En 1978, Jean Améry tiene sesenta y cinco años y
decide, en Salzburgo, por medio de una dosis de barbitúricos, suicidarse
dejando tras su acto «una interpretación nebulosa», tal como lo definió su
amigo Primo Levi. Con éste, que también se quitaría la vida, había coincidido en
el campo de concentración de Auschwitz, de 1943 a 1945, después de una
trayectoria personal marcada por su huida a Bélgica, en 1938, tras la anexión
de Austria por Alemania. Pues bien, pocos meses antes de tamaña decisión, el
ensayista y narrador que tan bien conocemos gracias a libros como “Levantar la
mano sobre uno mismo” o “Más allá de la culpa y la expiación”, publica “Charles
Bovary, médico rural. Retrato de un hombre sencillo” (traducción de Marisa
Siguan y Eduardo Aznar), que de repente se me antoja su mejor libro, una
imbricación formidable de lectura flaubertiana y ejercicio metaficticio.
Ya avisa Siguan en la introducción sobre el hecho
de que Améry “utiliza la tradición literaria también como sustrato de su propia
escritura, incluyendo constantemente referencias y camuflando citas”; así, usa
personajes literarios como si fueran seres humanos para hablar de su propio sufrimiento,
lo que da como resultado que sea “imposible distinguir entre sí los géneros
literarios, diferenciar el ensayo de la autobiografía y ésta de la reflexión
filosófica y literaria”. Y el mejor ejemplo de tal cosa es este texto
sensacional, compuesto por cuatro monólogos y dos ensayos, en el que pone a
hablar al médico que ama a Emma Bovary pese a ser engañado por ella y lamenta
su muerte como el más leal de los maridos.
El lector, por así decirlo, lee un complemento de
“Madame Bovary” desde el punto de vista de este “pobre Charles Bovary, un
hombre privado de todo, del amor, de la amada, de los bienes”, dice Améry, que
se burla del personaje por favorecer los engaños de Emma y lo tilda tanto de
buena persona como de “memo”. De tal manera que estas observaciones se
convierten en críticas a un Flaubert que puso en su novela diversos asuntos
inverosímiles si nos atenemos al sentido común.
Publicado en La Razón, 1-II-2018