domingo, 9 de septiembre de 2018

Entrevista capotiana a Claudia Larraguibel


En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Claudia Larraguibel.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
El trópico, siempre el trópico. Hay un pequeño pueblo de cultivadores de cacao en las costas de Venezuela que se llama Chuao. Si por obligación tuviera que renunciar a moverme, trasladarme y viajar, elegiría este lugar verde y azul, aislado entre la selva y el mar, con un río que corre caudaloso hasta la playa, donde el tiempo transcurre a otro ritmo y la temperatura y la humedad son siempre perfectas.
¿Prefiere los animales a la gente?
Definitivamente no. Me gusta la gente. Es cierto que mientras más se envejece, menos tolerancia se tiene con la estupidez humana, pero aún así las personas casi siempre despiertan mi interés, mi curiosidad y a ratos también mi afecto.
¿Es usted cruel?
A veces, supongo. Es inevitable ejercer pequeñas crueldades, sobre todo con gente que conoces y que te quieren bien: puedes hacerles sufrir justamente porque sabes de sus debilidades.
¿Tiene muchos amigos?
Tengo muchos y muy buenos amigos. Muy distintos entre sí. De muchas partes del mundo. Es una fortuna haber conservado a tantos a lo largo de los años y a pesar de haberme trasladado de un país a otro.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
No busco ninguna cualidad en particular, como tampoco espero demasiado de ellos. Creo que una buena amistad se mantiene justamente gracias a pedir poco más que poder sentarse de vez en cuando a conversar cosas que nos importen a ambos.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
No. Tal vez he tenido mucha suerte. Pero en realidad ‘sentirse decepcionado’ es un estado que me aburre, demasiado quejica.
¿Es usted una persona sincera? 
Me gustaría decir que sí. Y nunca me he traicionado, ni en lo que he dicho ni en lo que he escrito. Pero, bien porque tengo un temperamento que huye de los conflictos o porque siendo escritora me gusta siempre situarme en muchos lugares y en muchos puntos de vista diferentes, la mentira, la simulación, el artificio, la exageración, el disfraz, la diplomacia, la contradicción, andan por ahí rondando, siempre cerca.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Viajando.
¿Qué le da más miedo?
El dolor físico. Y, desde que soy madre, que mi hijo sufra.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
Pocas cosas. La indiferencia ante el sufrimiento ajeno. Que los gobiernos todavía nos digan qué podemos hacer y qué no con nuestro cuerpo.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Montones de cosas. Me hubiera gustado ser bailarina o cantante… o cualquier profesión por la que tuviera que vivir cerca del mar.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Nado desde que soy adolescente. Haciendo largos en la piscina uno puede realmente olvidarse de los demás. Y hago yoga hace un montón de años, es mi manera de mantener elástico no sólo el cuerpo sino la cabeza.
¿Sabe cocinar?
Aprendí a cocinar en Madrid, cuando a mediados de los noventa fui a estudiar a España. Compartía piso con una amiga vasca, un catalán y un sevillano, un cóctel explosivo. Ellos discutían mucho, con ese apasionamiento que me maravilló en aquel momento y que aún admiro en los españoles. Mientras ellos peleaban me gustaba refugiarme en la cocina y, con un libro de recetas que llevé en la maleta, preparar esos platos venezolanos que siempre había comido pero nunca había preparado.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
A Hedy Lamarr, que no sólo era actriz sino también inventora, y tuvo una vida exagerada e intensa, perfecta para ser contada. Cuando era pequeña fuimos de vacaciones a una casa en la montaña y en el salón había una colección completa de Selecciones Reader’s Digest. Fue la primera y única vez que los leí y me gustaron muchísimo.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Ilusión.
¿Y la más peligrosa?
Paraíso.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
No, nunca.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Me sitúo a la izquierda, pero realmente, ¿qué quiere decir eso hoy en día? Me lo pregunto cada vez que voy a votar.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Cualquier cosa capaz de volar.
¿Cuáles son sus vicios principales?
Dormir.
¿Y sus virtudes?
No es por falsa modestia pero virtuosa, poco.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Una azotea desde la que se puede ver toda la ciudad. Un jardín de hierbas al fondo de un patio, agachada en el suelo, oliendo el tomillo, la menta, el orégano. Una pequeña cala en Ibiza, flotando en el mar.
T. M.