café, contrajo la sífilis, se divorció y pasó a encargarse ella sola de la
granja. Así hasta que las plantaciones fracasaron y tuvo que abandonar el
proyecto, y con él todo un mundo que había forjado a su alrededor: a Farah
Aden, su fiel criado somalí, al niño Kamante, al que salvó de una grave
enfermedad y convirtió en su cocinero, a los lugareños a los que servía de
doctora, consejera o cazadora.
Su amante y amigo
Ahora toda esa apasionante trayectoria llega de la
mano de la periodista francesa Dominique de Saint Pern, gracias a su libro
“Karen Blixen” (editorial Circe), en el que hace una novelización, asentada en
la obra de la autora, así como en su correspondencia y en numerosos libros
publicados sobre ella, en sus años daneses y africanos y hasta en su célebre
visita a Nueva York, donde pediría conocer a Marilyn Monroe, por entonces
esposa del dramaturgo Arthur Miller. El resultado es verdaderamente logrado, e
interesará tanto a los amantes de las narraciones de Dinesen como a los meros
espectadores de la película al arrojar mil detalles fidedignos. De hecho, Meryl
Streep se convierte en un personaje más –todos son verídicos menos uno– al
aparecer en el momento en que la que fue secretaria de la escritora, Clara,
viaja a Kenia para asistir al rodaje y contarle cosas de la persona que le
marcó la vida por completo. “Mi Honorable Leona”, así la llama al final de un
prólogo que sirve de marco para captar los sinsabores de dicha secretaria
frente a una mujer que fascinaba y deslumbraba pero también desconcertaba en
grado sumo.
Saint Pern pone voz a Blixen y luego a su seudónimo
Dinesen –explica muy bien el origen de este nombre– y conoceremos al barón
Blixen, tan risueño como infiel compulsivo, y a Denys Finch-Hatton, Robert
Redford en el filme, que supo de ella primero por comentarios sobre su valentía
al enfrentarse a dos leones y salir ilesa, y que murió trágicamente al
estrellarse su avioneta en un trayecto en el que también quería participar la
futura escritora. Él se negó a que lo acompañara por la dureza del viaje, ya
que era obligado hacer noche entre la maleza, y murió junto a su criado. Su
“amigo”, como así lo llamaba, y antes los nativos y otros muchos, escuchaban
los cuentos improvisados de ella hasta la madrugada, lo que sería el caldo de
cultivo para su posterior vocación literaria, que inició casi con cincuenta
años. En “Karen Blixen” (traducción de Isabel González-Gallarda) se viaja de
Kenia a Dinamarca, del rodaje a la realidad de la escritora de “Siete cuentos
góticos”, y van apareciendo las gentes que serían importantes para ella, como Truman
Capote, a quien le confesó que empezó a escribir cuando vio que iba a perder su
granja: «Para olvidar lo insoportable. Durante la guerra, también», y que en
una semblanza dijo que la baronesa, ya en su vejez, pesaba “como una pluma”. Y
es que en aquel tiempo, Dinesen prácticamente se alimentaba de fresas, fumaba
sin parar y sentía debilidad por el champán.
Publicado
en La Razón, 24-XII-2015