viernes, 9 de marzo de 2018

Entrevista capotiana a M. Á. Rubio Sánchez


En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Miguel Ángel Rubio Sánchez.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
En una parcela de tierra lo suficientemente humilde como para comulgar con los preceptos de la Oda a la vida retirada, de Fray Luis de León.
¿Prefiere los animales a la gente?
No y sí. Estoy dispuesto a compartir mi vida con aquella persona o animal que pueda compartir mi soledad. Existe un paradigma muy amplio de mascotas que una ha de escoger de acuerdo a la situación, al entorno y al contexto. No obstante, estimo que, por ejemplo, un perro no debería vivir en un piso con sus dueños, ya que queda constreñido a un hábitat que de por sí cercena su libertad. En cambio, un pez tiene virtudes terapéuticas; uno en el acto contemplativo de su dinamismo en una pecera pueda hallar un remanso de paz e incluso vislumbrar el ejercicio del pensamiento.
¿Es usted cruel?  
Nunca lo he sido y no creo que pueda serlo. La crueldad es el exorcismo de las psicobiografías a las que se han visto sometidos determinados sujetos en el devenir de sus días. La ambición última del ser humano es la paz, y sólo la puede hallar aquel que se hermanó consigo y se aleja de la beligerancia para consigo mismo y para con los demás.
¿Tiene muchos amigos?
No. Las circunstancias convierten en relativo lo que en un punto pareció absoluto y en periférico lo que era cenital. He tenido buenos amigos, tengo buenos amigos y tendré buenos amigos. Sólo la mirada clarividente del tiempo nos posicionará acerca de quiénes han sido en realidad esas personas que de algún modo hemos sentido como nuestras.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Yo generalmente me suelo juntar con personas de las que puedo aprender algo. Los valores más loables serían la sinceridad, no ser máscara de un correveidile, el altruismo, la generosidad, el apoyo, la fidelidad…
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
No todos, pero algunos lo han hecho porque en realidad no resultaron ser tales, y en su escala de valores la amistad está por debajo de otros roles que deontológicamente debieren estar en un plano secundario. En otros casos, han sido la distancia y el tiempo los que han dirimido que esa amistad no soportó la prueba de peritaje que se exige para su supervivencia.
¿Es usted una persona sincera? 
Lo procuro hasta donde las condiciones idiosincrásicas me lo permiten; nunca se puede polarizar esta actitud hasta extremos que pueden llegar ser agresivos y que favorecerían la dinámica de otro tipo de comunicación más visceral. Un médico le ha de comunicar a un paciente que expirará en unas semanas y lo puede hacer de varios modos posibles, para posibilitar que ese trance sea lo más llevadero; de igual modo, un determinado sujeto que está profundamente enamorado de otra persona ha de andar con las sutilezas propias que requiere el arte del cortejo, porque en otro caso puede resultar contraproducente esa sinceridad genuina y preclara. La franqueza puede llevar a la discusión, al enfrentamiento y a obtener un efecto rebote frente a lo previsiblemente esperado.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Hace mucho tiempo que no tengo que preocuparme por lo que se me requiere en esta pregunta. Si dispusiese de él, me encantaría poder dedicarles más tiempo a los amigos, visitar con más frecuencia la tierra que me vio crecer, disfrutar haciendo todo lo que no he podido hacer y he querido hacer, así como el goce de utilizar lo creado.
¿Qué le da más miedo?
Los 100 del Club de Davos, los inoperantes e incompetentes que regentan puestos políticos con falta de miras y con objetivos egocéntricos, la agencias especulativas de calificación de deuda, la sociedad efervescente y exprés en la que vivimos, el alma desalmada de la misma, el sentido hedonista e inmediato que rige la relaciones humanas, la concepción de la libertad como ejecución del arte de consumir, la crisis de las humanidades, la corrupción política, la crisis identitaria de Europa como concepto ficticio unido por una moneda, la logotomización y el pensamiento unidireccional y radicalizado por donde vira la sociedad postindustrial, el que se mida el éxito de una persona en términos económicos, la instrumentalización política de la sanidad y la educación, la pérdida de disciplina en las aulas y la conversión de los institutos en guarderías y factorías de títulos devaluados y conformistas…
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
La pasividad de la población ante la esquilma que están sufriendo por parte de la clase política, así como los casos de personas que perpetran crímenes por fines lúdicos.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
En realidad, soy un profesor de Lengua Española que está sometido a una labor de constante reciclaje, a través de la investigación, en pro de ofrecer los mejor de mí a los demás; por ello escribo.  Siempre me apasionó la mecánica; de hecho, el año pasado restauré un tractor de año 1977. Tal vez esta hubiese sido mi ocupación, aunque la maquinaria agrícola anterior al año 1995 –cuando la disparatada electrónica irrumpió en el mercado– también me atrae. ¿Quién sabe?
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
No.
¿Sabe cocinar?
Algunas cosas, por ejemplo, las lentejas, los garbanzos con almejas… La cocina es sacrificada y requiere de un tiempo que yo no poseo.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
Al humanista y psiquiatra Dr. Juan Rojo Moreno. Véase su wordpress https://juanrojomoreno.wordpress.com/
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Para mí son tres y las encontré en el italiano: “ormai” (ya), “desiderio” (deseo) y “felicità” (felicidad).
¿Y la más peligrosa?
La hallé en el inglés: “darkness” (tinieblas), concretamente Heart of Darkness, la novela de Joseph Conrad.

¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
No, por la simple razón de que después yo no podría vivir con esa carga sobre mí; me alejaría de los dones de la paz y me llevaría a transitar derroteros ambiguos sobre mi propia identidad: el tormento como sistema de autoconocimiento.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?  
No me podría hallar en ninguno de los partidos que ahora mismo nos brinda la realidad española, porque son multiformes, ambiguos y camaleónicos. No logro encontrar sus señas de identidad. No estoy hipotecado a ninguna ideología y lo que tengo se lo debo a la coalición de mi deontología profesional, con mi disciplina de trabajo, aliadas éstas a las virtudes intelectuales que pudiera tener. La ideología política es una cuestión íntima. Soy libre y voto (o no) para castigar y no por convencimiento.
¿Cuáles son sus vicios principales?
Nunca he dejado que ningún agente externo, ya sea físico o personal, me paute como tengo que disponer de mi tiempo, o que me prescriba que debo de erigir como modus vivendi un esclavismo de ciertas sustancias. Considero, por ejemplo, que un fumador es un suicida que va comprando diariamente, como si se tratase de una hipoteca, la soga que lo ha de ahorcar. Tener vicios expone tu cuerpo a los arbitrios que ejecutan determinas sustancias en tu organismo; tú dejas de ser tú para que tu voluntad esté gobernada porque quienes diseñan estos males del consumo, o bien, vertebran el itinerario de hábitos que ha de regir la praxis existencial de un sujeto. ¿Qué sistema sanitario y qué psiquiatría podrá soportar los desfases de nuestra juventud ahora que todo lo prueban y lo mezclan?
¿Y sus virtudes?
Cualquier persona en sí alberga un puñado de virtudes y un millar de defectos. Eso no me corresponde decirlo a mí, porque pareciere que estuviera labrando mi hagiografía. La humildad ha de estar lejos de esos roles. Sin embargo, reseñaré, según refiere la gente que me conoce, que soy válido en la percepción de los problemas y en los consejos que suelo aportar.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza? Mi infancia, mis abuelos, mis padres, los campos de almendros, los sitios en los que se ha desarrollado mi vida, mi familia y los últimos lares recorridos.
T. M.