Fue en su época
muy célebre y hoy está algo olvidado, pero gracias a iniciativas como la que
está llevando a cabo la editorial asturiana Hoja de Lata, la obra de Upton
Sinclair vuelve a redimensionarse, con la ya cuarta entrega de la serie de once
gruesos libros que el escritor de Baltimore publicó en torno a su personaje
Lanny Budd, hijo ilegítimo de uno de los mayores fabricantes de armas del
mundo. Se trata de “Ancha es la puerta”, título de inspiración bíblica
(traducción de Pablo González-Nuevo), del año 1942, que viene a dar continuidad
al que había visto la luz el año anterior y que había merecido el premio
Pulitzer, “Los dientes del dragón”.
Sinclair es uno
de esos escritores cuya literatura incidió en la vida cotidiana de la gente.
Así las cosas, este socialista moderado llevó sus sueños de reformar la vida
laboral americana a sus novelas, como “La jungla”, donde denunció la
explotación de los obreros y la insalubridad de las tareas que, por encargo de
un periódico, vio en los mataderos de Chicago en 1904. A raíz de que el
presidente Roosevelt se entrevistara con el escritor en la Casa Blanca, se
dispondrían leyes que regularizaron la industria alimentaria. Y si en este tipo
de novelas Sinclair destapó injusticias y tumbó la utópica idea de Estados Unidos
como tierra de las oportunidades, en algunos de los títulos protagonizados por
Lanny Budd viajó a la Europa de entreguerras para que su personaje se moviera
como pez en el agua entre comunistas clandestinos, republicanos españoles o
militares nazis.
Con su continua coartada como marchante de arte, Budd va estrechando
contactos en un tiempo en que descubre la importancia del negocio de la
aviación y va obteniendo “información muy útil que después compartía
discretamente con sus amigos de clase trabajadora”. Hitler es una amenaza más
que real a mediados de los años treinta, y domina los pensamientos de este
dandi millonario que a la vez quiere combatir el capitalismo. En ese contexto
se irá interesando por lo que pasa en nuestro país, sobre todo pasada la mitad
de la novela –“Hacía ya tres años que el rey Alfonso había sido destronado.
España se había convertido en una república–, con la ayuda de un español, Raúl
Palma, “un internacionalista que abogaba por el desarme y la hermandad entre
naciones”. De tal modo que la pareja de amigos viaja, por ejemplo, a Barcelona
–“Nadie tenía inconveniente en hablar sobre la situación política en
Cataluña”–, en una continua aventura absorbente, a las puertas de una Guerra Civil
Española, en que Sinclair demostró su vigoroso don narrativo tanto como un
conocimiento de la historia en verdad extraordinario.
Publicado en La Razón, 1-XI-2018