Trinidad, India, Londres y Estocolmo fueron las estaciones por las que pasó Vidiadhar Surajprasad Naipaul (nacido en 1932 en esa isla caribeña y muerto a los ochenta y cinco años en Londres) e hicieron el autor que fue. Sus escritos autobiográficos «Momentos literarios» reflejaron ese itinerario que tuvo un punto de inflexión con el premio Nobel 2001, y que había comenzado siete décadas atrás en un entorno que tardó en comprender. De hecho, varios de aquellos ensayos incidían en la extrañeza de ser indio en Trinidad, algo «insólito y exótico», y si bien eran páginas bastante repetitivas, pues en varios lugares recalcaba que su afición por lo literario procedió de su padre, periodista y cuentista, había pasajes muy interesantes alrededor de la India y de cómo afrontar la escritura.
Su país de ascendencia, que visitó una vez – «Viaje que rompió mi vida en dos»– ya establecido en Inglaterra a los dieciocho años tras recibir una beca para estudiar en Oxford (a los veintidós se casó, pero su mujer, con quien tuvo un criticado comportamiento, murió en 1996, tras lo cual contrajo matrimonio con la periodista paquistaní Nadira Alvi), cambió sus prejuicios: «Era un país sometido, y también el lugar de cuya gran pobreza tuvieron que escapar nuestros abuelos a finales del siglo XIX». Una tierra desolada que le hizo replantearse el concepto de «hindú» o «los prototipos de ser colonia o indio». Frustrado académicamente, contó que empezó a escribir a los veintitrés años con una premisa fundamental: «Intentaba continuamente relacionar la literatura con la vida», y que siempre se consideró, por encima de todo, un escritor cómico.
En este sentido, el lector español ha tenido la oportunidad, en estos últimos años, de profundizar en la trayectoria de Naipaul a partir de estos y otros textos de carácter biográfico. «Una zona de oscuridad», por ejemplo, fue la ocasión para conocer in situ sus orígenes. Subtitulado «El descubrimiento de la India» (1964) –había debutado en 1957, con «El sanador místico»–, el libro era una mezcla de crónica viajera y denuncia social que se le había ocurrido, explicaba, mientras escribía su obra más reconocida, una visión personal de la vida en Trinidad y Tobago: «Una casa para el señor Biswas» (1961). ¿Pero a qué se debía esa zona de oscuridad del título para un país todo luz, todo color? El contraste partía del recuerdo de su infancia, cuando oía hablar de la India de forma indefinida, y esa percepción «oscura» se extendería año tras año; persistiría incluso pisando territorio hindú y recorriendo Bombay, Delhi y Cachemira.
«Quizá la India fuera inagotable, pero mi India no era como la de los ingleses o los británicos. Mi India estaba llena de dolor», decía al recordar cómo sus antepasados, en el siglo XIX, habían hecho un larguísimo viaje desde la India hasta el Caribe, de al menos seis semanas. Naipaul se propondría estar allí un año, sin saber si podría soportar la pobreza «estremecedora», la sordidez –«Los indios defecan en todas partes», y de «esas figuras acuclilladas no se habla jamás»– y el olvido del mensaje de Gandhi –«El mahatma ha sido absorbido por la espiritualidad amorfa y el pragmatismo decrépito de la India».
Él, un hombre controvertido en algunos de sus juicios, que se vio siempre sin ser ni inglés ni indio, que jamás se creyó del todo los libros de Kipling o E. M. Forster, insistió en ofrecer una India cruda y directa, exponiendo los malditos asuntos burocráticos necesarios para llegar al país y abriendo su escrito a multitud de testimonios que daban vivacidad a una narración que a veces pecaba de ser demasiado descriptiva. Aunque es lógico que se demorase en ello alguien para quien la India fue un telón de fondo imaginativo, «no el país de verdad sobre el que al cabo de poco empezaría a leer y cuyo mapa me aprendí de memoria». El mapa de una India inglesa que intentó desmontar y extraer del prejuicio occidental.
A este respecto, otro premio Nobel, el surafricano J. M. Coetzee, en el ensayo «V. S. Naipaul, “Media vida”», en que analizaba esta obra que se inspiraba en la visita que hiciera a la India el autor inglés W. S. Maugham, hablaba de cómo, en el mencionado «Una zona de oscuridad», «Naipaul describe a Gandhi como un hombre profundamente influido por la ética cristiana, capaz, después de pasar veinte años en Suráfrica, de ver India con el ojo crítico de un extranjero, y en este sentido como «el menos indio de los líderes indios». Y es que Naipaul se distinguió por hablar sin ambages, lo que le costó entrar en ciertas polémicas, algunas de las más célebres con Salman Rushdie, que enseguida escribió en una red social al enterarse del fallecimiento de su colega: «Estuvimos en desacuerdo toda nuestra vida, sobre política, sobre literatura, y siento como si acabara de perder a un amado hermano mayor».
Publicado en La Razón, 12-VIII-2018