Hace cuatro años,
Philip Roth (Nueva Jersey, 1933) se disculpaba por no poder asistir a la
ceremonia de entrega de los premios Príncipe de Asturias, que había ganado en
la categoría de Letras, aduciendo una operación de columna vertebral. En su
nota –que leyó el embajador americano en España–, el escritor se sorprendía de
que otro país se fijara de tal manera en su obra al considerar que la suya era
fundamentalmente una narrativa de raigambre norteamericana: «La historia de los
Estados Unidos, las vidas estadounidenses, la sociedad estadounidense, los
lugares estadounidenses, los dilemas estadounidenses –la confusión, las
expectativas, el desconcierto y la angustia estadounidenses– constituyen mi
temática», decía el que probablemente sea el autor con el mayor número de
premios importantes recibidos en toda la historia.
Desde que en 1960
se le diera el Nacional del Libro por su debut, «Goodbye, Columbus», la carrera
de Roth está enmarcada por un éxito clamoroso de público y crítica como la de
ningún otro autor americano de las últimas seis décadas, habiendo recibido
galardones como el National Book Award, National Book Critics Circle Award,
Medalla de Oro de Ficción, Mejor Libro del Año dos veces... Hasta desde el
campo político fue agasajado al tener el honor de recibir, en 1988, la Medalla
Nacional de las Artes en la Casa Blanca, así como en el mismo sitio, en 2011,
la Medalla Nacional de Humanidades. Ahora, toda esa andadura que acabó con la
novela «Némesis» (2009), con la que se retiró, tiene en el libro «Roth
desencadenado» (Literatura Random House, traducción de Inga Pellisa), de Claudia
Roth Pierpont, a la venta el día 11, un gran estudio de vida y obra,
íntimamente relacionadas.
La autora, a la
que pese a su nombre no le une ninguna relación con su biografiado –se
conocieron en 2002 en la fiesta de cumpleaños de un amigo común en un bar de
jazz de Manhattan y tanto congeniaron que ella se convirtió en una de sus
lectoras antes de publicarse sus novelas–, es una importante periodista que
escribió más de veinte años para «The New Yorker» y que tiene en su haber una
interesante colección de ensayos sobre mujeres escritoras. El título «Roth
desencadenado» parafrasea otro que Roth usó para enmarcar las novelas de su
personaje más importante, Nathan Zuckerman, al que le unen «muchas similitudes
biográficas»: nacido en 1933 en Newark, en una familia judía, estudiante
universitario que luego fue al ejército y se convirtió en escritor. Pierpont
recorrerá cada etapa de Roth y en paralelo el lector podrá descubrir la
relación entre sus problemas personales y el carácter de los personajes que irá
modelando en una escritura que empezó con cierta polémica al ser criticado por
la forma en que ridiculizaba a los judíos.
Acusarían a Roth,
con su debut, los cinco relatos y la novela corta agrupados en «Goodbye,
Columbus» de practicar en efecto un «autodesprecio judío y de antisemitismo por
medio del mismo material que la dotaba de una comicidad irresistible». Había
nacido un escritor irreverente; con tan sólo veintisiete años, ganaba con ese
libro un premio nacional y era elogiado por los mejores representantes de lo
que se llamó la literatura judeoamericana, muy en especial Saul Bellow –premio
Nobel en 1976–, que de por vida sería uno de sus grandes admiradores. En una
carta de 1982, Bellow se autodefinirá como «estadounidense, judío, novelista»,
lo que también valdría para Roth, al que había conocido de joven en Chicago y
al que enseguida le dijo que era «muy bueno» por esa mezcla de humor, judaísmo
e introspección psicológica con mucha vertiente sexual. Lo cual se enfatizaría
con «El mal de Portnoy» –fue la novela más vendida de 1969–, historia que
contaba el obsesivo pensamiento erótico de su protagonista, marcado por una
madre represiva y judía, mediante un monólogo a su psiquiatra. Con ella Roth se
haría rico.
Las virtudes
literarias de Roth son incuestionables, y la propia autora se sorprende de que
su libro no haya sido más extenso habida cuenta del número y dimensión de los
temas del creador de «Pastoral americana» y «Me casé con un comunista»: no
solamente los judíos en la historia, sino «el sexo y el amor y el sexo sin
amor, la necesidad de encontrarle un sentido a la propia vida, la necesidad de
cambiarla, padres e hijos, la trampa del yo y la trampa de la conciencia, los
ideales americanos»; más la agitación política en torno a los años sesenta, la
presidencia de Nixon o Clinton y el conflicto en Israel. Con todo, lo que más
llamará la atención es el contenido íntimo del libro, que muestra a un Roth muy
implicado con la Praga de su adorado Kafka, enamorado de la música de cámara,
al amigo de Milan Kundera en París y al de Harold Pinter en Londres, y al
lector entregado de «Mario y el mago» de Thomas Mann y «Adiós a las armas» de
Hemingway, pero también a un hombre que se psicoanalizó para superar sus
traumas matrimoniales y cuyas relaciones tuvieron tanto eco público como
desenlaces dramáticos.
Su primera mujer
–Maggie, divorciada y con dos hijos de los que no tenía la custodia– le
mentiría al decirle que estaba embarazada y se intentaría suicidar, y al cabo
se separaría de ella (tiempo después moriría en un accidente de coche).
Pierpont dice que esa relación fue tan destructiva como la que tuvieron Francis
Scott Fitzgerald y su esposa Zelda. Luego tendría unas pocas citas con Jackie
Kennedy y se relacionaría con la adinerada Ann, «uno de los grandes amores de
su vida», con la que rompió por la profunda decepción que arrastraba con su
anterior matrimonio. Vendría entonces la joven y talentosa estudiante de
historia de las religiones Barbara, etc. Estas mujeres –todas bellísimas– se
convertirán en personajes en sus novelas; novelas que no hacían sino meter el
dedo en la llaga que aún tenía abierta, como en «Mi vida como hombre» (1972).
Pero ninguna mujer le traería tantos quebraderos de cabeza como Claire Bloom,
la actriz inglesa de la que se enamoró viéndola en la película de Chaplin
«Candilejas» y con la que Roth pasaría una etapa personal muy complicada,
sufriendo «una depresión suicida» que lo llevaría a ser ingresado en 1993 en
una clínica psiquiátrica.
Bloom padeció esa
situación y otras muchas, que puso en negro sobre blanco mediante su libro
«Adiós a una casa de muñecas», que la editorial Circe publicó el año pasado.
Roth vivirá con ella en Connecticut y más tarde en Londres, intentará ser una
especie de padrastro para la hija de ella, pero todo estallará de la peor
manera tras 17 años juntos. Hasta el punto de que Bloom, que también tuvo
sonados romances con Richard Burton, Lawrence Olivier o Yul Brynner, explicó
que Roth le exigió al separarse «que le devolviera todo cuanto me había
proporcionado durante nuestros años de vida en común»; una lista que incluía
objetos y curiosos cálculos, como un anillo de oro, unos 140.000 dólares, un
espejo, un calefactor portátil, libros y discos, parte del coste de su coche y
de un viaje a Marrakesh y, lo más sorprendente, una multa billonaria por cierto
incumplimiento del contrato matrimonial.
Publicado en La Razón, 13-II-2016