Hace escasos meses la editorial Espasa recuperaba dos títulos de Erle Stanley Gardner, creador de un personaje de ficción que alcanzó una inmensa fama, Perry Mason, ahora de actualidad gracias a una serie de HBO; un investigador privado que se movía como pez en el agua en los años treinta en Estados Unidos, en el tiempo crítico de la Gran Depresión, y que protagonizó unas ochenta novelas de gran éxito, más si cabe cuando sus peripecias, sobre todo relacionadas con casos de homicidio, pasaron a una serie de televisión con el actor Raymond Burr.
El espectador relacionará enseguida los capítulos de esta serie con escenas ambientadas en una corte judicial, en lo que es un ejemplo entre un millón de la relación entre el mundo del Derecho y la pequeña pantalla. Un vínculo infinito que también ha desarrollado la gran pantalla, como ahora ha analizado Rafael de Mendizábal (Jaén, 1927) en un libro muy bien ilustrado. Estamos ante un magistrado emérito del Tribunal Constitucional y con un impresionante bagaje dentro de este ámbito –presidente de la Sala Tercera del Tribunal Supremo o creador de la Audiencia Nacional que presidió durante diez años–, un abogado galardonado de forma eminente y autor de varios libros de diferente temática (Averroes, el Tribunal de Cuentas, la descolonización de Guinea Ecuatorial…).
Lo primero que llama la atención de “Cine y Derecho” es su atrayente estructura desde su prólogo, titulado “¡Que pase el acusado!”: Mendizábal afronta una tarea que podría ser ingente, por el número de películas que tratan asuntos de tipo jurídico o con juicios –lo que tanto ha desarrollado el cine norteamericano, creando de ello todo un espectáculo retórico– de por medio. En primer lugar, el autor ofrece un análisis general de su objeto de estudio; luego, explora las características de veintidós películas, todo teniendo en cuenta el contexto histórico sociohistórico de cada cinta, lo que lleva tanto a conocer detalles fílmicos bien interesantes como a recibir una amena lección de abogacía. “El caso Winslow”, “Pena de muerte”, “La costilla de Adán”, “Anatomía de un asesinato”, “Las brujas de Salem”, “JFK, caso abierto” o “Matar a un ruiseñor” surgen en toda su complejidad judicial y fondo humano, como cuando aborda el film adaptado de la novela de Harper Lee, aludiendo Mendizábal a que, a lo largo de su trayectoria, ha conocido a muchos abogados que tenían algo de Atticus: aquel hombre íntegro que, defendiendo a un negro acusado injustamente de violación, dijo: “Si no lo hubiera hecho no podría ir con la cabeza alta”.
Publicado en La Razón, 27-II-2021