En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Adolfo Crespo.
Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder
salir jamás de él, ¿cuál elegiría? Rilke decía que en la infancia
está todo. Yo viviría en la casa de la sierra de Aracena de la familia de mi
madre, cuando tenía alrededor de diez años. Las campanas del Ángelus sonando en
el convento de al lado, la familia desperdigada por las habitaciones, la
candela con castañas, y mi tío Pepe hablando de Cervantes, Manuel Machado, o
Juan Ramón.
¿Prefiere los animales a la gente? Mi animal
preferido es el humano, pero supongo que estoy sesgado.
¿Es usted cruel? No más de lo
necesario con el mundo, por supervivencia, como la naturaleza. Pero sí conmigo
mismo.
¿Tiene muchos amigos? Conozco a mucha
gente, pero amigos tengo cada día menos, y son los de siempre.
¿Qué cualidades busca en sus amigos? Una amistad, al
igual que una relación de pareja, se fundamenta en el respeto y la admiración.
Aquello que se admira es diferente en cada amigo. Ser querido y respetado por alguien
a quien se admira, cuando este conoce nuestras bondades y miserias, fundamenta
una amistad.
¿Suelen decepcionarle sus amigos? Al contrario, los
admiro profundamente.
¿Es usted una persona sincera? Sí, más
por incapacidad de ocultar o por sentido de justicia, que por vocación de verdad
en muchos casos.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre? El tiempo libre es
mentira. La vocación y la dedicación no tienen vacaciones, si acaso, es
necesario descansar, pero eso es necesidad.
¿Qué le da más miedo? Dejar de
leer, perder la vocación, no tener criterio, volverme completamente loco…
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le
escandalice? La falta de bondad, el desprecio a la naturaleza, el
hombre imponiendo su voluntad a la realidad.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida
creativa, ¿qué habría hecho? Probablemente sería ingeniero.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico? Hago
ejercicio y juego al tenis cuando puedo. Lo primero por necesidad, lo segundo
por elección.
¿Sabe cocinar? Cuando uno vive tantos años solo aprende,
por no ser rehén de los precocinados, luego pasa a ser un refugio y un placer.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un
personaje inolvidable», ¿a quién elegiría? A Luis Rosales.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de
esperanza? Encarnación.
¿Y la más peligrosa? Libertad.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien? A algún insecto,
pero en defensa propia.
¿Cuáles son sus tendencias políticas? Creo en la
democracia de los muertos.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser? Realmente
no sabemos qué es ser otra cosa, así que el cambio podría ser a peor. Pero
elijo a cualquier hombre naturalmente paciente.
¿Cuáles son sus vicios principales? Ya dijo Cervantes que casi todos los que
escriben pecan de vanidad: «no hay poeta que no sea arrogante y piense de sí
que es el mayor poeta del mundo». Acercarse a una página en blanco y creer que
las ideas, emociones, o desvelos de uno merecen ser contados, implica en mayor
o menor medida vanidad, pero debe ser necesidad.
¿Y sus virtudes? La constancia y la exigencia.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del
esquema clásico, le pasarían por la cabeza? Que DiCaprio cabía en el trozo de madera en el que sobrevive Kate Winslet
en Titanic, y que yo no tengo ese trozo, morir ahogado es de ser poco previsor.
T. M.