lunes, 17 de junio de 2019

El comercio mundial



El enfoque de este libro es tan estimulante como arriesgado, al menos puede parecerlo en primera instancia. Casi al comienzo, se diría que Timothy Brook fuerza un poco las justificaciones con las que intenta explicar los argumentos que le han llevado a escribir “El sombrero de Vermeer” (traducción de Victoria Ordóñez Diví). Habla de Delft nada más empezar, la ciudad donde vivió el gran pintor holandés, pero lo hace por el mero azar de un accidente de bicicleta que tuvo allí en su juventud, y que para su propósito lo mismo hubiera podido elegir otra ciudad, como Shanghái. Una alusión más que interesada, pues Brook es un reconocido sinólogo, autor de un estudio importante como “Confusions of Pleasure. Commerce and Culture in Ming China”. Así, en definitiva, dice que va establecer un campo de interconexiones entre Europa y China, para entender cómo se fue gestando el intercambio de mercancías que también alcanzó América, de ahí que subtitule el libro “Los albores del mundo globalizado en el siglo XVII”.

Para penetrar en esa centuria, Brook se fija en ciertos detalles de los cuadros de Vermeer que ilustran lo que estaba ocurriendo. En “Vista de Delft”, se distingue el almacén de la Casa de las Indias Orientales, la primera gran sociedad anónima del mundo y al cabo de unas pocas décadas la corporación comercial más poderosa del mundo. Incluso era “el modelo para las grandes empresas que ahora dominan la economía global”. En otro cuadro, “Militar y muchacha sonriente”, el sombrero que lleva uno de los personajes –que podría estar flirteando con la chica– le lleva a reflexionar sobre las nuevas normas sociales de la época y el comercio del suministro canadiense de pieles de castor, lo cual estimuló la demanda de sombreros. En “Lectora en la ventana”, se aprecia una alfombra turca y una fuente china, dos de las importaciones predilectas de aquellos tiempos, lo cual conduce a Brook a hablar de los viajes comerciales en barco…

Así las cosas, “El sombrero de Vermeer” es un libro de historia y arte, un estudio detallado del modo en que objetos como la porcelana china penetró en los hogares europeos, si bien tal cosa puede acabar generando un estudio tan erudito y bien documentado como farragoso en su detallismo, como cuando explica la diferencia entre diversos tipos de tazones de sopa. Por ello, la idea de que el autor ha querido seguir hablando del universo que tan bien conoce, la historia china, se acrecienta pese a tomar las pinturas del artista holandés como pretexto para acabar hablando de las rutas comerciales que se extendían por todo el planeta.

Visto desde esta perspectiva, la imagen de cajón de sastre que puede dar el trabajo cobra relevancia si uno siente interés por la confección de mapas (cuadro “El geógrafo”), o la costumbre de pesar las monedas por entonces (“Mujer con balanza”). Lo extraño es que este nexo común con las obras de Vermeer no será tal, pues Brook usa obras de Hendrik van der Burch, “Los jugadores de cartas”, sobre otro militar cortejando a una joven, y Leonaert Bramer, “Viaje de los Reyes Magos a Belén”.

Publicado en La Razón, 24-V-2019