domingo, 9 de febrero de 2020

Napoleón, el gran prestidigitador


«El mundo entero conocía el nombre del emperador, pero pocos sabían algo de él. Pues, al igual que un rey verdadero, era también un solitario. Era amado y odiado, temido y venerado y, raras veces, conocido tal como era. Solo se le podía odiar, amar, temer, adorar, como si fuera un dios, pero era un hombre.» Este fragmento de la novela de Joseph Roth «Los cien días» retrata certeramente la figura de un Napoleón I de Francia que acaba de regresar de su exilio en la isla de Elba en 1815 y que, durante ese tiempo de restauración, se prepara para Waterloo, de fin aciago para él. Es el Napoleón que se ve aclamado por los parisinos y que, aún a día de hoy, despierta pasiones históricas y detracciones sin cortapisas. 

En la actualidad, uno de los que más sabe sobre este hombre contradictorio, tan temerario como emprendedor, es Patrice Gueniffey, que publicó en francés este monumental “Bonaparte 1769-1802” (traducción de José Andrés Ancona Quiroz) en 2013 y que de inmediato tiene que convertirse en un título de referencia inexcusable para el interesado en el líder que, en la novela citada, quedó definido como débil y fuerte, fiel y traidor, apasionado e indiferente, orgulloso y humilde… Todos los extremos de la personalidad humana se encarnaron en Napoleón, y a su vez se reflejaron en sus ideas político-bélicas, algo que el historiador deja traslucir ya desde la introducción, hablando de él como de “un mito, una leyenda; mejor aún: una época. La ha llenado con su nombre de una manera tan completa que él y su tiempo difícilmente pueden vivir separados”. 

Chateaubriand, que tan bien lo conoció, dijo, en el capítulo de sus memorias en que lo compara con Washington, que éste respondió a la democracia mientras que Bonaparte pasó por encima de ella. Y en efecto Gueniffey, mediante esta insuperable biografía, lo presenta como intérprete de todos los personajes: patriota corso, revolucionario jacobino, monárquico moderado, conquistador, diplomático, legislador, dictador republicano y monarca constitucional… Gueniffey nos trae sus años de infancia, el traslado a Francia y el aprendizaje militar, el impulso revolucionario, las triunfales labores militares en Italia y en Egipto, la intervención en la Revolución francesa y el hecho de erigirse como cónsul vitalicio.

Pero más allá del rigor histórico y el interés por las acciones de un militar y político del que se han escrito decenas de miles de obras, lo más interesante, y que hará que ninguna biografía sea en realidad definitiva al respecto, como dice humildemente el autor, es Napoleón como el personaje poliédrico que fue retratado mediante el pincel de grandes artistas que quisieron captar su esencia moral. Pues tendremos siempre delante a una suerte de “prestidigitador”: “No sólo cambiaba de papel y vestuario según las circunstancias, sino también de nombre, incluso de apariencia”. Asimismo, el libro, además de proponer estas miradas singulares, viene a compensar la falta últimamente de biografías napoleónicas, al sufrir el protagonista una merma en su reputación, incluso desde de su propia familia; fue el caso de la psicoanalista Marie Bonaparte, que dijo de su tío bisabuelo: «¡Qué monumental asesino!».

Publicado en La Razón, 6-II-2020