La forma en que se autodefinió Saul Bellow, en una carta de 1982, como «estadounidense, judío, novelista» podría ser la misma que la adoptada por su íntimo amigo Philip Roth; lo cual, atendiendo a sus respectivas obras, y siguiendo con Bellow, nos lleva a pensar que «un novelista que no es contemporáneo no puede ser nada en absoluto». Roth cumplió a rajatabla ese precepto. Su amigo le dijo una y otra vez que era «muy bueno» tras leer su primer libro, “Goodbye Columbus” (1959), y toda una vida después, aún le seguiría piropeando; por ejemplo, cuando recibió en 1998 “Me casé con un comunista”, le escribió: «Es una delicia leer uno de tus manuscritos».
Dos almas afines que, por encima de todo, comparten la sensación de que la vocación de escribir es irrefrenable. Por algo le dijo Bellow a Roth por carta, en 1969, que lo único que permanece es el «amor ingenuo y probablemente infantil por la literatura». Amor por el arte, que convivió con el de las mujeres, de manera harto controvertida. A este respecto, en “Roth desencadenado” (2016), Claudia Roth Pierpont recorrió cada etapa del escritor, comentando la relación entre sus problemas personales y el carácter de sus personajes y abordando, muy particularmente, asuntos espinosos como el hecho de que se psicoanalizó para superar sus traumas matrimoniales.
Su primera mujer –Maggie, divorciada y con dos hijos de los que no tenía la custodia– le mentiría al decirle que estaba embarazada y se intentaría suicidar, y al cabo se separaría de ella (tiempo después moriría en un accidente de coche). Luego tendría unas pocas citas con Jackie Kennedy y se relacionaría con la adinerada Ann, “uno de los grandes amores de su vida”, con la que rompió por la profunda decepción que arrastraba con su anterior matrimonio. Vendría entonces la joven y talentosa estudiante de historia de las religiones Barbara, etc. Estas mujeres –todas bellísimas– se convertirán en personajes en sus novelas, pero ninguna le traería tantos quebraderos de cabeza que Claire Bloom, la actriz inglesa de la que se enamoró viéndola en la película de Chaplin “Candilejas” y con la que pasaría una etapa personal muy complicada, sufriendo “una depresión suicida” que lo llevaría a ser ingresado en 1993 en una clínica psiquiátrica.
Bloom padeció esa situación y otras muchas, que puso en negro sobre blanco mediante su libro “Adiós a una casa de muñecas”. Roth vivirá con ella en Connecticut y más tarde en Londres, intentará ser una especie de padrastro para la hija de ella, pero todo estallará de la peor manera tras diecisiete años juntos. Hasta el punto de que Bloom, que también tuvo sonados romances con Richard Burton, Lawrence Olivier o Yul Brynner, explicó que Roth le exigió al separarse «que le devolviera todo cuanto me había proporcionado durante nuestros años de vida en común»; una lista que incluía objetos y curiosos cálculos, como un anillo de oro, unos 140.000 dólares, un espejo, un calefactor portátil, libros y discos, parte del coste de su coche y de un viaje a Marrakesh y, lo más sorprendente, una multa billonaria por cierto incumplimiento del contrato matrimonial.
Publicado en La Razón, 24-V-2018