En
1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía
que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se
entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que
sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora,
extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la
que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Sylvia Iparraguirre.
Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Mi
escritorio/biblioteca y mi patio de macetas y sol.
¿Prefiere los animales a la gente?
En el 90%
de los casos, sí.
¿Es usted cruel?
Jamás. La
crueldad es uno de los impulsos humanos que no puedo comprender.
¿Tiene muchos amigos?
Conozco
mucha gente, tengo pocos amigos.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Sinceridad,
sentido del humor, sabiduría, que no quiere decir erudición sino sensatez,
comprensión del mundo y de los otros.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
Mis amigos
no, pero algunas personas, sí.
¿Es usted una persona sincera?
Sí.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Ver cine,
reunirme con amigos, hablar de literatura, estar en contacto con la naturaleza
y con animales, andar en bicicleta, recorrer barrios de Buenos Aires, descubrir rincones y bares.
¿Qué le da más miedo?
La
banalidad, la irresponsabilidad, la falta de sensibilidad, la indiferencia, un
mundo híper tecnologizado y poco humano.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le
escandalice?
La
corrupción, la pobreza, y la falta de imaginación de los políticos,
imposibilitados de ponerse en el lugar de la gente.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida
creativa, ¿qué habría hecho?
No sé cómo
contestar, solo escribir. Ser escritora, no se me ocurre otra cosa.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Diversos.
Mucho tiempo Pilates, yoga, siempre, caminar y bicicleta cuando voy afuera.
¿Sabe cocinar?
Sí, y me
encanta, pero no soy creativa, soy limitada
en mis recetas.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un
personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
A mi
abuela española, leonesa, de Puebla de Lillo, que vino a los siete años a la
Argentina.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de
esperanza?
Comprender.
¿Y la más peligrosa?
Destruir.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
He querido
mandar al diablo, insultar y hasta pegar a alguien, pero matar todavía no se me
ha ocurrido, salvo imágenes de perversidades con niños, refugiados y animales.
Pero el odio es peligroso y no debemos permitir que entre en nosotros. O, mejor
dicho, yo no lo permito en mí.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Soy una
socialista convencida, en tanto socialismo signifique inclusión, oportunidades,
equidad, pero, sobre todo, una ética, un comportamiento, algo que nada tiene
que ver con la demagogia ni el populismo.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Tal vez
cantante. Tal vez tocar muy bien el piano.
¿Cuáles son sus vicios principales?
El
chocolate, el jamón crudo, dejé de fumar hace poco, y la obsesión, cuando
trabajo, de llevar lo que hago al mayor nivel posible, lo que, a veces, cansa o
aburre a los demás.
¿Y sus virtudes?
Soy una
persona en la que se puede confiar.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del
esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
La mirada
de mi amor, mi compañero de toda la vida, que ya no está conmigo; imágenes de
infancia en pueblos de provincia; mi padre y su gesto protector de acariciarme
el pelo; el amor incondicional de mi
madre, la mirada de animales que he rescatado, el ruido del viento entre los
árboles.
T. M.