jueves, 24 de marzo de 2016

Un alemán en la España bélica


Hace un par de años, la ensayista estadounidense Amanda Vaill sorprendia con un estupendo libro titulado “Hotel Florida”; la sorpresa radicaba en lo difícil que es, a día de hoy, aportar algo nuevo e interesante en torno a la Guerra Civil Española. Vaill lo conseguía poniendo el foco de atención en ese hotel de la plaza Callao de Madrid (derruido en 1964), muy elegante, que se convertiría, decía, “en un refugio para un grupo abigarrado y políglota de periodistas extranjeros, pilotos franceses y rusos, así como de una variada gama de damas de la noche”. Y entonces estudiaba los pasos por allí de tres parejas decididas a informar sobre el conflicto: los escritores Ernest Hemingway y Martha Gellhorn; los fotógrafos Robert Capa y Gerda Taro; y el también narrador Arturo Barea y la periodista Ilsa Kulcsar, encargados de la oficina de censura de prensa extranjera de Madrid.

Un rasgo común unía a todos esos personajes: el hecho de que cada uno participaba en la guerra diciéndose que una nueva vida –en contraste con la anterior, frustrante, o presidida por el peligro y la huida, o el desamor y el dolor– era posible. Muchos dejaron sus vidas acomodadas o sufridas y acudieron a donde la conciencia les llamaba, y por entonces además nuestro país era un lugar “donde se podían forjar grandes reputaciones o incluso grandes fortunas”, afirmaba la autora, pese a que el precio a pagar fuera demasiado alto a menudo en forma de muerte repentina y violenta. Hemingway le diría a un amigo: “Aquí no me ocurre nada y tengo que salir. En España es donde quizá haya empezado de nuevo el gran desfile”. Y se diría que lo mismo sentiría Ludwig Renn a tenor de cómo empieza esta gran “Crónica de un escritor en las Brigadas Internacionales” (traducción de Natalia Pérez-Galdós), como reza el subtítulo, cuando en la apacible Suiza se sube por las paredes a la espera de conseguir los permisos adecuados para atravesar la frontera.

Romanticismo y política

El pasado reciente de Renn había sido complicado. Acababa de salir de la cárcel en Alemania, tras un año y medio, y dependía de las informaciones clandestinas que recibía por parte del Partido Comunista –que le había recomendado marcharse al extranjero– para irse abriendo camino sin ser capturado de nuevo por los nazis, que lo tenían en su punto de mira por sus publicaciones y activismo político. Se ocupa del prólogo a este libro, que era inédito en español, Fernando Castillo, todo un especialista del periodo de entreguerras, que hace pocos meses publicó el extraordinario “París-Modiano. De la Ocupación a Mayo del 68”, también en Fórcola, y había prologado la otra obra de Renn en la misma editorial, “Guerra. Un soldado alemán en la Gran Guerra 1914-1918”. Renn, en efecto, había combatido en la Primera Guerra y, además, tendría un cargo importante en la Alianza de Escritores Proletario-Revolucionarios, estando muy ligado a organismos soviéticos y siendo en definitiva “uno de los más comprometidos de entre los escritores alemanes comunistas exiliados a causa del nazismo que acudieron a España, donde la guerra contra el fascismo aunaba romanticismo y compromiso político, una combinación de indudable contenido literario”. 

Renn participaría en nuestra guerra formando parte de las Brigadas Internacionales y, tras la derrota de los republicanos, se exiliaría en México primero y luego, en 1947, se instalaría en la República Democrática Alemana, incorporándose al Partido Socialista Unificado de Alemania y ocupando un puesto universitario en Dresde. Pero hasta ese momento, su vida entera sería una aventura apasionante, como refleja este libro que tiene un notable arranque narrativo y nos conduce a aquella España alzada en armas. Primero a la Barcelona anarquista, atravesando Francia en tren, y más tarde a Madrid vía Valencia –incluso se describirán sus viajes a Estados Unidos, de “misión oficial”, y Cuba en 1938–, siempre con una gran minuciosidad, transcribiendo diálogos y situaciones que hacen de la crónica un relato novelesco de continuo. Con ello Renn consigue insertar al lector en charlas entre gentes corrientes y destacados líderes, o transmitir su impaciencia por que le enviaran al frente dejaran de pedirle labores periodísticas dado su gran prestigio como escritor.

Escritura dolorosa

Precisamente, en medio de discusiones sobre cómo abordar los ataques y organizar batallones, destaca la aparición de un ambiente literario protagonizado aquí por autores relevantes de la época, tanto desconocidos hoy para nosotros, como el húngaro Matei Zalka, que tendrá una activa presencia en estas páginas, como célebres ayer y siempre, caso de Rafael Alberti, más ídolos para Renn como el ruso Aleksandr Fadéyev; todo lo cual confirma lo que Vaill había singularizado mediante unos pocos ejemplos: que la guerra fue un punto de inflexión capital para muchos artistas nacionales y extranjeros, y una experiencia que debía reflejarse en escritura, a veces con dolor, como reconoce Renn, obsesionado por revivir todo “aunque fuera un auténtico sinsentido”. A este respecto, sería muy emblemático el Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura, en Valencia, del verano del año 37, al que Renn dedica un capítulo, y en el que conoce a Miguel Hernández –“Era medio árabe y había sido pastor”–, José Bergamín y Max Aub, entre otros. Y es que los hombres duchos en las armas y las letras, por recurrir al viejo tópico, se hace preponderante en medio de las vívidas recreaciones de “Los combates por el Cerro de los Ángeles, de la “Batalla de la carretera de La Coruña”, de la caída de Málaga o de las batallas del Jarama, de Guadalajara o de Brunete, en el que es un libro ya imprescindible para todo el interesado en la Guerra Civil Española, cuyo inicio este año cumple su octogésimo aniversario. 

Publicado en La Razón, 24-III-2016