Canasta hallada en un camping de Blanes, Gerona
Para los que pensamos que el baloncesto es EL deporte, que es el juego más divertido, completo, profundo, épico y sorprendente, esta temporada es un pequeño drama. En un país, en un mundo, donde el fútbol acapara groseramente toda la atención, un deporte sólo puede crecer y expandirse dejándose ver, haciéndose atractivo ante la audiencia. La ACB ha dictado su suicidio al desaparecer de los medios de comunicación regionales o nacionales para venderse a una de esas plataformas de pago. La televisión pública emitirá partidos futboleros, pero ya ni rastro del basket.
Ni la liga nacional, ni la Euroliga, más atractiva que nunca, ni los partidos amistosos con equipos de la NBA. En una competición estatal en la que se ha perdido por el camino el concurso de un equipo y ahora sólo jugarán creo que diecisiete, en la que casi todos los mejores jugadores han emigrado a Estados Unidos por una apertura salarial de las franquicias allá, esta temporada más que nunca se necesitaba a los aficionados cerca. Todo se aleja y deshumaniza, se hace extranjero, lo cual no tiene nada absolutamente de malo si al menos se conserva nuestra cantera, a los jóvenes que quieren llegar al primer equipo y que tienen las puertas prácticamente cerradas a la hora de alcanzar tal cosa.
El inglés es el idioma de los tiempos muertos, hay equipos que no tienen ni siquiera a un jugador nacional, y así es imposible fidelizar a personas que simpaticen con su club. El baloncesto español, una marca de éxito internacional por su Selección y por la cantidad de jugadores que han acudido a la NBA, de alguna manera se ha puesto de espaldas a la gente de a pie, y jugadores longevos, fieles a un equipo, como Juan Carlos Navarro, sobreviven en escuadras perpetuamente renovadas, irreconocibles, convertidas ya en un producto audiovisual con el que ganar dinero y perder futuro.