jueves, 9 de febrero de 2017

Entrevista capotiana a Laura Massolo

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Laura Massolo.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Esta casa, sin duda, como lugar de acceso a mis afectos. No me iría a ningún lugar que supusiera un desencuentro con los que amo, no podría vivir sin esta puerta abierta.
¿Prefiere los animales a la gente?
No. Y nunca pude situarlos en la comparación, en ningún sentido. Aunque debo admitir que los animales solo matan por instinto o por necesidad y es lamentable que no podamos decir lo mismo de los hombres. Solo en ese sentido los prefiero. Pero conservo la confianza en que algunos hombres también pueden ser fieles, nobles, sumisos, puros.
¿Es usted cruel?
Solo con mis personajes y, por lo tanto, a veces, con mis lectores.
¿Tiene muchos amigos?
Muchos. Una gran parte de ellos ha llegado a mi vida a través de las letras.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
La amistad es un sentimiento muy particular, uno de los sentimientos que mejor perdona y contiene y abraza y comprende y tolera al otro (al amigo). Es el sentimiento a través del cual aprendemos a no hacer reproches, ni a establecer deudas. Nuestros mejores amigos, a veces, ni siquiera son parecidos a nosotros; al contrario, muchos son nuestros opuestos, y creo que necesitamos de opuestos para completarnos. Quizá, la mejor cualidad de mis amigos es la libertad de mostrar mis carencias, mis defectos, mis errores, y no por eso dejar de ser mis amigos.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
Sí. Sí. Y lo repito a propósito. Sin embargo, no se trata de que me decepcionen a mí, sino de que se vayan por rumbos equivocados, que dejen de escucharnos, que quiten nuestra mano de su hombro, que cierren su puerta en nuestras narices o, simplemente, que crucen a la vereda de enfrente. Alguno de los entrevistados en esta página habló de “oxímoron”. La decepción que viene de los amigos tiene que ver con el apartarse de un camino, como señala la etimología del término oxímoron. De cualquier forma, cuando la amistad es profunda, es muy factible que ese amigo vuelva, cruce nuevamente nuestra calle, y allí estaremos para abrazarlo. Claro, hay amigos que se van para siempre, no por habernos decepcionado, sino por la obstinación de defender u ocultar sus propias decepciones.
¿Es usted una persona sincera? 
Absolutamente. En ocasiones, demasiado sincera, lo que me vuelve vulnerable. Pero no me refiero a esa “sinceridad” de ser excesivamente frontal para emitir juicios sobre los otros (aquí, en Argentina, se usa decir “le canté las verdades”), sino a la necesidad de responder siempre con la verdad. Es una suerte contar con la ficción y toda su mentira posible, porque en la vida real no sé mentir: o me descubren o se me nota.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
No tengo la menor duda: escribiendo. O leyendo. O armando teorías posibles sobre la escritura. O preparando una clase de narrativa nueva, que pueda ser útil. O inventando ejercicios que sirvan para mejorar la redacción. Desde ya, huyo del televisor, voy poco al cine, suelo desconectar los teléfonos. Por suerte, tengo una familia hermosa y numerosa (vale la rima) y para ellos no hay desconexión posible. En orden de prioridades soy madre, luego esposa, luego escritora. Con tantos hijos, en ocasiones no me es fácil disfrutar de todo lo que quisiera disfrutar en mis tiempos libres. En síntesis, voto por el amor de los míos en contra de mis tiempos libres. Y eso me hace feliz.
¿Qué le da más miedo?
El mundo, hoy. La gente, hoy. La posibilidad del descarrilamiento, del caos, del dolor, de la muerte. Advierto los síntomas en la carne. La humanidad no se anda comportando como con ganas de vivir, o de dejar vivir. Trato de no atender a las predicciones. Trato de pensar que hoy es hoy. Pero tengo miedo, mucho: es lo real.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
El mundo ha cambiado. A mis padres los escandalizaban los gay. Yo tengo amigos gay entrañables, son de los mejores, quisiera pasar más tiempos con ellos, los adoro, me enseñan, he ido a sus bodas, los aplaudo. A mis padres, también, los condicionaban ciertos pudores del sexo hasta el punto de que me provoque extrañeza el hecho de haber nacido de una relación sexual: padecí de la teoría de la cigüeña, aunque no adherí a la del repollo. Mi generación superó esas trabas: el sexo es hermoso y, cuanto más libre, más hermoso. Pero hay otras cosas que no sé si me escandalizan (más bien es una dolorosa resignación), pero sí puedo afirmar que me hacen sentir mal: la ambición desmedida, la ceguera que provoca las guerras, la discriminación, el poder excesivo, el excesivo valor del dinero. En síntesis: la parte del mundo que no cambió desde que el mundo es mundo.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Yo quería ser médica. Un médico puede llevar una vida creativa si logra desligarse de la rigidez de los sistemas. Un médico puede ser un artista, puede dibujar sus sentimientos y su amor con el bisturí, con la palabra, con la caricia, con la factibilidad de llevar alivio a quien lo necesita. Amo a los médicos y a la medicina. Bueno, no pudo ser. Ni mi país ni la historia ni mis padres lo permitieron. De cualquier forma, cuando me está permitido, y sin que nadie se dé cuenta, ejerzo: ser madre de tantos hijos me ha provisto de una importante experiencia. Nunca dejo de acertar en los diagnósticos. Los diagnósticos que debo amordazar, en cambio, son aquellos que puedo escribir a modo de ficción. Mis personajes son casi todos dolientes. Y no quiero curarlos.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Me han hecho una pregunta muy comprometedora. Mañana. Mañana empiezo. Lo prometo: mañana.
¿Sabe cocinar?
Muy bien, aunque trato de mantenerlo en secreto. La cocina es un impulso y es un arte, es un espacio de creatividad y es una manera de agasajar desde el afecto. Quiero poder elegir con libertad el momento de ingresar a ese ritual, sin que nunca suponga una obligación y, mucho menos, una rutina. Son sentencias que se generan después de haber criado a tantos hijos. 
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
¡Lo tengo! Se trata de una mujer maravillosa que, durante diez años, vivió con nosotros cuidando de mi hija discapacitada. Pero solo podría citarla: tanto amor como el que nos dio sería imposible de escribir. Le debo un homenaje. Algún día se lo haré.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Paz.
¿Y la más peligrosa?
Ambición. Y me refiero a la ambición desmedida que cité más arriba, la que conduce a las guerras.  Ni siquiera la palabra “odio”, porque el odio es casi inherente a los sentimientos más viscerales del ser humano, casi una cuestión de instinto. La ambición, en cambio, es algo que se adquiere a medida que las sociedades se contaminan. Y de allí todos sus derivados, los mismos que estamos viviendo a nivel mundial, con tantos nombres propios, con tanto dolor.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
No, pero si he deseado que alguien se muriera, y se murió. Dado el presente, no quiero explayarme, porque, si sucediera esa muerte, creerían que soy bruja.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Creo que ya lo dije: un mundo donde reinen la paz y la igualdad, un mundo para el que el mayor flagelo reconocible sea la ambición (y, por lo tanto, se modere o se condene), es el mundo “político” que pretendo. En ocasiones, cuando protesto contra algunas realidades actuales, juzgan que estoy “politizada”. No. Es una cuestión de sentimientos, nada más.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Pájaro.
¿Cuáles son sus vicios principales?
Ay, que hemos tocado un tema difícil. En estos momentos estoy dando los primeros pasos para salir de la adicción al tabaco; por supuesto, por indicación médica. No me pregunten más por un tiempo. Ya lo lograré.
¿Y sus virtudes?
No creo tener muchas. Una vez, hace muchos años, me dijeron que soy “inteligente”. A mi madre le encantó la evaluación, pero no sé si me sirvió de mucho. Jamás entendí las matemáticas, por ejemplo. Más bien, mi mayor virtud ha sido la de defender aquello que me hace feliz, aun contra muchos prejuicios. Ah, y la de ser feliz, pese a todo.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
El color turquesa más intenso que pueda tener el fondo del mar, mis propias burbujas de aire en ese paisaje, el silencio. De nuevo: la Paz. Con mayúscula.
T. M.