En la calle Constanza de Barcelona me encuentro con esta maravillosa expresión en una farola cualquiera. Ahora solo cabe inventarse quién, cómo, cuándo, por qué alguien la pensó y decidió escribirla allí, en una mezcla de introspección, cierto gusto estético tipográfico (véanse las definidas letras, el buen gesto de la coma necesaria, el irónico redoble de erres...) y deseo de compartir un sentimiento que, al fin y al cabo, tenemos cada día todos.