viernes, 13 de diciembre de 2019

La adolescencia en la periferia


Entre 1887 y 1896, y dividido en nueve tomos a lo largo de tres series, se fue publicando en París un diario único en el mundo de las letras por varias razones; primero, por ser de los primeros (si no el primero) en tener un marcado carácter socioliterario y no meramente privado o adscrito a alguna crónica viajera, por ejemplo, y sobre todo por estar concebido por dos personas, dos hermanos, que redactaban todo al alimón con una armonía y laboriosidad extraordinarias. Eran Jules de Goncourt y Edmond de Goncourt, cuyos relatos la historia ha relegado al olvido pero cuyo apellido tiene un eco constante en el ambiente cultural galo y hasta internacional por el premio así llamado, el cual se empezó a llevar a término para cumplir con una voluntad que dejó dicha en el testamento Edmond.

Este había muerto en 1896, y quedaba ya muy atrás la desaparición, en 1870, de su querido e inseparable hermano menor, en cuya memoria, pues, estuvo erigido este galardón que dio comienzo en 1903 y que tiene un casi inexistente premio en dinero pero una proyección comercial enorme. El último de ellos ha recalado en Nicolas Mathieu, de cuarenta años y en la actualidad residente Nancy, nacido en Épinal en 1978, en lo que es su segundo libro, Leurs enfants après eux. El autor, después de estudiar historia y cinematografía, se trasladó a París y en 2014 publicó su primera novela, Aux animaux la guerre, que recibió los premios Erckmann-Chatrian y Mystère de la Critique, y más adelante incluso colaboró en la adaptación para convertir esa historia en una serie televisiva que emitió France 3. Se trataba de seis episodios de casi una hora de duración que se emitió el noviembre del año pasado y que tenía un trasfondo sociológico muy enfatizado, pues se habla de cómo se intentaba llegar a un acuerdo con respecto al cierre de una fábrica en los Vosgos –el área de una cordillera así llamada, en el noreste de Francia, frontera natural entre las regiones de Alsacia y de Lorena–, y en que una inspectora de trabajo intervenía con la tensión de saber que sólo podía salvar a unos pocos empleados de ir al paro; una historia que de repente daba un giro argumental cuando, una noche, los faros del coche de dicha inspectora iluminaban a una chica que corría medio desnuda.

Sus hijos después de ellos, que se pone a la venta el 19 de septiembre y tendrá difusión en España mediante un acto en el Institut Français de Barcelona, donde se hará la presentación con el autor, el día 26, además de haber recibido todo tipo de parabienes por parte de la crítica francesa, recibió otros galardones aparte del Premio Goncourt 2018, entre ellos el premio Blù de la asociación Jean-Marc Roberts, el Feuille d'Or de la ciudad de Nancy o el premio Alain Spiess-Le Central a la segunda novela. De modo que estamos ante una firma literaria ya consagrada pese a la juventud y escasísima trayectoria del autor, que "se incluye en la tradición del premio Goncourt, por ser un escritor nuevo y joven y haber escrito un libro social, contemporáneo, que habla de la juventud francesa, lo que es raro en Francia", según dijo, tras el anuncio, el presidente del jurado, el escritor y leyenda de la crítica literaria y la divulgación literaria televisiva Bernard Pivot.

La novela, cuyo peculiar título responde a unas palabras del Eclesiástico (Libro de Sirácida, 44, 9) –“De otros no ha quedado recuerdo, desaparecieron como si no hubieran existido, pasaron cual si a ser no llegaran, así como sus hijos después de ellos”–, es un canto a los problemas de la adolescencia, todo contextualizado en el mes de agosto de 1992, en un valle olvidado del este de Francia, en la ciudad ficticia de Heillange, pero que representa a muchas urbes reales castigadas por la globalización y la falta de aspiraciones para su juventud. Allí encontraremos a Anthony, de catorce años, que por puro aburrimiento acaba robando, junto a su primo, una canoa para saciar su curiosidad y merodear por una playa nudista cercana. Una gamberrada que le conducirá al hallazgo de su primer amor, que será trascedente para lo que irá ocurriendo a lo largo de la novela, pues la acción alcanza 1998, en los días del Mundial de fútbol. 

De tal manera que Sus hijos después de ellos también pretende ser un relato de una época sociopolítica concreta en Francia, en paralelo a las andanzas de unos chicos que sufren la desorientación de ver nublado su futuro por la falta de oportunidades que tienen frente a sí. La estructura del libro parte de la recreación de esos cuatro veranos consecutivos, con diálogos continuos y vivaces, entre polígonos, pueblos que se divierten en las atracciones de feria, hombres que hacen lo posible para llevar el jornal a su casa –el padre de Anthony, por ejemplo, malvive cuidando jardines y se entrega al alcohol– y mujeres aisladas en esa Francia interior, descrita como un páramo para labrarse una vida feliz en medio de escaseces y un profundo tedio. La única esperanza es el lago, es ver a las chicas, es hacer travesuras y charlar sobre cosas que no pasarán, o no hacer nada mientras la vida transcurre sin más: “El caso es que por la tarde siempre había cinco o seis chicos que esperaban indefinidamente debajo de la marquesina, apoyados en la pared o sentados en el murito, escupiendo en el suelo y fumando porros”. Literatura, pues, que se integra en la tradición de las novelas que captan el sinsabor de los adolescentes de la periferia, destinados a repetir el futuro mediocre de sus padres, anclados en una tierra que antaño fue próspera gracias a unos altos hornos y que ya ha desaparecido, un suelo que tras seis generaciones convertido en “unas siluetas rojizas, una tapia y una verja cerrada con un candadito” y que solo sirve para que los niños se la vayan cargando a golpe de tirachinas.

Publicado en Qué Leer, septiembre 2019