El año que viene se cumplirán cien años de la publicación de “Marinero en tierra”, de Rafael Alberti, que obtuvo el Premio Nacional de Poesía y cuyos versos remitían a lo más característico del cancionero tradicional. ¿A quién no le suenan estos versos?: “El mar. La mar. / El mar. ¡Sólo la mar! / ¿Por qué me trajiste, padre, / a la ciudad? / ¿Por qué me desenterraste / del mar?”. Con este poemario, el autor nacido en El Puerto de Santa María, Cádiz, en 1902, empezaba una andadura literaria de lo más exitosa, la cual compaginó con su compromiso político. Pronto se afilió al Partido Comunista y, durante la Guerra Civil, se exilió en Sudamérica e Italia. Sería en 1977, con la muerte de Francisco Franco, cuando regresaría a España, convirtiéndose en diputado por el citado partido.
A partir de ese momento, Alberti multiplicaría su fama por su intensa presencia pública, por un lado, y por el otro, por recibir galardones como el Premio Nacional de Teatro en 1980 y, más adelante, el Premio Cervantes y el Premio Príncipe de Asturias (aunque lo rechazó debido a sus ideas republicanas). Alberti murió en 1999, en el Puerto de Santa María, y esto, lejos de constituir el adiós de un gran escritor con todos los honores, desató una serie de polémicas que se generaron alrededor de lo que fue su segunda mujer, María Asunción Mateo (la primera fue la escritora María Teresa León, con la que estuvo cincuenta años), a la que inmortalizó en sus poemas por medio de la llamada estrella Altair. Esta valenciana era una profesora de instituto de cuarenta años cuando conoció a Alberti, de ochenta, en un homenaje a Antonio Machado, y se casaron ocho más tarde. En total, estuvieron juntos dos décadas.
Ahora, Mateo, que fue presidenta de la Fundación Rafael Alberti diecisiete años y es autora de diversas antologías del que fuera su marido, publica un libro de recuerdos, “Mi vida con Alberti. Para algo llegaste, Altair”, donde ensalza la personalidad y energía inagotable del poeta y nos acerca a momentos íntimos entre ellos –incluyendo fotografías inéditas de su boda– o a la relación que Alberti mantuvo con otros literatos o artistas como Buñuel, Dámaso Alonso, Neruda, Maruja Mallo o Paco Ibáñez. Pero, sin duda, en estas páginas destacará este asunto: «Creo que ha llegado el momento —quizás tardío— de quitarles las máscaras a estos pinochos de pacotilla y que enseñen sus verdaderas caras, que tantos ya conocen desde siempre, pero callan. Algunos de esos eméritos “viudos” destronados que han tenido la suerte de conocer a una persona con la bondad, generosidad y creatividad de Rafael Alberti solo han sabido aprovechar las migajas arañadas a su legendario nombre».
Boda e infamias
Esta viudedad “sui generis” viene a colación por una pregunta de Mateo a Alberti con respecto a que si le importaba qué dirían de él una vez hubiera fallecido. El poeta contestó que le importaba mucho. Pero, como apunta la autora, “yo desconocía entonces toda la basura que verterían sus amigos, sus discípulos poéticos, atribuyéndole, entre otras cosas, que la pérdida de su consciencia, del control de su vida, lo llevó a unirse conmigo”. En concreto, se alude al por entonces joven escritor Benjamín Prado, que «se apresuró a escribir su “interesantísima” biografía en común, como auténtico “viudo” que se creía, convencido de que iba a ser un “best seller”, y el resultado fue una bazofia de libro». Según Mateo, Prado sólo buscó “un protagonismo falso e inmerecido”, si bien rechazó la idea de su abogado de demandar al autor o pedir la retirada de ejemplares de las librerías para no darle más publicidad.
Asimismo, Mateo aporta una carta que le dirigió el hispanista Robert Marrast, en noviembre de 1991, en que se solidarizaba con ella, diciendo: «Benjamín Prado ha traspasado los límites de la abyección por los insultos, las acusaciones, las calumnias que tuvo la indecencia de escribir sobre ti (y no entiendo por qué “El País” aceptó publicar tal basura, tan inmundo lodo». Relata Mateo, además, que Prado, cuando a Alberti se le pedía un autógrafo o un dibujo, aseguraba que ella “se adelantaba a decir que antes tenía que pagarlo”; algo que, al parecer, se convirtió en una alusión humorística, y a la vez difamatoria, en el programa televisivo “El Intermedio”. Mateo señala no entender el porqué de los comentarios malévolos hacia su persona por parte de Prado, pero este no fue el único caso, pues a sus ojos también tuvo un comportamiento semejante el secretario del poeta, Luis Jesús Muñoz Montero, y otros que se sentían “en el derecho de controlar la vida de Rafael”, como Luis García Montero.
Este autor, que como Prado desarrollaría una amplia y fructífera carrera literaria e incluso institucional, sería también partícipe de una “difamante campaña contra mí de la que voy desgranando momentos que intentaron también oscurecer inútilmente la brillante trayectoria vital de Alberti, describiéndolo como un ser que no era dueño de sus decisiones a partir del día en que tuvo la desgracia de casarse conmigo”. Así de dura y contundente se muestra Mateo, en un libro llamado a despertar controversia o discusión, y que pone en el ojo del huracán a lo que llama una “corte de viudos ambiciosos y desheredados”.
Publicado en La Razón, 31-VIII-2023