En
1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía
que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se
entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que
sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora,
extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la
que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Claudia Larraguibel.
Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
El trópico,
siempre el trópico. Hay un pequeño pueblo de cultivadores de cacao en las costas
de Venezuela que se llama Chuao. Si por obligación tuviera que renunciar a
moverme, trasladarme y viajar, elegiría este lugar verde y azul, aislado entre
la selva y el mar, con un río que corre caudaloso hasta la playa, donde el
tiempo transcurre a otro ritmo y la temperatura y la humedad son siempre
perfectas.
¿Prefiere los animales a la gente?
Definitivamente
no. Me gusta la gente. Es cierto que mientras más se envejece, menos tolerancia
se tiene con la estupidez humana, pero aún así las personas casi siempre
despiertan mi interés, mi curiosidad y a ratos también mi afecto.
¿Es usted cruel?
A veces, supongo.
Es inevitable ejercer pequeñas crueldades, sobre todo con gente que conoces y
que te quieren bien: puedes hacerles sufrir justamente porque sabes de sus
debilidades.
¿Tiene muchos amigos?
Tengo
muchos y muy buenos amigos. Muy distintos entre sí. De muchas partes del mundo.
Es una fortuna haber conservado a tantos a lo largo de los años y a pesar de
haberme trasladado de un país a otro.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
No busco
ninguna cualidad en particular, como tampoco espero demasiado de ellos. Creo
que una buena amistad se mantiene justamente gracias a pedir poco más que poder
sentarse de vez en cuando a conversar cosas que nos importen a ambos.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
No. Tal
vez he tenido mucha suerte. Pero en realidad ‘sentirse decepcionado’ es un
estado que me aburre, demasiado quejica.
¿Es usted una persona sincera?
Me
gustaría decir que sí. Y nunca me he traicionado, ni en lo que he dicho ni en
lo que he escrito. Pero, bien porque tengo un temperamento que huye de los
conflictos o porque siendo escritora me gusta siempre situarme en muchos lugares
y en muchos puntos de vista diferentes, la mentira, la simulación, el
artificio, la exageración, el disfraz, la diplomacia, la contradicción, andan por
ahí rondando, siempre cerca.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Viajando.
¿Qué le da más miedo?
El dolor
físico. Y, desde que soy madre, que mi hijo sufra.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le
escandalice?
Pocas
cosas. La indiferencia ante el sufrimiento ajeno. Que los gobiernos todavía nos
digan qué podemos hacer y qué no con nuestro cuerpo.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida
creativa, ¿qué habría hecho?
Montones
de cosas. Me hubiera gustado ser bailarina o cantante… o cualquier profesión por
la que tuviera que vivir cerca del mar.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Nado desde
que soy adolescente. Haciendo largos en la piscina uno puede realmente
olvidarse de los demás. Y hago yoga hace un montón de años, es mi manera de
mantener elástico no sólo el cuerpo sino la cabeza.
¿Sabe cocinar?
Aprendí a
cocinar en Madrid, cuando a mediados de los noventa fui a estudiar a España.
Compartía piso con una amiga vasca, un catalán y un sevillano, un cóctel
explosivo. Ellos discutían mucho, con ese apasionamiento que me maravilló en
aquel momento y que aún admiro en los españoles. Mientras ellos peleaban me
gustaba refugiarme en la cocina y, con un libro de recetas que llevé en la
maleta, preparar esos platos venezolanos que siempre había comido pero nunca
había preparado.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un
personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
A Hedy Lamarr,
que no sólo era actriz sino también inventora, y tuvo una vida exagerada e
intensa, perfecta para ser contada. Cuando era pequeña fuimos de vacaciones a
una casa en la montaña y en el salón había una colección completa de Selecciones
Reader’s Digest. Fue la primera y única vez que los leí y me gustaron
muchísimo.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de
esperanza?
Ilusión.
¿Y la más peligrosa?
Paraíso.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
No, nunca.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Me sitúo a
la izquierda, pero realmente, ¿qué quiere decir eso hoy en día? Me lo pregunto
cada vez que voy a votar.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Cualquier
cosa capaz de volar.
¿Cuáles son sus vicios principales?
Dormir.
¿Y sus virtudes?
No es por
falsa modestia pero virtuosa, poco.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema
clásico, le pasarían por la cabeza?
Una azotea
desde la que se puede ver toda la ciudad. Un jardín de hierbas al fondo de un
patio, agachada en el suelo, oliendo el tomillo, la menta, el orégano. Una
pequeña cala en Ibiza, flotando en el mar.
T. M.