viernes, 22 de enero de 2016

Entrevista capotiana a José Cereijo


En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de José Cereijo.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Uno siempre vive en un solo lugar, aunque sucesivamente cambie. ¿Preferencias? Mi casa con mi mujer, una biblioteca, la compañía de mis amigos, un museo, un concierto... Casi todo puede tenerse hoy en casa; pero salir está muy bien, y, pudiendo, yo no renunciaría a ello.
¿Prefiere los animales a la gente?
Desde luego que no. Es más, desconfío de quienes dicen lo contrario; sospecho que lo que buscan en esa compañía es una sumisión que la gente, por fortuna, no suele admitir. Creo que quien quiere a los animales por encima de la gente, no quiere de verdad ni a los animales; lo suyo es otra cosa.
¿Es usted cruel?
Voluntariamente, no. Involuntariamente, todos lo somos a veces, supongo. Pero no disfruto con ello, y sé que lo evitaría si pudiese.  
¿Tiene muchos amigos?
Pienso, con Montaigne, que la verdadera amistad es extremadamente rara. Hay desde luego muchas imitaciones (seamos benévolos: grados), pero los amigos de verdad son siempre pocos.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
No creo que a la amistad haya que ir con exigencias previas. Un entendimiento especial, ajeno, o previo al menos, a lo intelectual, y la sensación, cuando nos encontramos después de mucho tiempo, de que ese tiempo no cuenta, de que es como si nos hubiéramos visto ayer.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
No más que yo a ellos, supongo. Y yo no le llamaría decepción; simplemente, vamos aprendiendo cosas. Sí puede ocurrir, pienso, que evolucionemos en direcciones distintas, hasta que llega el momento en que la distancia es tan grande que la afinidad de base ya no pueda mantenerse. Pero pienso que es bastante raro.
¿Es usted una persona sincera?
En general, me gusta decir la verdad, o al menos lo que yo creo la verdad. Pero la verdad puede hacer (o hacernos) daño; cuando eso ocurre, deja de ser lo más importante. Siempre hay alternativas. Quien está dispuesto a decirla “caiga quien caiga” me da la sensación de que se importa él mismo más que nadie, y de que difícilmente aceptaría que le tratasen a él con esa misma falta de miramientos, de tacto.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Sobre todo, leyendo. Suelo decir de mí mismo que no me considero un escritor, sino un lector que, de vez en cuando, escribe. Y apenas es irónico.
¿Qué le da más miedo?
Lo desconocido; y la maldad, el gusto por hacer daño.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
El cinismo, público o privado, de quienes van por ahí proclamando principios más o menos intangibles que en realidad no son sino disfraz de intereses y codicias mezquinas. Creo que la vieja frase evangélica, “por sus frutos los conoceréis”, es una razonable incitación a no dejarse llevar sólo por las apariencias.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
En realidad, apenas lo “decidí”: la vida me fue llevando. (No mal, creo). Así que tendría que haber vivido otra vida para plantearme alternativas serias.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Apenas. Trato de andar, cuando tengo un rato. Y no sólo por higiene: es un modo de intimar con la vida, o al menos de acercarse a ella, difícil o imposible desde el propio cuarto.
¿Sabe cocinar?
A un nivel de estricta supervivencia, me temo.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
Ni lo del “Reader's Digest” ni lo del “personaje inolvidable” suenan demasiado tentadores, ¿no?
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Vida, vivir, supongo. Así fuese de barriga, como decía Vallejo. Incluso pienso que puede uno, llegado el caso, instalarse en la desesperanza. Recuérdese el lema que circuló por la Viena fin de siècle: “la situación es desesperada, pero no grave”. Hasta para despedirse conviene creer en ella, valorarla.
¿Y la más peligrosa?
Unas cuantas. En política, un ejemplo de demagogia grave es lo de “nosotros no nos merecemos menos que ellos”, lo que lo justifica todo: los aeropuertos sin aviones, la descalificación (y hasta la persecución) de ésos ellos, lo que haga falta, puesto que desde el principio y por definición “nosotros” somos las víctimas, y por tanto no atacamos a nadie, sólo nos defendemos. 
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
La sola idea me repugna. Supongo que, de haber tenido ocasión, hubiese podido matar por ejemplo a Hitler (o a Stalin, otro que tal). Pero no habría disfrutado con ello.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Son justo eso, tendencias, no dogmas. Me entiendo mejor con quien tiene ideas políticas contrarias a las mías, pero acepta y apoya el derecho al disentimiento, que quien siéndome ideológicamente más cercano va por la vida de único propietario de la verdad. 
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Lo de François Mauriac, a la pregunta de quién le habría gustado ser (“Moi même, mais réussi”, yo mismo, pero logrado), está muy bien. Es la manera más práctica de “ser otra cosa”; y un ideal al que uno procura acercarse un poco cada día.
¿Cuáles son sus vicios principales?
No lo sé bien; uno no suele ser demasiado consciente de ellos, creo. Puedo ser perezoso, y avaricioso, y a veces poco empático, y creo que también todo lo contrario.
¿Y sus virtudes?
Digo lo mismo. Valoro especialmente la paciencia, que me parece cosa muy necesaria, y que creo que en general no me falta. También conmigo mismo; en contra de lo que pueda parecer, a veces es cosa especialmente difícil.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
La verdad, creo poco en el “esquema clásico”, y más en una situación como ésa. Pero, dando por bueno el planteamiento, temo que uno tienda más a pensar en lo que le parece mal hecho o insuficiente que en lo contrario, que se basta a sí mismo. Triste cosa, ¿no?

T. M.