Se podría decir
que la relación entre Dante y la traducción de su obra al español empieza en
una isla del Caribe hace cincuenta años. Ángel Crespo, una vez establecido en
Puerto Rico en 1967 como profesor universitario, junto a su inseparable Pilar
Gómez Bedate, recientemente desaparecida, y ante la preparación de los dos
cursos de los que constaba la materia “Introducción a la cultura occidental”,
elabora una lista de obras maestras entre las que ha de contar, desde luego,
con la “Comedia”. Es en ese momento cuando las ediciones anteriores en prosa y
sin afán poético alguno –Giovanni Boccaccio la calificó, incorporándose al
título, de “divina”, y así aparece en su edición veneciana de 1555– se le
antojan insuficientes y decide, por fin, enfrentarse a la interpretación de los
versos que ha de explicar a sus alumnos.
La labor resulta
impresionante: traduce la obra conservando la rima de sus tercetos encadenados
y, tras un profundo estudio tanto del contexto literario italiano de la época
como del español, adapta el poema. Crespo entiende que, como ocurre con el
catalán y con el portugués, el italiano ha evolucionado hacia una flexibilidad
de la que no goza el castellano moderno, así que se verá obligado a buscar
aquellas referencias lingüísticas más adecuadas para su trabajo. Éstas las
hallará en obras como la del Marqués de Santillana, situadas entre lo medieval
y lo renacentista, y de este modo irá componiendo su versión. Los tres cantos
de la “Comedia” se irán publicando en los años setenta y Crespo iniciará una
serie de conferencias por toda Italia, e incluso se celebrará un seminario en
Florencia para el estudio de su traducción hasta que, en 1979, publique “Dante
y su obra”.
Más adelante,
vendrían otras meritorias versiones, como la de Abilio Echevarría, que mantuvo
el metro dantesco, pero un libro infinito como este, cuya escritura se
extendería entre los años 1304 y 1321, reclama renovadas lecturas de aquellos
que, dedicándose a traducir, estropean las obras de quienes han mejorado
nuestra vida, como dice José María Micó (Barcelona, 1961) en el prólogo de su
versión de la “Comedia”, encabezado con una dedicatoria justamente a los
traductores de Dante. Así, la humildad y elegancia de este poeta, profesor
universitario (catedrático de literatura española en la Universidad Pompeu
Fabra) y cantautor en estas palabras introductorias no hacen sino acrecentar la
admiración que le profesamos; y es que todos los elogios que pudiéramos reunir
aquí serían escasos para la labor de este experto insuperable en los versos de
Góngora y traductor del “Orlando furioso” de Ariosto y de la poesía completa de
Ausiàs March que, ahora, alcanza otro hito en su andadura, tras cuatro años de
trabajo intenso en torno al que él considera el libro más importante de la
cultura europea.
Tercetos sin rima
La elección más
importante tiene que ver con la forma poética. No en vano, en su libro “Las
razones del poeta”, Micó analizó la literatura renacentista y barroca, entre
otros asuntos, alrededor de lo que tiene que ver con la “forma poética e
historia literaria”, poniéndose en la piel del poeta para entender el porqué de
una elección métrica concreta. En aquel momento, ya abordó, en “Breve historia
de la rima idéntica”, las razones que tuvo Dante para la elección de ciertas
palabras-rimas, por ejemplo. Pues bien, el traductor barcelonés advierte: “He
decidido traducir en endecasílabos sueltos que presentan asonancias no
sistemáticas, respetando la sintaxis y la disposición estrófica de los tercetos
y prescindiendo de la rima consonante encadenada”. De tal modo que logra
“preservar el sentido literal y reconstruir la condición poética del texto
traducido, dando un grado aproximado de legibilidad”.
Evita así Micó
el riesgo de, con la intención de mantener la rima de los tercetos encadenados
en español, elegir palabras lejanas a la intención original de Dante; y el
resultado es extraordinario: una lectura placentera, sencilla, con el texto
italiano al pie, en una edición perfecta para entendidos en la materia y para
los que ignoran quién fue este florentino que sufrió el destierro –tras la
derrota de su partido político y ocupar varios cargos–y estuvo
por siempre enamorado de su mítica Beatrice. El traductor presenta brevemente y
comenta cada canto, explica en el prólogo cómo ha solventado diversas dudas y
especifica la alucinante simbología de la obra, relativa, claro está, al número
tres. Virgilio lleva al autor a través del Infierno y hasta la cima del
purgatorio, Beatriz lo conduce desde el Edén hasta el Empíreo “y San Bernardo
lo asiste en la visión divina final”. Micó, entonces, sería nuestro cuarto conductor,
el barquero que nos facilita el disfrute, la comprensión y la belleza de un
texto que lleva setecientos años asombrando con sus nueve círculos infernales,
con el antepurgatorio, las siete cornisas y el paraíso terrestre del Purgatorio
y con sus nueve cielos celestiales.
Publicado en La Razón,
8-XI-2018