Últimamente se está poniendo de moda la elaboración de libros sobre la
historia de la pintura que intentan librarnos de prejuicios o academicismos
encorsetados que hayan dado validez a apreciaciones convertidas ya en axiomas.
Y esta parece haber sido la intención de Michael Onfray en “El cocodrilo de
Aristóteles. Una historia de la filosofía a través de la pintura” (traducción
de Rosa Bertrán y Marta Bertrán Alcázar), a partir de treinta y tres obras realmente interesantes.
Pero ¿cómo se “pinta” la filosofía? Este
especialista en el mundo filosófico, muy popular en su país y de prestigio
internacional, ha elegido un método para ello. De tal manera que se fija en un
objeto pintado para ilustrar el pensamiento de pensadores relevantes. Empieza
refiriéndose a un lienzo de Rembrandt, “Filósofo meditando”, cuyo título en
realidad escondería un tema bíblico que es lo que debería ser comentado en
primera instancia, aunque los historiadores del arte no lo hayan hecho a su
juicio. El ejemplo le sirve para ilustrar cómo es de necesario poner bien el
foco analítico. Es más, según Onfray, la filosofía no empezaría en Grecia, con los presocráticos, en el siglo VII
antes de nuestra era, al hacer un paralelismo con la pareja formada por Dios y
Cristo: Platón sería el idealista, y a su profeta, Sócrates, que no escribió
nunca nada y que, simbólicamente crucificado por la democracia ateniense.
Como decíamos, en el libro se ofrece un
elemento de un cuadro protagonizado por un filósofo para darnos otra
perspectiva de la pintura, como en el primer caso, del artista, Salvator
Rosa, con “Pitágoras y el pescador”; esto lleva a Onfray a explicar que “en la concepción del mundo de Pitágoras, el alma de su padre podría muy
bien reencarnarse en el cuerpo de un gato o de un perro, de un buey o de un
pez”. Y lo mismo hace con Anaxágoras y un candil, con
Heráclito y unas lágrimas, con Diógenes y una lámpara, con Aristóteles y un
cocodrilo… y así pasando por otros autores fuera del marco antiguo grecolatino
como Agustín, Descartes, Kant, Montaigne, Rousseau, Voltaire o Nietzsche.
Publicado en La Razón, 2-IV-2022