martes, 7 de febrero de 2023

Un siglo con una familia japonesa

Muchas de las ficciones audiovisuales que tenemos al alcance en los últimos tiempos nos han acostumbrado a cómo de importante es, en la sociedad norteamericana, el concepto de legado, sobre todo el que uno proyecta o incluso prepara en vida para cuando no esté. Pero, naturalmente, está también el que se encuentra fuera de nuestro control, el que recibimos a partir de los avatares familiares que nos han precedido y nos han hecho en buena parte lo que somos y llevado a estar donde estamos. De eso va Inheritors (“Herederos”), original del año 2020, de la debutante Asako Serizawa, novela convertida en español en El legado.

La autora, que se apoya en la delicadeza por las pequeñas cosas, tan propia de la literatura nipona –todo empieza con la alusión detallada de unos tomates–, sin duda habrá concebido su relato con conciencia de lo que estaba desarrollando, dada su complejidad estructural y el trasfondo social e histórico que presenta. Estamos ante una de esas novelas en que cabe ir reuniendo lo leído para asociar personajes y etapas y, con algo de paciencia, ir llegando a la esencia, en este caso, al vínculo de los integrantes de una familia que iremos conociendo a lo largo de más de cien años.

Muy en especial, a lo largo del libro, que se presenta a modo de reunión de cuentos, se percibe cómo los emigrantes nipones vivieron las leyes racistas en Estados Unidos, como el hecho de que en 1924 se cerraran todos “los puertos a los inmigrantes asiáticos, a excepción de casos especiales”, o cómo hasta 1948 no se abolió en California la ley contra el mestizaje; por otro lado, se palpan entre líneas las mil y una consecuencias de la Segunda Guerra Mundial, en particular en torno al sufrimiento de las ciudades de Hiroshima y Nagasaki.

Ese terrible legado que recibieron las siguientes generaciones está contado en la novela a través de diálogos de tono muy natural, pero siempre con un punto detrás de dolorosa rememoración. Un médico retirado cuyo comportamiento en esa etapa bélica está rodeado de remordimientos, u otro hombre que de repente se entera de que tiene ascendencia coreana (y esclava), y no japonesa, son algunos de los personajes que Serizawa despliega en un árbol genealógico al comienzo y que nos llevaría desde fines del siglo XIX hasta la década del 2030.

El carácter fragmentario de la novela, y algunos detalles como el capítulo siete, titulado “El Jardín, también conocido como teorema para la supervivencia de las especies”, la hace difícil pero estimulante a partes iguales; pero,  más allá de los personajes que ejemplifican cómo fue instalarse en América para las gentes asiáticas –empezando con la matriarca de la familia, casada durante casi cincuenta años–, los crímenes perpetrados en Japón o la lealtad hacia el Emperador, se proyecta la idea de lo que es en realidad lo histórico. De tal modo que, en una nota final, la autora reflexiona sobre ello de forma muy interesante, pues no en vano se nota que sus investigaciones fueron arduas y profundas. “Lo que sí puedo decir es que me preocupaba menos capturar una época, un lugar o un acontecimiento, que representar de manera responsable esa época, lugar o acontecimiento”. Un desafío logrado notablemente.

Publicado en Cultura/s, 21-I-2023