Había una vez, hace mucho, mucho tiempo que existía algo llamado Literatura, la cual, un mal día, desapareció, pese a que el ambiente editorial lance incontables novedades día a día. Y es que puede pensarse, precisamente a partir de examinar lo que se publica, que se ha certificado lo que Germán Gullón señaló en “Los mercaderes en el templo de la literatura” (Caballo de Troya, 2004): el hecho de que hacia el año 2000 llegó el final de la Edad de la Literatura, al producirse «un cambio radical en el panorama de las artes: la preferencia del hombre culto se trasladó de lo verbal a lo icónico, lo que vino a empañar un panorama cultural posmoderno ya de por sí confuso».
Las modas se impusieron más que nunca, desde el hecho de ser joven como un atractivo publicitario, a finales de los años noventa, hasta el día de hoy, cuando la tendencia preferida es lo femenino; entre medias, lo que podría considerarse literatura de calidad (por el lenguaje y el estilo, por la búsqueda de nuevas formas expresivas o estructurales o la ambición de sus temas argumentales) se dejó aplastar por la preponderancia de géneros de entretenimiento (policiaco, histórico, rosa) que, al final, han desplazado los textos “literarios” a la hora de recibir premios, reconocimientos, atención de los medios y ventas.
Internet y más tarde el teléfono móvil han degradado las costumbres del lector, interrumpiéndolas o anulándolas, y por el camino también han destruido la importancia tangible, diaria, que en su día tuvieron los periódicos y las revistas culturales o de libros. Poco a poco fueron muchos desapareciendo, o adaptándose a lo digital de forma precaria, con algunas excepciones que siguen resistiendo; notable ejemplo de ello es “Qué Leer”, de aparición mensual, que dio inicio en 1996 y cuya directora actual es María Borrás; y “Quimera”, nacida en 1980 y que sigue vivita y coleando. Tanto, que una de los sellos editoriales del grupo que lidera Miguel Riera, Ediciones de Intervención Cultural (Piel de Zapa, Montesinos, El Viejo Topo y Biblioteca Buridán) lanza un volumen extraordinario, en edición de Jofre Casanovas, “Las voces de Quimera”.
Escritores trabajando
No son usuales los libros que aglutinen entrevistas, pero los hay; sin ir más lejos, el formidable “Conversaciones en el tiempo. Veintinueve entrevistas”, que ha lanzado este año la editorial Amarillo, recuperando una serie de textos de los años setenta que Ana María Moix publicó en la revista “Tele/eXprés” a raíz de hablar con Gabriel García Márquez, Ana María Matute, Max Aub, Mario Vargas Llosa, Rosa Chacel, Jaime Gil de Biedma, Juan Marsé, Salvador Dalí, Juan García Hortelano, Nuria Espert, Pere Gimferrer, Concha Alós o Eugenio Trías. Asimismo, hace pocos años conocimos una estuche (casi tres mil páginas), en la editorial Acantilado, de un centenar de entrevista de «The Paris Review». El libro se llamó “El arte de la ficción. Entrevistas 1953-2012”, y recogía ese tiempo en que existió la Literatura. Por algo dijo Ernest Hemingway: «Hace años que las entrevistas de “The Paris Review” me tienen fascinado. Todas juntas forman el mejor estudio del “cómo” de la literatura, una cuestión mucho más interesante que el “porqué”». (Esta publicación trimestral se fundó en 1953 en la capital francesa, aunque con base en Nueva York y en inglés).
Ya habíamos podido comprobar mediante una selección en el año 2007, por medio de El Aleph, en edición de Ignacio Echevarría, quince de las charlas más celebradas de la revista, las protagonizadas por Georges Simenon, Isak Dinesen, William Faulkner, Evelyn Waugh, Louis-Ferdinand Céline, Saul Bellow, Christopher Isherwood, John Cheever, Kurt Vonnegut, Joyce Carol Oates, Jean Rhys, Philip Roth, Alain Robbe-Grillet, Manuel Puig, Iris Murdoch, Harold Brodkey, V.S. Naipaul y Salman Rushdie. Todas ellas pertenecían a la serie llamada “Writers at Work”, y la calidad de las preguntas y el conocimiento profundo, por parte de los entrevistadores, de la obra del autor por el que se interesaban, aparte de ser una rareza hoy en día que nos alecciona, devenían un testimonio excepcional del proceso creativo de cada uno de los autores.
El libro acogía conversaciones con un centenar de narradores, poetas y dramaturgos, y la literatura en español también cobraba presencia: Borges, García Márquez, Cabrera Infante, Cortázar, Vargas Llosa, Cela, Paz, Marías y Semprún. Y algo parecido podemos decir de “Las voces de Quimera. Las mejores entrevistas literarias de la década de los 80”, pues la nómina de literatos es tan hispana como internacional: Antonio Buero Vallejo, Toni Morrison, Rafael Alberti, Eugène Ionesco, Thomas Bernhard, Reinaldo Arenas, James Baldwin, Susan Sontag, Julio Cortázar, Umberto Eco, Jaime Gil de Biedma, William Burroughs, Ángel Crespo… El listado es de una relevancia mayúscula, unos cincuenta nombres, y todo va precedido por una entrevista con Riera, autor él mismo de las conversaciones con Bernardo Atxaga, José Donoso, Juan Goytisolo, Eduardo Mendoza, Cynthia Ozick, Soledad Puértolas y Augusto Roa Bastos.
Balcells y
García Márquez
Como dice el editor, cuando apareció la revista, “era
evidente que se había producido ya un cambio abrupto en el campo cultural. El
libro rojo, gran protagonista editorial en los setenta, estaba en proceso de
extinción”, pues se abandonó el libro político y llegó el momento de la
literatura al hilo de la sociedad cambiante. Todos los escritores relevantes a
los que “Quimera” solicitaba una charla respondían con agrado, excepto García
Márquez, “a raíz de una crítica nada complaciente de uno de sus libros
aparecida en la revista”. En todo caso, al recordar el panorama literario de esa época, Riera lo califica de “deslumbrante”,
por la irrupción de la literatura hispanoamericana y porque “se produjo el
rescate de la gran literatura europea”.
También, el libro también tiene entrevistas a no
escritores, como al lingüista Roman Jakobson, al estudioso de la historia de la
literatura Francisco Rico o a la agente literaria por excelencia, Carmen
Balcells. Esta cuenta cómo en 1965 fue a Estados Unidos para un congreso de editores y luego
visitó México, donde contactó con muchos escritores en un tiempo en que ya
representaba a García Márquez, que le vino recomendado por José Caballero
Bonald, que entonces vivía en Colombia. Lo curioso es que Balcells logró vender
en Nueva York, por sólo mil dólares, cuatro libros suyos que habían sido
rechazados por diez editoriales norteamericanas.
Las anécdotas, los comentarios
sobre las propias obras o las ajenas, los debates intelectuales en boga de
aquel periodo se van sucediendo de forma extensa por magníficos
entrevistadores. Ya por entonces, se asomaba el tópico de «la novela ha muerto», así
que resultaba una pregunta socorrida. A este respecto, Adolfo Bioy Casares
contestó: «No, ¡yo estoy en
total desacuerdo! Me parece que escribimos para los lectores, y creo que a los
lectores les gusta la novela, porque en la novela conviven con un tema durante
más tiempo que en un cuento. Conocen personales más reales que los de un
cuento, y esa amistad con los personajes es uno de los encantos de la lectura.
Yo he estado muy enamorado, por ejemplo, de la protagonista de “La cartuja de Parma”». ¿Volverá algún día
otra fase de literatura deslumbrante; de enamorarse por personajes de ficción;
de regresar, desde lo audiovisual, a las letras?
Publicado
en La Razón, 11-V-2024