Librería Alberti, Madrid, el noviembre pasado
Recibo
el “Catálogo junio 2016” de Fórcola Ediciones, con el honor que me produce
verme dentro de él en dos ocasiones –Melancolía y suicidios literarios. De Aristóteles a Alejandra Pizarnik (2014) y Los tres dioses chinos. Un viaje a Pekín, Xian y Shanghái, desde Nueva York y hasta Hong Kong (2015)– y al pasar la cubierta
veo pasar el tiempo. Dice Javier Jiménez que su editorial cumple ya nueve años.
Casi una década en que Fórcola se ha convertido en una espléndida iniciativa
dedicada al ensayo y a los libros de viajes, y ligados a estos, a alguna que
otra novela (de Julio Verne). Ahora, automáticamente, en lo que se tarda en pasar
la siguiente página de esa “Carta del editor a sus lectores”, Jiménez, ya de
por sí un profesional que no tiene parangón por su extrema dedicación y amor
por los libros que lee y publica, se ha convertido en el editor más arriesgado,
más valiente que existe entre nosotros. Y todo por su nueva colección, denominada Ficciones, que no
presenta narrativa al uso, historias convencionales, géneros típicos, sino
todo, todo lo contrario: la máxima apertura a nuevas formas literarias, casi
experimentales, audaces y extraordinariamente singulares. Se trata de dos
títulos, Los que miran, de Remedios
Zafra, y El pulso de la desmemoria,
de Amelia Pérez de Villar, quien hace escasos días respondía a la entrevista capotiana. El riesgo, el salto a la aventura editorial, admirable, lo es más por
cuanto es el debut novelístico de ambas escritoras, que ya habían destacado de forma notabilísima con
sus ensayos y traducciones, respectivamente.