viernes, 16 de abril de 2021

Entrevista capotiana a José Abad

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de José Abad.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría? La actual pandemia ha confirmado que a ciertas personas nos basta una casa con la despensa llena y bien pertrechada de libros para resistir un encierro de meses. No quiero decir que me guste, pero algunos estamos mejor preparados que otros para enfrentar situaciones de aislamiento.

¿Prefiere los animales a la gente? Prefiero la gente. La buena gente, en concreto. Gente que sepa hablar y que sepa escuchar. Me encantan las sobremesas hablando de cine, literatura o política al calor de un café, y no me veo haciéndolo con un gato o un perro, por muy cariñosos que sean.

¿Es usted cruel? Quien más quien menos tiene su punto cruel. En mi caso, creo tener más o menos domesticado mi lado salvaje.

¿Tiene muchos amigos? Pocos, pero buenos. Cuando dejan de ser buenos, dejan de ser amigos.

¿Qué cualidades busca en sus amigos? Que tengan una ética mínima y que sean leales.

¿Suelen decepcionarle sus amigos? Si esa ética mínima resulta ser falsa y caen en la deslealtad, sí.

¿Es usted una persona sincera? Aceptablemente sincera. Pero, precisamente para no darle pábulo al lado cruel que decíamos más arriba, hay que echar mano a alguna que otra mentirijilla de vez en cuando.

¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre? No tengo tiempo libre, a dios gracias.

¿Qué le da más miedo? El tobogán suicida por el que se desliza la sociedad actual: la lógica perversa del neoliberalismo, el cambio climático, el ascenso de las ideologías extremistas, la ignorancia, tanto o más contagiosa que el coronavirus.

¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice? La ignorancia de la que hacen gala algunas figuras públicas.

Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho? Yo no decidí ser escritor, esto por delante; yo siempre me sentí escritor. Pero si no me hubiera dedicado a esto me habría gustado hacer algo en el ámbito musical. Me encanta la música, pero lo ignoro casi todo de ella. De hecho, la considero una asignatura pendiente.

¿Practica algún tipo de ejercicio físico? Bajo a pie a comprar el pan y, cuando vuelvo, evito coger el ascensor.

¿Sabe cocinar? Hace unos años le habría contestado con un no rotundo pero, por una serie de circunstancias, estoy obligado a cocinar diariamente y le he cogido gustillo al asunto. El arroz me sale estupendo, modestia aparte. Las lentejas, también.

Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría? Si fuera un personaje histórico, elegiría un escritor: Poe, Borges, Conrad, Chandler, Vázquez Montalbán… Si fuera un personaje ficticio, me decantaría por algún detective tipo Pepe Carvalho o Philip Marlowe.

¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza? Para poder responder a esto, debería conocer muchos idiomas, y no es el caso. Sé cómo se dice “vida” en media docena de lenguas y suena bastante bien en todas ellas.

¿Y la más peligrosa? Neoliberalismo, pero aquí no tiene nada que ver la sonoridad.

¿Alguna vez ha querido matar a alguien? ¡Qué pregunta! Por supuesto que sí. ¿Usted no?

¿Cuáles son sus tendencias políticas? Soy irremediablemente de izquierdas.

Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser? Como le decía antes, me habría gustado saber más de música. También me habría gustado viajar más, más lejos, más a menudo.  

¿Cuáles son sus vicios principales? Soy un yonqui del trabajo. Necesito tener siempre cosas que hacer.

¿Y sus virtudes? Hasta donde yo sé, soy una persona en quien se puede confiar.

Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza? Si me estuviera ahogando, intentaría recordar dónde diantres arrojaron el salvavidas.

T. M.