La orfandad
prematura siempre ha sido un potente motivo que trasladar al terreno artístico.
Ese terreno desolador, lleno de incertidumbre cuando los ojos son jóvenes e
inexpertos, y que a largo plazo es una lección de vida que curte y prepara para
entender la ley de la muerte inexorable, fue pisado por Nuria Gago en su
primera novela, “Cuando volvamos a casa”, publicada en 2015 por la editorial
Planeta. La protagonista, Paula –que en busca de una brújula vital que diera un
camino a su andadura adoptaba el pseudónimo de Oceanne mientras trabajaba de
camarera para pagarse los estudios–, tenía ese rasgo común con la actriz
barcelonesa, que perdió a su madre a los doce años; sin embargo, luego la
narración se alejaba de lo autobiográfico, si bien manteniéndose en el campo de
las emociones, del desamor y de las confidencias entre amigos.
Gago así debutaba
con una historia de personajes siempre motivados o desmotivados por los
sentimientos, dentro de una gran ciudad en la que se asomaban asuntos del día a
día, como la falta de oportunidades laborales para la juventud o la integración
de los inmigrantes, a partir de la trayectoria emocional de una docena de,
sobre todo, treintañeros. De modo que se podría considerar una obra de tinte
generacional, que en todo caso tenía una gran influencia del mundo en que se ha
movido la autora, el de la interpretación, lo que se reflejaba en capítulos
cortos, como si fueran pasajes de un guion, y escenas narrativas de carácter
muy visual. Todo lo cual formaba un relato que se ramificaba en otros, no
exentos de humor y de propósito realista, dentro del camino que emprendía la
huérfana Paula, en que se apreciaba que la idea de colocar el amor como el
motor de la existencia era su máxima clave argumental.
Publicado en La Razón, 2-III-2018