martes, 31 de marzo de 2020

Entrevista capotiana a Brenda Mitchelle


En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Brenda Mitchelle.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Elegiría aquella casa con libros donde pudiera ver el ir y volver del mar con el amado y un gato –y que estos dos últimos sí pudieran entrar y salir a placer-. 
¿Prefiere los animales a la gente?
Aunque me reconcilio cada vez con el animal que somos la gente, interesantemente tengo una conexión muy particular y profunda con “los de cuatro patas” y muy por fortuna también suelen gustar de mí. Eso me ha dado el privilegio de acumular un buen número de experiencias que resultan difíciles de creer.
¿Es usted cruel?
Sí. Por desgracia, es parte de mi humanidad.
¿Tiene muchos amigos?
Diría que sí. Pero muy pocos íntimos.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Tengo amigos variopintos que parecen no seguir una constante pero me gusta mucho la gente que muestra rasgos no convencionales, me gusta estar cerca de gente sensible e inteligente, abierta, auto-crítica, con quien poder reflexionar sobre las cosas y sus estados. Busco que no me juzguen porque eventualmente cometo actos que yo tampoco comprendo, gente con la que lo mismo se pueda jugar ajedrez, debatir, que montar a caballo, ir al teatro o cantar o jugar, nutrirse, crear, estar en soledad. Me parece que mis amigos saben que pueden esperar cualquier cosa de mí y aceptan un sistema de mutación constante. Entro en una teoría y luego la rompo para hacer nuevos planteamientos. Según la apreciación de los más íntimos: a cada desaparición aparente: re-aparezco envuelta en reinvenciones. De entre mis amigos íntimos curiosamente está mi madre a quien le solicité dejar de funcionar como mi madre y con quien puedo compartir cualquier asunto, sobre todo aquellos que no se hablarían con una madre.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
No lo diría, de los que se han colocado como los principales: tengo la certeza de que están incondicionalmente y que abrazan mis excentricidades. Por otra parte: no me decepcionan, me entristezco en todo caso cuando no logran aquello que se han venido proponiendo.
¿Es usted una persona sincera? 
Sí. Y esto funciona como una virtud mixta. Hay gente con la que no siento estar y por muy que pueda convenirme pretender una amistad, ni siquiera lo intento. Es decir, podría, soy actriz estudiada y resultaría sencillo, pero no me interesa gastar energías, que pueden ser usadas en empresas más nobles, en pretensiones. A la par soy muy intuitiva y si mi sensación me inclina a cortar o reforzar: lo hago sin reparos. Allá, mi sinceridad –para algunas personas- a veces ha rayado en la crueldad.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Me encanta ir a hostales a charlar en francés o en inglés y hablar sobre cualquier cosa y compartirme con alguien desconocido a quien no volveré a ver. Compartir en otra lengua y escuchar hablar en otras lenguas es un fenómeno delicioso que permite reforzar el valor de la palabra y el contacto con extranjeros: del momento. Pero sobre todo lo utilizo pensando, escuchando música, cantando, leyendo, jugando ajedrez, creando, estudiando -creo que he dedicado mucho tiempo de mi vida en talleres, cursos, diplomados, los másteres y ahora el doctorado- aprender es un fenómeno que disfruto mucho… y mucho tiempo sentada en cafés escribiendo, contemplando o entregada a “mis cosas”.
¿Qué le da más miedo?
Me da mucho miedo la vejez, y parece una contradicción porque disfruto mucho con los ancianos. De hecho, en algún momento trabajé en una clínica para ancianos cuando vivía en Francia y vivía muy extendida hacia ellos. Allá me enamoré de una anciana con demencia senil de 90 años. Aquello fue un proceso muy revelador, desolador, amoroso y poderoso. Pero es otra cosa: desde niña tenía una conciencia extraña de vejez, y diría, si eso se puede, que nací vieja y de todos modos es un miedo que forma parte de mi literatura. Mi sensación es la de haberlo sido ya por mucho tiempo: de pequeña tenía hábitos atribuibles a un viejo –y viejo, no vieja- y quizá por eso muestro protección y comprensión hacia ellos. He existido como con la conciencia de haber sabido de estos últimos en un periodo anterior a esta juventud nueva e ir sólo reconociendo.  Me aterran los achaques del cuerpo y la pérdida de independencia, belleza física y lucidez, vivir ya casi de las memorias solamente… El tiempo es una cosa que me inquieta y existo muy consciente de su paso.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
Ah sí, me escandaliza poderosamente la privación de la libertad, el sometimiento y la idea del hombre de posesión disfrazada de buenas cosas. Me es tremendamente escandalizante ver animales en jaulas, animales hechos para volar privados de su don y derecho siendo encerrados en espacios ridículos y dolorosos. Siempre que veo aves en jaulas me deshago en ganas de abrir las puertas. Seres que nacen, existen y mueren a merced de idiotas. Tortugas, peces, leones, gatos, perros condenados al encierro y al sometimiento… En Nomen est Omen, un relato, me refiero a esto a partir de una historia muy mágica que tuve con un ratón blanco.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Me ha parecido siempre que es la vida creativa quien me ha elegido y por eso no puedo ceñirme a una sola cosa. En todo caso lo mío ha sido una no negación del sino desde muy tierna edad, pero tampoco creo que sea excluyente de nada porque en realidad no creo que nada sea excluyente de nada.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Sí, pesas cuando me es posible y quisiera hacerlo más. Me siento fascinada por la sensación de fuerza que desprenden los hierros, el ejercicio ha estado presente en mi vida y variado en distintos periodos…
¿Sabe cocinar?
Sí, por ser acto alquímico, creativo y amoroso. El acto de cocinar para alguien me parece un acto de amor: el humano precisa del alimento para mantenerse vivo, y en ese sentido preparar de comer o dar de comer a alguien sería el equivalente a la procuración de eso. Ayudar al otro a mantenerse vivo es una forma de amor… Encima, mezclar ingredientes y crear con eso un “algo más” en que todo se fusiona me resulta interesantísimo. Los nombres de los ingredientes por separado de un modo u otro se diluyen para dar paso a una palabra que entrega un nuevo nombre al conjunto. También provengo de una cultura en que la comida pasa por procesos complejos y particulares: ingredientes que se dejan al sol, que se pasan por fuego, que necesitan del largo contacto con las manos e incluso que precisan de ciertos estados de ánimo para su preparación, los molcajetes que están hechos de piedra, o comida que se prepara bajo la tierra. Es como un acto mágico.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
Elegiría a Sangre, Sangre fue un fenómeno muy inquietante en mi vida, un parte-aguas que me abrió la puerta a terrenos desconocidos. Creo mucho en el artista como un canal, un puente entre lo que no se ve y la realidad. En algún momento como actriz tenía que crear un personaje de terror para una cadena importante de parques de diversiones. Me dieron el vestuario, hicimos procesos con el maquillaje y todo lo demás fue un “darme cuenta”, un ir dotándolo de los elementos que él mismo pedía. Todos sabemos que los personajes tienen características dictadas por uno mismo. En el caso de Sangre: el fenómeno era algo cercano a una posesión, un “algo”  no decidido por mí. Por ejemplo: no hablaba y fue aprendiendo palabras y su significado, aprendía por imitación, fui testigo –como siendo desplazada de mi propio cuerpo- de su proceso de aprendizaje del entorno y de la lengua, primero monosílabos y después palabras más complejas hasta que un día aprendió a cantar. Fue un personaje que me mostró la libertad a través de un desplazamiento de mi propio cuerpo, incluso su voz no era la mía y usaba mis cuerdas vocales para hacer sonidos difíciles de imitar. En él todo cabía: gritaba, saltaba, se subía a las mesas, era sensual. Lo mismo tenía el poder de hacer reír o llorar y de aterrorizar hasta dejar a la gente en el suelo, instintivamente sabía qué funcionaba con quién. Interesantemente se volvió un fenómeno de redes y de gente que lo buscaba, que iba sólo por verlo, me llegaban dibujos, mensajes, gente que lo soñaba o tenía pesadillas con él, y uno de sus fans –que ahora es mi amigo- se lo tatuó en el brazo. Yo, por mi parte, estaba enloqueciendo y podía sentir cómo perdía personalidad entregada a dejarlo ser, me daba cuenta de que no podía controlarlo, tenía una vida propia y tomaba decisiones por su cuenta que no comulgaban con mis ideas ni con mis intereses, no quería ir a donde yo quería, ni quería decir lo que yo quería, no pensaba lo que yo pensaba y nunca supe si sentía el mismo amor por mí que el que yo tenía por él. Despertaba con pesadillas, gritando, no dormía, viví fenómenos muy extraños, perdí muchos kilos, estaba como ausente, como si mi ir perdiendo vida y voluntad lo nutriera a él. Cambió por entero mi perspectiva sobre los procesos de “creación” y en toda la destrucción y en este sentido es el “personaje” que más he amado.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Amor.
¿Y la más peligrosa?
Creencia… Y es que una creencia tiene el potencial suficiente como para destruir o crear, de erigir grandes imperios o derribarlos. Tendríamos que tener la mirada más puesta en lo que se cree o se deja de creer porque a partir de una de ellas el humano se eleva y sucumbe o lacera o se lacera, y por un sistema de creencias se han cometido genocidios, las creencias nos dieron el holocausto, nos entregaron la inquisición. Un hombre convencional acciona –mayormente- en función de un sistema de creencias condicionadas por otros: la religión, las instituciones, la política, los padres. Lo que se cree sobre uno mismo condiciona nuestras decisiones, nuestra propia existencia. A mí en lo particular, me han dañado y algunas otras me siguen salvando.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
Sí, y matarme a mí misma. Sobre esto último en algún momento alcoholizada estuve a punto de arrojarme de un edificio de siete plantas, por mencionar algo, y no jugaba. Los hábitos autodestructivos también encaminan a la muerte…son, es verdad, un buscar su aproximación, por lenta que venga.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Respondo hablando de Mujica, por reciente. Me siento fascinada por la idea de un gobernante con discurso e ideales revolucionarios, sabio, dulce, amoroso, legítimo, fuerte y no niego que desde hace mucho me persiguen las ganas de hacer política…
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Un algo alado y con aletas. 
¿Cuáles son sus vicios principales?
Pensar, el arte, la escritura, el tabaco, la cafeína, el alcohol –con el que lucho-, la búsqueda de experiencias a las que muchas veces antepongo la seguridad propia. Soy viciosa del acto de cerrar los ojos y lanzarme al vacío, creo que por el efecto de eso se descorren importantes velos.
¿Y sus virtudes?
La intuición y todo aquello que entiendo como virtudes mixtas: pensar, escribir, la necesidad de aprender, la sensibilidad muy expuesta, la independencia, una muy alta resistencia y el disfrutar de la soledad.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Tántalo, las nereidas, y mi madre, siendo joven, en un tiempo anterior a mi existencia arrojándose al mar tratando de suicidarse.
T. M.