jueves, 10 de enero de 2019

El monarca de la magia


En 1953, J. R. R. Tolkien pronunció una conferencia en la Universidad de Glasgow sobre el poema “Sir Gawain y el Caballero Verde” (de finales del siglo XIV); en ella, abordaba una aventura acaecida en un escenario artúrico donde el sacrificio y la lealtad alcanzaban cotas máximas. El pretexto para tal cosa era la amenaza del llamado Caballero Verde, que desafiaba a quien tuviera a bien enfrentarse a él. Gawain, sobrino del famoso rey de Camelot, será quien aceptará el reto: “Su motivo es humilde: proteger a Arturo –su pariente mayor, su rey, cabeza de la Tabla Redonda– del ultraje y el peligro; y a cambio corre el riesgo el mismo, el menor de los caballeros (como declara), y aquel cuya pérdida podría ser soportada más fácilmente”.

Como se aprecia en el romance, en estas palabras de Tolkien, la Corte de Arturo y la mesa que presidía junto a su bella esposa Ginebra eran objeto de absoluta veneración. Distintos autores de la Alta Edad Media idealizarían la generosidad y buen juicio del personaje, convirtiéndolo en símbolo de la resistencia de los británicos frente a los sajones invasores. Arturo surgiría por vez primera en un texto en la novena centuria, la “Historia Britonum” de Nennio, y su genio se asentaría en la obra en prosa latina “Historia Regum Britanniae”, de Geoffrey de Monmouth (siglo XII). Luego sus conquistas militares serían recogidas por otros poetas y hasta los reyes recuperarían ante la plebe su ejemplo, como Enrique II, con el fin de prestigiar la monarquía.

Con todo, es la literatura trovadoresca, con sus valores de refinamiento y valentía, la que da a Arturo su leyenda inmortal; en los relatos del francés Chrétien de Troyes es el perfecto señor cortés, y así, poco a poco, su figura cobrará el perfil de un semidiós, y alrededor de él todo será fantástico: su amistad con el mago Merlín, quien le conduce a la mansión de las hadas, de donde se decía que regresaría para liberar a su pueblo; su fabulosa espada Excalibur; la búsqueda del Santo Grial… Pero vendrá una parte oscura: Ginebra lo engañará con Lanzarote, y Arturo se verá abocado a batallas destinadas al fracaso. Una decadencia narrada en la epopeya “La muerte de Arturo”, que escribiera, supuestamente desde la cárcel, sir Thomas Malory, un caballero de vida atribulada, y se imprimiría en 1485.

Esta extensísima obra es la que definitivamente sirve de información e inspiración para un sinfín de poemas y novelas modernos, a veces adaptándose de cara a conquistar al lector infantil o juvenil, como en el caso que ahora nos ocupa, “El rey Arturo y sus caballeros de la Tabla Redonda” (traducción del inglés de José Sánchez Compañy e ilustraciones de Aubrey Beardsley de la edición de 1893), de Lancelyn Green. Este autor británico, perteneciente al círculo literario oxoniense formado en torno al citado Tolkien y su maestro C. S. Lewis, del que fue biógrafo, traza con amenidad y sencillez, desde el advenimiento de Arturo hasta la última batalla de este –“una de las más acabadas tragedias de la literatura inglesa”–, pasando por episodios como la magia de Nimue y del hada, el correspondiente a Sir Tristán y la bella Isolda, o aquel que narra las increíbles aventuras de sir Perceval.

Un lugar deseable

El propósito del autor, tan erudito como sensible a seducir a nuevos lectores, estuvo claro desde el principio, como apunta en el prólogo, en que habla de cómo Malory “no concibió su libro sobre el rey Arturo como una obra unificada, sino más bien como una colección de narraciones dispersas, basadas en distintas fuentes francesas”; en ese sentido, Green aportaría una mayor coherencia argumental, haciendo “de cada aventura parte de una estructura global: el reinado de Arturo, el reino de Logres, el modelo de la caballería y la rectitud enfrentados a la barbarie y al mal que los rodean y que, al final, acabarán por engullirlos”. Todo a partir de diferentes fuentes, algunas apartando el texto de Malory para localizar mejores versiones de algunas leyendas, en un proceso de erudición puesta al servicio del lector nuevo.

En definitiva, una magnífica oportunidad esta para recuperar al héroe y mostrarlo a las nuevas generaciones, pues como dice el autor: “Con las grandes leyendas pasa lo mismo que con los mejores cuentos de hadas: cada época debe volver a contarlas, pues siempre hay en ellas algo nuevo por descubrir». Así, aquel que sale mencionado en “El Quijote” y “Tirant Lo Blanch” y que fascinó a autores tan distintos como Walter Scott, Alfred Tennyson, Álvaro Cunqueiro o Joan Perucho, que retomarían lo artúrico para sus propias obras. Aparecerá en un Camelot que pasaba a ser un lugar deseable de conocer. Algo en lo que también pondría el acento John Steinbeck mediante “Los hechos del rey Arturo y sus nobles caballeros” (1976) y, sobre todo, mucho antes, el Mark Twain del viaje en el tiempo “Un yanqui en la corte del rey Arturo”, novela de aventuras y sátira y crítica social al mismo tiempo al recrear “despiadadas leyes y costumbres” de los reyes de entonces. Ejemplo mayúsculo de cómo la vida del siglo VI podía servir para señalar lo mejor y lo peor, ayer y hoy, de la naturaleza humana.

Publicado en La Razón, 27-XII-2018