En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la «entrevista capotiana» con la que conoceremos la otra cara, la de la vida de Esteban Lozano.
Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder
salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Uno
silencioso. Portmeirion Village, en el norte de Gales, no estaría mal. Allí se
filmó la serie de culto “El prisionero”, creación de Patrick McGoohan que se emitió
por primera vez en la Argentina cuando yo tenía 13 años y de la cual me hice un
fan instantáneo. Y lo sigo siendo. En la ficción de la serie “la Villa” no era
un lugar silencioso, ni mucho menos, pero en realidad lo es: un silencio sólo
atravesado por el graznido de las gaviotas.
¿Prefiere los animales a la gente?
Los
minerales, los vegetales, los animales y la gente, en ese orden.
¿Es usted cruel?
Sólo
cuando me meto en la piel de un personaje que debe serlo. En mi novela
“Operación Madagascar” hay dos ejemplos: Adolf Eichmann y Josef Mengele. En mi texto
teatral “Los amantes de Shakespeare” hay otros dos: el oficial de las SS Dieter
Kluge, y el mismísimo Adolf Hitler.
¿Tiene muchos amigos?
Los
imprescindibles. Uno tiene muy pocos amigos verdaderos en su vida, y para colmo
la muerte acota todavía más el número. La ironía es que si uno tiene la “suerte”
de ser longevo, se queda sin amigos.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Las que no
tengo. Como muchas veces ocurre en las relaciones de pareja.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
No. En cambio
yo, a ellos, sí.
¿Es usted una persona sincera?
Cito al
neurólogo argentino Facundo Manes: “Mentir es un acto cognitivo como el
lenguaje y la memoria. Mentir es parte de nuestra evolución.” Todos mentimos,
en mayor o menor grado y por buenas o malas razones. Más allá de eso, es imposible
para un escritor ser sincero, desde el momento en que la materia prima de su
oficio es la mentira. Y en el escritor oficio y vida son la misma cosa.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Aparte de
leer y escribir, riéndome con mis hijos (con mi mujer se hace más difícil, pero
lo intento… lo intento…), viendo por enésima vez “2001: Odisea del Espacio” de
Stanley Kubrick, o cualquiera de los deliciosos cuadros humorístico-musicales de
Les Luthiers.
¿Qué le da más miedo?
La
exposición de mis seres queridos a los peligros de este mundo-trampa en el que
vivimos. Si este mundo no es el infierno, por lo menos es el purgatorio.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le
escandalice?
La involución
del ser humano, algo que se comprueba fácilmente viendo los resultados de
muchos actos electorales. También la pérdida de las normas de conducta y de los
códigos morales. Y quienes se hurgan las narices en público.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida
creativa, ¿qué habría hecho?
No decidí
ser escritor: supe, sin saberlo, que lo sería cuando a los 7 años comencé a
escribir mis primeros cuentos. No se me ocurre qué otra cosa podría ser o
hacer.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Calistenia
digital, cuando escribo.
¿Sabe cocinar?
Sólo
historias medianamente decentes y apetecibles, aunque a veces resulten
indigestas.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un
personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
A mi padre
y a dos amigos que ya no están: Juan Tomás Catopodis, excelente narrador, y
Vytautas Palubinskas, un hombre bondadoso, extremadamente culto y con un gran
sentido del humor.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de
esperanza?
“No.”
¿Y la más peligrosa?
“Sí.”
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
A las
mismas personas muchas veces. Y a muchas otras personas al menos una vez.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
No hacer a
los demás lo que no me gustaría que me hagan a mí.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Sex-symbol.
¿Cuáles son sus vicios principales?
Querer ser
lo que no puedo.
¿Y sus virtudes?
Saber
admitirlo.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del
esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Un chaleco
salvavidas, pertenezca o no al esquema clásico.
T. M.