miércoles, 17 de abril de 2019

La granjera que mejor entendió a Virginia Woolf


La actualidad editorial en la que se ve inmersa Virginia Woolf –sus novelas más otros textos dispersos: diarios, cartas, crónicas de viajes, ensayos sobre sus autores favoritos...– indica un interés continuo por esa mujer de prodigiosa inteligencia demente, probable lesbiana de vida heterosexual o asexual con su fiel y paciente marido, Leonard Woolf, que la consideró un absoluto genio desde que la conoció y calificó cada una de sus escrituras de obra maestra. Desde que murió en 1941, metiéndose en el río Ouse con una piedra en el bolsillo de su vestido, a los cincuenta y nueve años, después de redactar dos cartas, una para su hermana Vanessa y otra para su marido en la que decía que temía volverse loca definitivamente, su figura como gran narradora no ha dejado de crecer, y la curiosidad por su vida ha generado un buen puñado de biografías.

No teníamos, en contraste a todo ello, algo primordial para valorar lo que significó la obra de Woolf cuando aún daba su escritura a la imprenta, lo cual queda compensado con este magistral estudio de una autora casi por completo desconocida para nosotros, Winifred Holtby, pues únicamente teníamos al alcance en español la reunión de diez cuentos “Remember, remember” (El Nadir Tres, 2009). Esta autora tendría una vida tan corta como intensa y dedicada tanto a las artes como al servicio público: abandonó sus estudios un año más tarde para servir en el Women's Auxiliary Corps, en Francia, hasta el final de la Gran Guerra; a su vuelta, vivió con la escritora pacifista y feminista Vera Brittain, hasta que esta se casó, con sólo veintiocho años fue nombrada directora de la revista feminista “Time and Tide” e ingresó en la League of Nations Union, organización británica cuyo propósito era garantizar la justicia internacional, además de colaborar en la sindicación de trabajadores negros en Sudáfrica. Sin embargo, todo se malograría en 1931, cuando se le diagnosticó la enfermedad de Bright y murió en 1935, a los treinta y siete años, tras consagrar su último tiempo a su novela “South Riding”, que acabó pero no pudo ya ver editada.

Insultos a su estudiosa

Holtby, que ya había publicado cuatro novelas, publicó “Virginia Woolf. Memoria crítica” en 1932 –a partir de un encargo para la colección “Escritores modernos vistos por otros escritores modernos”–, cuando Woolf había dado poco atrás “Las olas”, novela de la cual está extraído su epitafio: «Contra ti me alzaré invicta e implacable, oh muerte». Y eso ha estado haciendo la autora londinense durante las últimas ocho décadas, alzándose gracias a su incomparable obra narrativa –pura poesía en prosa, como no tarda en indicar su estudiosa– y, lo que es menos conocido, crítica, pues destacó como una lectora absolutamente prodigiosa. Woolf no se consideró nunca un crítico literario, diciendo que lo que hay son meros recensores de textos pero no verdaderos críticos, a propósito de la dificultad de enjuiciar obras del presente. Cosa que Holtby consigue con esmero, haciendo evidente que el magnetismo que despierta la autora londinense ya sucedió en vida de esta, de modo que, de haber podido verlo si el destino le hubiera deparado una existencia más longeva, no le hubiera extrañado ver que Woolf ha llegado a ser todo un icono literario, como lo demuestra el hecho de su hogar en Monk’s House sea hoy un lugar turístico.

El traductor Carlos Manzano, en el prefacio, habla de cómo contactaron ambas autoras, en principio con una Woolf agradecida y satisfecha de tal inesperada admiradora, pero luego ruda en sus comentarios que hizo de ella en sus diarios, con palabras despectivas. Y añade: “Los insultos de Woolf son en parte una mascarada de indiferencia y frivolidad para disfrazar su ansiedad respecto al primer estudio crítico escrito en inglés sobre ella, pero también intervienen al respecto diferencias profundas de clase, formación cultural y punto de vista estético”. Y es que la refinada Virginia no podía ser más diferente de la Winifred que se había criado en un medio agrícola de North Yorkshire pero que, con una gran determinación e inteligencia, logró un libro que, pese a las inexactitudes que luego dijo mostrar Woolf, fue realmente audaz y nos empuja directamente a lo más importante: leer o releer las obras de la autora de “La señora Dalloway”.

En esta obra, y en “El cuarto de Jacob”, y en “Al faro”, se detiene Holtby con observaciones estupendas, después de realizar un boceto biográfico de Woolf y hablar de sus primeros relatos –“La travesía”, “Noche y día” o “Lunes o martes”–, en torno a los cuales se atreve a señalar imperfecciones bien argumentadas. Incluso dedica todo un capítulo a considerar ciertos escritos de su objeto de estudio desde un enfoque cinematográfico y, como no podía ser de otra manera en una persona que se interesó tanto por el feminismo, ofrece jugosas meditaciones en torno a la bisexualidad de Orlando relacionando a este personaje con “Una habitación propia”, pues “la Sra. Woolf crea sus personajes masculinamente femeninos y femeninamente masculinos”.

Publicado en La Razón, 11-IV-2019