Hace pocos años surgió un estudio bien llamativo que nos invitaba a conocer la historia de una forma distinta: “Odorama. Historia cultural del olor” (Taurus, 2021), de Federiko Kukso. Cuando este libro vio la luz en español, ya habían han pasado más de treinta y cinco años desde que viera la luz un libro que se convirtió en un superventas tremendo, “El perfume”, de Patrick Süskind, sobre un huérfano que, en la Francia del siglo XVIII, mataba vírgenes en busca de coleccionar su esencia aromática, todo producto del trauma de no despedir ningún olor y por ello temer la presencia de algún demonio en su interior. A la vez, el personaje poseía un olfato prodigioso que le permitía percibir todos los olores del mundo, y se convertía en un reputado y creativo perfumista, cometiendo esos crímenes en pos de lograr determinados fluidos corporales para licuar sus olores íntimos.
Con este precedente, no extrañó que uno de los epígrafes de “Odorama” perteneciera a este narrador alemán. Con Kukso veíamos cómo en tiempos inmemoriales se buscó aplacar la ira de los dioses a través de la quema de resinas fragantes, y además, la compraventa de sustancias aromáticas «ha erigido y hecho colapsar imperios». Y ante ello podría asentir tanto Javier Traité y Consuelo Sanz de Bremond, que publicaron el pasado noviembre “El olor de la Edad Media. Salud e higiene en la Europa medieval” (Ático de los Libros) como el Karl Schlögel (Allgäu, 1948) del que nos llega “El aroma de los imperios. Chanel n.º 5 Moscú Rojo” (traducción de Francisco Uzcanga Meinecke).
“Al comienzo había un aroma que flotaba en el aire siempre que en la Unión Soviética se celebraba algo; podía ser en el conservatorio de Moscú, en el teatro Bolshói, en una fiesta de graduación académica o en una boda”, dice el autor hacia el comienzo. Ese recuerdo lo movió a realizar una serie de pesquisas que le hicieron descubrir que dicho aroma provenía de un perfume llamado Moscú Rojo, del que apenas se sabe nada. En contraste, tendríamos la historia, llena de glamur, del celebérrimo Chanel nº 5. Y entonces llegó al meollo de la cuestión que dio origen al presente libro: “Se ha demostrado que ambos proceden de una fórmula originaria común, elaborada por perfumistas franceses en la época del Imperio ruso.
Dos perfumistas franceses
Por un lado, está Ernest Beaux, que Revolución y la Guerra Civil rusas volvió a su país, donde conoció a Coco Chanel; por el otro, Auguste Michel, decidió permanecer en Rusia y fue clave para la industria perfumera soviética, hasta el punto de crear Moscú Rojo. Ambas fragancias, en palabras de Schlögel, simbolizarían el seductor aroma del poder. Lo dice al respecto de cómo Coco Chanel se dejó querer por las fuerzas de ocupación alemanas, pero también por otras mujeres a las que el investigador siguió la pista, a lo que se suma un pintor. Y es que detrás del anónimo creador del frasquito de “eau de toilette” más vendido de la URSS estaba Kazimir Malévich, el artista ucraniano de origen polaco y fundador del movimiento vanguardista del suprematismo.
Así las cosas, “El aroma de los imperios” constituye una lectura llena de hallazgos sorprendentes después de que Schlögel, asombrado él mismo de lo que encontraba, al entrar en bazares de ciudades rusas, diera con frascos y carteles publicitarios de la época presoviética, y también en la parisina calle Cambon 31 donde Coco Chanel presentaba sus colecciones. La conclusión apareció meridiana, entonces: “Aprendí que, para analizar la sociedad, el estudio del lujo puede ser tan interesante como el de la historia cotidiana de la gente corriente”. En resumidas cuentas, como asentiría a su vez Kukso, “toda época tiene su propio aroma, su fragancia, su olor”, de tal modo que las revoluciones o las guerras civiles también son acontecimientos olfativos.
En 1920, Coco Chanel visita a Beaux en su laboratorio de Cannes, seguramente a través del miembro de la familia de los zares Dmitri Pávlovich Románov, amante de la experta en moda en aquellas fechas, y que vivía en Francia desde su destierro. Pues bien, en 1913, con motivo del tricentenario de la dinastía de los Románov, había creado para Catalina II el perfume Bouquet Préféré de l’Impératrice; sin embargo, dice el profesor de Historia de Europa del Este en la Universidad Europea de Viadrina (Frankfurt del Oder) que, en 1914, “en medio de la guerra contra los alemanes, no resultaba oportuno ofrecer a las clientas rusas un perfume que homenajeaba a una zarina originaria de la casa [dinastía de gobernantes alemanes] Anhalt-Zerbst. Luego llevó a Francia la fórmula del Bouquet e intentó adaptarla al gusto francés. De la serie de diez pruebas, Coco Chanel escogió la número cinco, que originaría después la marca Chanel nº 5”.
Las gotas de Marilyn
Schlögel, muy bien documentado a partir de las innumerables biografías de Coco, describe ese momento histórico para el célebre perfume, con singulares anécdotas en torno a cómo se fabricó la fragancia que, según la propia Chanel, era en sí misma «un perfume como ningún otro. Un perfume de mujer. Con olor a mujer». El propio Beaux, en una conferencia, evocó en su momento cómo, al estar movilizado en los países del norte de Europa, más allá del círculo polar, “en la época en la que brilla el sol de medianoche y los lagos y los ríos resplandecen con un frescor especial”, se le quedó grabado ese olor característico en la mente que después trató de meter en un frasco. El mismo que hizo decir a Marilyn Monroe que, para dormir, sólo se ponía unas gotas de Chanel nº 5.
Por supuesto, todo este ambiente de sofisticación y finura converge con la crudeza de unos años bélicos en que los soviéticos expropian empresas y los artículos de aseo forman parte de los trueques que se practicaban para conseguir comida. Menos se sabe, asimismo, de Michel, al que por causas no muy claras el Estado soviético silenció durante un tiempo y retiró su pasaporte para retenerlo en el país. El contraste, por otra parte, entre los dos perfumes, es ostensibles: si Chanel nº 5 ocupa un lugar de honor en el Museum of Modern Art de Nueva York, dice el autor, el frasco de Moscú Rojo no consiguió su estatus de prestigio hasta los últimos años de la Unión Soviética, cuando acabó por convertirse en objeto de deseo de coleccionistas y amantes de lo “vintage”.
Además de todas estas mini historias que explican la gran historia de un país, Schlögel recurre a escritores o filósofos para hablar del olor: Nietzsche, Proust, Schopenhauer, Kant… En definitiva, estamos ante una excusa aromática para penetrar en la materia de investigación en que este estudioso se ha hecho colosal. Hace ahora diez años, Acantilado publicaba su “Terror y utopía. Moscú en 1937”, en que se vieron de cerca los intríngulis del Estado soviético a la hora de hacer de la capital una gran metrópoli, acompañándose de lo que se vendió como una “Nueva Política Económica”, al tiempo que su ciudadanía era controlada, amenazada y castigada con mano de hierro con excusas falsas. Todo un hito bibliográfico, pues el libro era tremendo tanto por su dimensión histórica como siniestro y esclarecedor ante las atrocidades estalinistas.
Publicado en La Razón (pág. 36), 13-IV-2024