martes, 17 de julio de 2018

Entrevista capotiana a Joseph Gelinek a.k.a. Máximo Pradera

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Joseph Gelinek a.k.a. Máximo Pradera.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Mi casa. Soy Cáncer y a los nacidos bajo este signo nos gusta vivir en nuestro caparazón.
¿Prefiere los animales a la gente?
Depende de la gente y del animal. Si Pablo Casado es gente, prefiero hasta un gorrino trotando en el jardín de mi casa.
¿Es usted cruel?
Soy un poco Asperger, o sea, que a veces me falta empatía. 
¿Tiene muchos amigos?
Te contestaré con una frase del «Espartaco» de Dalton Trumbo que le dice Draba, el gladiador negro, al protagonista de la película: «Los gladiadores no tenemos amigos, un día nos harán luchar en la arena y tendré que matarte».
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Valoro mucho que no me pidan dinero.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
Rafael Azcona decía que la amistad es mucho más frágil que el amor. En cuanto pones a prueba a un amigo, lo más habitual es que te decepcione. O sea, que no me decepcionan porque no los pongo a prueba.
¿Es usted una persona sincera? 
Yo más bien diría que soy un bocachanclas. Pero me divierto mucho en Twitter.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Cantando. Decía Cervantes en El Quijote que «Quien canta sus males espanta».
¿Qué le da más miedo?
El fanatismo.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
La indolencia mundial ante el cambio climático. Dentro de 100 años habremos muerto todos. Salvo Jordi Hurtado, naturalmente.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Habría sido abogado, experto en demandas civiles. Me encanta el derecho civil, mi padre decía que es el padre de todos los derechos.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Hago aeróbico en una bici elíptica y pesas para no perder tono muscular. O sea, soy un Arnold Schwarzenegger minimalista.
¿Sabe cocinar?
Sé comer, que es aún más importante. Me enseñó una mujer, la nutricionista Ángela Quintas. Es una asignatura tan importante que yo la haría obligatoria en los colegios.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
A Albert Camus, que es para mí la quintaesencia del periodista y del intelectual comprometido.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
El adjetivo «reversible». 
¿Y la más peligrosa?
Ignorancia.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
Sí, practico magnicidios en mi mente a diario. Sobre todo al otro lado del Charco.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
La esencia de la izquierda es la defensa del débil. O sea, que en cada conflicto, hay que determinar quién está en injusta inferioridad de condiciones y ponerse de su parte.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
La estatua de la libertad.
¿Cuáles son sus vicios principales?
No tengo vicios, tengo taras. Me cuesta concentrarme y me cuesta adaptarme a nuevas situaciones.
¿Y sus virtudes?
La constancia y la independencia de criterio.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza? 
Me vendría a la mente la canción de Javier Krahe del gilipollas, porque si me estuviera ahogando hay un 90% de posibilidades de que fuera culpa mía.
T. M.