sábado, 19 de junio de 2021

La incógnita del propio ser


Qué mujer fascinante, bella, misteriosa, elegante. Era de origen ucraniano pero vivió en Brasil toda la vida, y murió en Río de Janeiro en 1977. Debutó a los 19 años con la novela “Cerca del corazón salvaje” (1944), dejando claro ya que la conciencia, lo innombrable, lo metafísico –lo imposible de definir con palabras– es el campo literario de Lispector. Por su estilo, el nivel de abstracción al tratar el yo, la indagación psicológica de sus personajes y la búsqueda de nuevas expresiones que trasciendan el lenguaje, ella es única: una especie de Kafka carioca. De hecho, sus argumentos son una mera excusa para hacer de la literatura una eterna pregunta que se cuestiona el origen de la vida y el sentido del tiempo o la soledad, los pensamientos más íntimos que nunca encuentran respuesta excepto en el morir, que para ella es un encuentro con uno mismo.

Un ejemplo perfecto de ello es este volumen que reúne la totalidad de sus colaboraciones en el “Jornal do Brasil” –escritas entre 1967 y 1973–, que nos traen a una Lispector que detalla sus asuntos domésticos y familiares o medita sobre el amor y la muerte, sobre el paso del tiempo o las incógnitas del «yo». Un gran trabajo colectivo, traducido por Elena Losada y Teresa Matarranz, a cargo, en su organización y epílogo, de Pedro Karp Vasquez, y con la tarea de búsqueda textual de la mano de Larissa Vaz.

Pero lo mejor en este sentido es el prólogo de Marina Colasanti, que era la encargada de recibir los textos de Lispector en el diario, en su suplemento de los sábados. "Resultaba que aquella escritora maravillosa me pedía que tratara sobre textos con esmero. Como si fuera posible no hacerlo", decía, deslumbrada por la escritora, que le pedía que no tocaran sus comas porque, aseguraba, su puntuación a la hora de escribir era su respiración.

Esta prosa respira así, por ejemplo, en el segundo texto del libro, "La sorpresa”, donde leemos: “Mirarse al espejo y decirse deslumbrada: qué misteriosa soy. Soy tan delicada y fuerte. (...) No hay hombre o mujer que no se haya mirado por casualidad al espejo y no se haya sorprendido consigo mismo. Durante una fracción de segundo nos vemos como un objeto que puede ser mirado. A esto podría llamársele tal vez narcisismo, pero yo lo llamaría alegría de ser. Alegría de encontrar en la figura exterior los ecos de la figura interna: ah, entonces es verdad que no me he imaginado, yo existo”.

Publicado en La Razón, 5-VI-2021