En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Eduardo Hojman.
Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder
salir jamás de él, ¿cuál elegiría? Si hablamos de una ciudad,
Nueva York o Buenos Aires. Si hablamos de un lugar, un bar de jazz, a última
hora de la tarde, cuando todavía se adivina –pero no se ve— el sol al otro lado
de la ventana y un parque no muy lejano, con los músicos empezando a probar los
instrumentos y como encargado, mientras tanto, de la música de fondo.
¿Prefiere los animales a la gente? No, pero casi.
Depende de qué animal y de qué gente. Tuve dos gatas (Nina y Lilu) y mi compañera tiene
una perra (Chica) a las que prefiero mucho más que a cierta gente.
¿Es usted cruel? No,
en general. Quizá alguna vez he estado cruel.
¿Tiene muchos amigos? Menos de los que me
gustaría.
¿Qué cualidades busca en sus amigos? En Argentina decimos
que alguien es “de fierro”, lo que resume muchas cualidades: constancia,
sinceridad, que uno puede fiarse de él, que va a estar cuando hace falta,
discreción, y muchas otras. Yo quiero que sean “de fierro” (lo contrario es que sean “truchos” o “fallutos”, es decir, falsos, no del todo fiables,
simpáticos pero superficiales, etc.).
¿Suelen decepcionarle sus amigos? Los que suelen
decepcionarme ya no son amigos.
¿Es usted una persona sincera? Mayormente.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre? Siendo autónomo, el
concepto de tiempo libre me resulta muy vago y casi ajeno. Me gusta mucho
viajar, escuchar música, leer, ir al cine, estar con amigos tomando un vino y que
no me importe que los minutos se hagan horas.
¿Qué le da más miedo? De todo: mayormente,
las enfermedades graves.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le
escandalice? La finitud de la vida. La estafa biológica del deterioro.
De manera más pedestre, me escandaliza que siga habiendo monarquías, los
nacionalismos y patriotismos y patrioterismos y demás lacras.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida
creativa, ¿qué habría hecho? No sé si hay algún grado de decisión en el hecho de ser
escritor o de llevar una vida creativa. De hecho, preferiría tener lo necesario
–en términos tanto morales como financieros— para decidir, sin cortapisas, ser
todas esas cosas. En cambio, intento mantenerme a flote haciendo trabajos (pésimamente)
remunerados como cualquier hijo de vecino.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico? Camino todo lo que
puedo y de vez en cuando voy en bicicleta. Soy miembro de la ONG pro gimnasios,
cuya obra benéfica consiste en apuntarse a gimnasios y no ir.
¿Sabe cocinar? Poco.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un
personaje inolvidable», ¿a quién elegiría? A mi padre. Entre otras
cosas, porque él era una de las pocas personas que conozco a las que les
gustaba el Reader’s Digest.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de
esperanza? Sabiduría.
¿Y la más peligrosa? Patria (y dios).
¿Alguna vez ha querido matar a alguien? No. Por pereza.
¿Cuáles son sus tendencias políticas? Anarquismo izquierdoso
individualista.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser? Estrella de rock que
se pasa al jazz cuando aprende en tocar en serio.
¿Cuáles son sus vicios principales? Inseguridad, miedo, baja
autoestima, impaciencia, y bailo pésimo.
¿Y sus virtudes? Las que los demás me
encuentren.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del
esquema clásico, le pasarían por la cabeza? Una cohorte de
Shelley Winters y Daryl Hannas que me enseñan a nadar.
T. M.