Un Lev Tolstói discípulo moral de Henry David Thoreau, y a la vez maestro de Mahatma Gandhi, aparece en todo su esplendor en uno de esos libros que tendría que ser de obligada lectura para cualquier edad y cualquier sociedad, para cualquiera que practique una religión o sea un ateo convencido. Es “La ley de la violencia y la ley del amor” (traducción de Alejandro Ariel González) un panfleto pacifista de aquel que se encuentra al borde de su recta final –está fechado en 1908; muere dos años después– que podría ser la síntesis de su libro «El reino de Dios está en vosotros», que abrumó, que marcó para siempre a Gandhi, como se lee en su autobiografía. El narrador ruso lo había escrito entre 1890-1893 y en él repasaba la doctrina de la no violencia atacando a la Iglesia y a las instituciones estatales, las cuales, muy lejos de seguir la enseñanza de Cristo, eran hostiles a ésta, lo que le valdría la censura y la excomulgación por parte del Santo Sínodo de la Iglesia ortodoxa en 1901.
Sería una obra polémica en su tiempo; siguiendo la estela de su admirado Thoreau, llamaba a la desobediencia civil, a la insumisión ante los Estados que, mediante la militarización, exigen acciones contrarias a la ley de Dios: la suprema ley del amor, que es eterna e inmutable. Y si en aquel escrito Tolstói subrayaba que son una minoría las personas que, desde la fundación del cristianismo, profesan la doctrina de la no resistencia al mal con la violencia, en “La ley de la violencia y la ley del amor” pondrá ejemplos de jóvenes que se jugaron la vida o permanecieron encarcelados al oponerse a ser reclutados y asesinar al prójimo para no desobedecer sus principios. Según Tolstói, se necesitaría una guía de conducta consistente en asimilar una comprensión superior de la vida, la misma que fue revelada por Jesús y que el mundo ha olvidado o apartado, en una falta de fe que sólo conduce a la calamidad.
Mediante capítulos cortos, que empiezan con citas brillantes de diferentes pensadores o del propio Tolstói, éste argumenta con rotundidad sus objeciones frente a un sistema social que es todo un círculo vicioso –la relación de dependencia-explotación entre trabajadores y terratenientes–, lo cual es la base para el odio entre las personas, para la animalización del individuo. No existe un “principio religioso rector común” y sí mentiras por doquier: la religiosa, la científica, la política, que tergiversan el verdadero sentido de la existencia y con ello sostienen la crueldad de la vida. En los Evangelios se dice en diversos momentos que hay que amarse los unos a los otros, nos recuerda Tolstói; esa ley no admite excepción, y habría de establecerse no sólo en los pueblos cristianos, sino en todos los pueblos del mundo. Sin embargo, el Poder ha enseñado a combatir el mal con el mal, y con ello ha engañado y manipulado a unos seres humanos que profesan el cristianismo y a la vez permiten, participan o se aprovechan de mil y un crímenes. ¿La solución a tal cosa?: volver a recordar la dicha del amor.
Publicado en La Razón, 5-IV-2018