La desaparición de nuestros ídolos artísticos de la infancia y adolescencia nos envían un mensaje de la propia mortalidad. De modo, que más que nunca, confinados, necesitamos como la mejor medicina un sabio, pragmático, dichoso carpe diem.
Esto, y es mi modo de homenajear a Albert Uderzo, que con el genial René Goscinny significó tanto para la cultura popular y personal, lo hizo quien era yo con diez u once años (iba para dibujante), a partir de un juego de cartas que tuve de niño: