Hace bastantes años, acudí a una pequeña sala teatral de Barcelona para asistir a una función preciosa: era una adaptación de una novela corta de Stefan Zweig, Los ojos del hermano eterno. Guardo una sensación fabulosa de cómo un dúo de actores llevaron a escena aquel texto, como siempre en el autor austriaco, lleno de pasión, indagación psicológica y sentimiento. El ámbito del escenario dramático, incluso audiovisual (Zweig tuvo muy mala suerte con la adaptación al cine de sus novelas, proyectos que fueron malográndose), encaja a las mil maravillas con él, pero ¿también el género musical?
Esta es la primera sorpresa que uno afronta al acudir a ver 24 hores de la vida d'una dona, en el Teatro Onyric de Barcelona (del 7 al 25 de noviembre en cartel). Esta obra maestra de Zweig con la que cautivó a tantos millones de lectores en medio mundo ha sido llevada a la canción, en catalán, con el protagonismo de una Silvia Marsó estelar; la actriz, con una dilatada trayectoria en cine, televisión y teatro, se muestra inconmensurable en su papel de mujer que vivió una pasión solo un día que pudo cambiarle la vida, y de hecho la cambió al arrastrar su recuerdo hasta la vejez.
Con una puesta en escena exquisita, con unos pocos elementos de atrezo que cobran importancia a lo largo de la obra de modo asombroso, con tres músicos haciendo un trabajo excepcional (piano, violoncelo y violín), y otros dos actores magníficos, Marc Parejo y Germán Torres, 24 hores de la vida d'una dona es un in crescendo continuo, con maravillosas canciones, con sinuosos bailes, con una simbiosis entre música y texto formidable. Un trabajo redondo, dirigido por Ignacio García, en que Marsó brilla y seduce, por medio de su notabilísima capacidad de canto, su profesionalidad ejemplar, su belleza juvenil, fresca e irresistible.