martes, 1 de mayo de 2018

La periodista “loca” y viajera



En 1902, Jack London emprende un largo viaje desde California hasta Londres por un motivo periodístico: conocer un barrio en que sus pobres gentes sufren condiciones infrahumanas, el East End. En él se adentra tras comprarse unos cuantos harapos y hacerse pasar por un marinero desempleado, lo que le facilitará “ver, por vez primera, a la clase baja inglesa cara a cara, y conocer cómo era en realidad”. En su alarde de valentía y atrevimiento, a London no le importa dónde va a dormir y las condiciones insalubres a las que hará frente allá por donde vaya: conoce a un joven borracho –“un despojo humano prematuro”– que casualmente le ofrece una habitación donde pasar la noche, y comprueba enseguida que “los niños crecen y se convierten en adultos corrompidos, sin vigor ni resistencia”, por culpa de “los gérmenes de enfermedades que pululan en el aire del East End”.

Sobre aquella visita el narrador estadounidense compondrá una serie de impactantes prosas titulada “La gente del Abismo”, donde se hacía palpable cómo aquella funesta área londinense “es literalmente una gigantesca máquina de matar” repleta de mujeres que se deslomaban haciendo paños u hombres que se dejaban la piel en los talleres a cambio de un auténtico sueldo de miseria. Intelectuales de acción como London y tantos otros sentirán el interés para tener una opinión de situaciones sociales escalofriantes, e ir a por ellas, y escribir sobre ellas. Lo que no era nada frecuente es que ese impulso lo pudieran desarrollar hace un siglo las mujeres, sometidas al ninguneo y al anonimato, recluidas en tareas familiares y caseras. Pero una lo ejemplificó de manera apabullante, en verdad asombrosa por los retos que se impuso: Nellie Bly, cuyos artículos se pueden leer por vez primera en español en “La vuelta al mundo en 72 días y otros escritos” (editorial Capitán Swing; traducción de Silvia Moreno Parrado). 

Autoconfianza absoluta 

En efecto, Elizabeth Jane Cochran, pues así era su verdadero nombre –natural de un pueblo de Pensilvania, moriría en Nueva York a los cincuenta y siete años, sufriendo apuros económicos y en una etapa en que escribía columnas de consejos a los lectores–, emprendería arriesgados proyectos como reportera. Uno de los más destacados fue el que la llevó al país vecino y a escribir después “Seis meses en México” (treinta artículos sobre la vida de los obreros y la gente rica, los pueblos indígenas o el turismo), o aquellos para los que se infiltró en diversos ámbitos laborales con el objetivo de describir las condiciones inhumanas en que la gente vivía y trabajaba. Ese tipo de iniciativas y los textos que publicó al respecto hicieron de Bly una leyenda, alguien que se enfrentó al poder patriarcal de la sociedad sin rodeos ni ambages, con una confianza en sí misma absoluta. Como dice en el prólogo la periodista Maureen Corrigan, pronto se ve “la insolencia con que la joven Bly respondía a los hombres que ejercían posiciones de poder e intentaban insertarla en categorías sociales”. Uno de los jefes que tuvo, en una publicación de Pittsburg, “insistía en asignarle encargos que él consideraba apropiados para las mujeres (exposiciones florales, almuerzos de señoras)”, a pesar de que ella ya había hablado de la explotación laboral sufrida por las mujeres y las dificultades para divorciarse. «Así que Bly se largó. Pero, antes de irse, le dejó una nota a su cerril editor: “Estimado Q. O.: Me voy a Nueva York. Esté atento. Bly”». 

Y bien que el mundo se enteraría de los pasos de Nellie. Se hizo mundialmente famosa, y hasta inspiraría un personaje a Francis Scott Fitzgerald, para su novela “El gran Gatsby”, una periodista que no sale muy bien parada. En otro texto introductorio, Jean Marie Lutes, directora de los Estudios de Género y Mujeres en la Universidad de Villanova, en Pensilvania, hace referencia a cómo Bly hizo de sí misma un espectáculo: “En una época en la que los periodistas apenas conseguían firmar sus artículos, el nombre de Bly aparecía en el titular de casi todos los que publicaba. Con una prosa vivaz, creó su propia marca de noticias sensacionalistas. En sus artículos se mezclaban a partes iguales, con gran éxito, autoexhibición y autoescarnio, un sentido común ordinario y un atrevimiento extraordinario”. Rodeada de hombres en su ámbito, fue ella la que, haciéndose pasar por loca, logró meterse en el frenopático más conocido de Nueva York, fue una obrera en una fábrica de cajas –“Nellie Bly cuenta qué se siente siendo una esclava blanca”, decía el periódico–, pasó una noche en un albergue para mujeres indigentes, acudió a un fumadero de opio y fingió que buscaba trabajo como criada en una agencia corrupta, además, añade Lutes, de probar suerte en el boxeo, el ballet y hasta el adiestramiento de elefantes. 

Tras las huellas de Phileas Fogg 

Por si fuera poco, su valentía la llevó a la Primera Guerra Mundial, sobre la que escribió artículos (de todo lo referido hay muestras en esta recopilación de artículos) desde los frentes de Austria y Hungría; se había casado en 1895 con un industrial millonario –que moriría en 1904 y le legaría su empresa manufacturera, que le ocasionaría a Bly diversos conflictos judiciales– y se tomaría más de quince años de descanso de sus labores periodísticas. Pero entonces ese viaje a Europa la pondría de nuevo en el candelero: “Nellie Bly en el campo de batalla”, rezaba el título de uno de sus textos, “Nellie Bly en la línea de fuego”, decía otro. El público ya conocía de sobra la curiosidad insaciable de Bly y su intrepidez sin parangón, sobre todo a raíz de su viaje más sonado, nada menos que una vuelta al mundo para emular la ficticia que había establecido Phileas Fogg en “La vuelta al mundo en ochenta días”, de Jules Verne, que fue una obra superventas en 1873. 

Llevando sólo consigo un bolso de mano y sin compañía alguna, en noviembre de 1889, Bly, que colaboraba con el periódico “New York World” (de Joseph Pulitzer), inició su descomunal desafío en que incluso llegaría a visitar al autor que le había inspirado aquella idea en su casa de Amiens. Allí descubriría que Verne había sacado la idea de su famosa novela de un artículo del periódico “Le Siècle” en que se intentaba demostrar que era posible recorrer el globo en ochenta días. “Yo antes tenía un yate, así que viajaba por todo el mundo estudiando los sitios y luego escribía a partir de la observación real. Ahora, como la salud me tiene recluido en casa, me veo obligado a leer descripciones y manuales de geografía”, aseguraba el escritor, que enseñaría a Bly su modesto estudio de trabajo, un mapa que yacía colgado en que había marcado el itinerario que hiciera Fogg –aprovechando para explicar en cómo difería el de este con el de la periodista– y acabaría brindando con una copa de vino, diciendo: “Si lo logra en setenta y nueve días, aplaudiré con las dos manos”. Bly, cuyo atuendo de viaje se haría tan famoso que las mujeres lo copiarían durante una década (capa, chaqueta de cuello alto y falda azules, abrigo estampado a cuadros) se había propuesto hacerlo en setenta y cinco, pero lo conseguiría en tres días menos.

Publicado en La Razón, 29-IV-2018