Muere a los ochenta y seis años, en su casa de Budapest, Imre Kertész, ganador del premio Nobel en 2002.
Para los lectores españoles, la concesión del premio Nobel a
Imre Kertész llegó en un excelente momento, pues fueron en aquellas semanas del
año 2002 cuando el escritor protagonizó diversas publicaciones culturales con
motivo de la que era su última obra, «Yo, el otro: crónica del cambio»,
aparecida en la editorial en la que se dio a conocer aquí y donde acabaría publicando
la mayoría de sus obras, Acantilado. Y precisamente el texto citado tal vez
pudiera ser un buen ejemplo de la línea de pensamiento del escritor húngaro y
de su estilo: texto más o menos breve y misceláneo, como solían ser todos sus
libros; el postrero y póstumo en español saldrá a la venta el próximo día 6,
“La última posada”, los diarios del autor en una suerte de, como él mismo dice,
“antesala de la muerte”. Una muerte que le ha llegado en su ciudad natal, Budapest
–donde vio la luz en 1929–, enfermo de Parkinson, a la que volvió en 2012
después de mucho tiempo instalado en Alemania, país que según él le había
acogido mejor que Hungría y al que donó los manuscritos de algunas de sus obras
mayores.
«Yo, el otro» indagaba en dos de las coordenadas que sustentaron
su literatura: la individualidad, herida de muerte tras la espantosa
experiencia que Kertész padeció con catorce años en los campos de exterminio, y
el trasfondo sociopolítico, en estas páginas en torno al periodo de transición
en las grandes capitales de la Europa central durante los años noventa del
siglo pasado y, en su caso particular, alrededor de una dictadura comunista que
le aisló hasta hacerle invisible. Probablemente, por la crueldad gubernamental
y sus distintas censuras –fue despedido en 1951 del diario para el que escribía
cuando fue absorbido por el órgano del Partido Comunista y entonces se dedicó a
la traducción–, de la obra de Kertész no hubo ni una sola recepción crítica
hasta mediados de los años ochenta y, sobre todo, 1991, año en que el
totalitarismo húngaro hizo aguas. Para hacerse una idea de su «ausencia», si de
grandes autores de Hungría se trata, el crítico americano Harold Bloom citó a
Attila József, Ferenc Juhasz y Laszlo Németh, pero del último premio Nobel no
había ni rastro. Superviviente del terror nazi en los años 1944 y 1945, apenas
existió literariamente pese a conseguir publicar en 1975 «Sin destino», sus
memorias narrativas de la adolescencia bajo el dominio nazi que había comenzado
a redactar en 1958.
Campos de exterminio
Como no podía ser de otra manera, esa terrorífica experiencia
marca la literatura del judío Kertész. «Sin destino» no era una novela al uso,
aunque se intentara cierto tono creativo al comienzo y al final, sino el
minucioso recorrido de un deportado a la fuerza con la consiguiente vida
rutinaria, primero en Auschwitz y después en Buchenwald. El protagonista se
llamaba György Köves, y era un chico que, como a su padre, le reclutaban en
1944 tras la ocupación de las tropas alemanas en Hungría y la imposición del
exterminio de la población judía. Un viaje en un tren de ganado llevará al
joven Kertész a conocer, durante un año, las atrocidades perpetradas por el
nazismo, hasta que sea liberado y pueda regresar a casa, reemprender la escuela
y convertirse en periodista y, desde la reedición de esta obra en 1985, en un
reconocido escritor. «Sin destino» será el testimonio de ese tiempo junto a las
cámaras de gas, el trabajo, las palizas y el hambre, aunque confesado con un
estilo que evitaba retoricismos y sentimentalismos, prefiriendo ver los
recuerdos con cierta distancia irónica. De este modo, el protagonista se negará
a llamar infierno al campo, sosteniendo pese a todo que «nosotros mismos somos
nuestro propio destino».
La mirada ingenua y libre de prejuicios de Köves hacía que el
lector conociera las pequeñas grandes cosas que hacían verosímil y profundo el
contacto con el salvajismo nacionalsocialista. Kertész lo hacía con la misma
sobriedad del otro gran narrador de la barbarie hitleriana, Primo Levi, quien
sucumbió a la tentación del suicidio, el recurso al que se resistió con firmeza
Kertész al considerar que se trataba de todo un deber sobrevivir después de
Auschwitz. Muy al contrario, el escritor iría encontrando consuelo y
dignificación a lo sufrido mediante diversos libros que reflejaban una gran
dosis de paciencia y humildad. Así, este judío no creyente, como se autocalificaba,
mostró la cara más compleja de su pensamiento, deudor de Wittgenstein y Kafka,
en «Kaddish por el hijo no nacido», un relato que ubicaba a un hombre en la
asfixia personal de recordar los campos de concentración y el régimen comunista
que lo aprisionaba y que no le permitía salvar su matrimonio. Es decir, hablaba
de la capacidad de adaptarse o no a las circunstancias, tal vez el elemento
temático principal de toda su trayectoria intelectual.
De lo marginal a la gloria
Ciertamente, sólo unas pocas obras serían suficientes para que
Kertész se ganara el aprecio de la Academia Sueca –es el primer y único húngaro
en haberlo recibido–, por exponer los valores humanos más esenciales frente a
la mayor de las adversidades. El premio
le supondría salir definitivamente de la marginalidad literaria, pues tras su
paso por los campos, en Hungría se impondría el régimen estalinista y su imagen
de hijo de burgueses equivaldría al perfil de un enemigo; se dice que durante
treinta y cinco años Kertész vivió en un piso de veintinueve metros cuadrados
en los que escribió su “trilogía de la ausencia”, y en no pocas ocasiones se
vio en la cuerda floja, teniendo que emplearse en trabajos precarios y
esporádicos, hasta que poco a poco, ya en los setenta, se abrió camino como
traductor de filósofos y narradores de lengua alemana.
Ya
a comienzos de este siglo, le llegaría un unánime reconocimiento universal que
proyectaría la traducción masiva
de sus obras; de tal manera que llegaría poco después del Nobel a España otra
narración autobiográfica, de
1988, «Fiasco», también incidiendo en las consecuencias del totalitarismo, y
otras correspondientes a escrituras de la década de los noventa, la más
fructífera para el autor: por ejemplo, el dietario “Diario
de la galera”, los relatos “La bandera inglesa” y los ensayos incluidos en “Un
instante de silencio en el paredón: el Holocausto como cultura”, además de la
novela de 2003 “Liquidación” y una adaptación al cine en 2005 de “Sin destino”,
a cargo del director húngaro Lajos Koltai, con música de Ennio Morricone y
guión del propio Kertész. Y es que ya lo decía el propio autor: cada vez
que se ponía a pensar en escribir algo, la presencia de Auschwitz era tan
poderosa que, de una manera o de otra, acababa siempre hablando de ello.
Publicado en La Razón, 1-IV-2016