viernes, 28 de octubre de 2011

Entrevista capotiana a Elisa Arráiz Lucca

En 1972, el escritor estadounidense Truman Capote (1924-1984) publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama 1999), y en él el autor de A sangre fría se entrevistaba a sí mismo con especial astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Elisa Arráiz Lucca.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría? A orillas del Lago de Zurich. Si es para siempre quiero lo mejor.

¿Prefiere los animales a la gente? A la gente porque le puedo pedir que hable y le puedo pedir que se calle.

¿Es usted cruel? Sí, cuando mi parte maligna aflora. Es inevitable.

¿Tiene muchos amigos? No muchos, me gusta la soledad y esto no es muy popular.

¿Qué cualidades busca en sus amigos? Buen interlocutor.

¿Suelen decepcionarle sus amigos? No les doy la oportunidad, es mi falta.

¿Es usted una persona sincera? Casi siempre pero no siempre. Me fastidia meterme en líos.

¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre? Conociendo algún lugar, ahora prefiero la naturaleza.

¿Qué le da más miedo? Depender totalmente de otros.

¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice? Me escandaliza cuando las mujeres callan.

Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho? Profesora de yoga. Cero estrés.

¿Practica algún tipo de ejercicio físico? Sí, camino casi a diario y algunos días hago yoga.

¿Sabe cocinar? Lo normal, mejor de lo que los demás se piensan porque jamás explico una receta.

Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría? A alguna de las esposas de Stepford, a ver si se decide a hablar.

¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza? Incertidumbre.

¿Y la más peligrosa? Para siempre.

¿Alguna vez ha querido matar a alguien? Sí, pero mi siquiatra me dijo que era normal. A todas nos pasa.

¿Cuáles son sus tendencias políticas? Socialdemócrata todavía. Increíble, ¿no?

Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser? Una palma enamorada de un rayo de sol en un invernadero bien cuidado.

¿Cuáles son sus vicios principales? Ahora el principal es internet, soy capaz de ahorcar a alguien si no tengo señal.

¿Y sus virtudes? Un optimismo casi suicida. Lo conservo en las peores situaciones.

Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza? Una Navidad en familia.

T. M.

miércoles, 26 de octubre de 2011

En la casa de Ralph Waldo Emerson

Estoy leyendo el breve y sustancial Primero leemos, después escribimos. El proceso creativo según Emerson, de Robert D. Richardson, y el interés por conocer más de cerca las claves del primer ensayista norteamericano se mezcla con un recuerdo: limitarme a pisar el asfalto frente a su hogar, pues aquel día no estaba abierto para las visitas. Pero ahora, todavía desde fuera, gracias a este profesor universitario entro donde no pude hace unos meses: “Aunque Emerson pasó gran parte de su vida laboral en el estudio de la planta baja de su casa de Concord, la habitación que se abría detrás del vigoroso grabado en color de la erupción del Vesubio de 1794 que pendía a un lado de la entrada…”.

jueves, 20 de octubre de 2011

Llegar al límite




Habría que empezar diciendo que el título original de esta obra es Travesti, y seguir apuntando que su autor, el rumano Mircea Cartarescu (1956), es un artista del lenguaje y de la experimentación joyceana, sin silenciar el hecho (demasiado socorrido en los entornos editoriales) de que se trata de uno de los favoritos para el premio Nobel últimamente. Su maestría y rareza se aprecian en su anterior relato publicado por Impedimenta, «El Ruletista», y tiene continuación con esta sorprendente novela, «Lulu», gran desafío para la traductora, Marian Ochoa, pues el delirio de imágenes, visiones y emociones que sustenta el argumento hace del texto un campo tan llamativo como retórico.

Carlos Pardo, en el prólogo, tiene claro que «Lulu es una experiencia límite. Para su autor, que puso cada escama de su piel (irisada, fugaz, ambigua, contradictoria) hasta gastarse el alma. Pero también para el lector, que avanza por una intimidad contagiosa sin desear saber del todo qué está pasando». La adolescencia en grupo, la intimidad del protagonista, Victor, un escritor treintañero, atormentado y narcisista que recuerda cómo quedó deslumbrado a los diecisiete por un chico que jugueteaba con el travestismo, son los ejes de esta recreación de la Bucarest que vivió sus primeros acordes hippies. El contenido, debería acabar advirtiendo, es delirante y poético, pero también contemplativo y lento a efectos narrativos.


Publicado en La Razón, 20-X-2011

martes, 18 de octubre de 2011

Ayer, lectura poética en la cafetería La Cigale



He aquí un alto honor que quiero compartir con tierno orgullo: José Ángel Cilleruelo comenta en un apartado de su blog, El Balcón de Enfrente, el acto que, ayer al atardecer, protagonizó el poeta Jesús Aguado junto a un servidor. La obra propia queda engrandecida, cobra la importancia que uno no ve cuando la está concibiendo, al ver cómo un lector de la envergadura de J. Á. C. la toma de la mano y la desgrana mediante observaciones siempre elegantes y generosas. Si uno va al enlace indicado, se entenderá el porqué de estas dos fotos de Puerto Rico e Islandia.


viernes, 14 de octubre de 2011

Un grande en el bolsillo


No podría ser más que en la Feria de Fráncfort, con su hervidero de citas exprés y negociaciones, donde se ha acordado un asunto menor (literario), pero de gran importancia (comercial) tanto por el protagonista como por las ventas que genera: la editorial Seix Barral lanzará una biblioteca Paul Auster (1947) en formato bolsillo de toda su obra.

Aunque, en Anagrama, que ha publicado todos sus textos, incluidos los guiones cinematográficos, crónicas biográficas, ensayos y hasta poemas, verá la luz su próxima novela en 2012, algo que siempre supone un acontecimiento, pues Auster, es que es fiel a sus huellas narrativas –como la ciudad de Nueva York y la casualidad–, jamás defrauda.Este rastro es identificable ya desde su primer libro relevante, «Trilogía de Nueva York» (1985-86), cuando asoman los ítems que luego explotará: la falta y pérdida de dinero, el sexo enamorado, el clima de cine negro, el béisbol, Hawthorne, París, el azar amable y cruel, la soledad, el cuaderno hallado que abre enigmas… Y junto a estos elementos, siempre el tema de la huida.

Así ocurre en la que tal vez es su mejor novela, «El Palacio de la Luna» (1989), y también en las magistrales «El libro de las ilusiones» e «Invisible»; o en entretenidas historias como «La música del azar», «Leviatán», «La noche del oráculo» y «Brooklyn Follies» (la última, «Sunset Park», es menos lograda); y asimismo en las de corte experimental, caso de la metaliteraria «Viajes por el scriptorium» y la fantasía de anticipación bélica «Un hombre en la oscuridad». Una carrera fabulosa al alcance, en edición «pocket», a partir del próximo febrero.

Publicado en La Razón, 14-X-2011

jueves, 13 de octubre de 2011

El escondite de la muerte


No se puede leer sin angustia nada de lo concerniente al sufrimiento de los más vulnerables en manos de los nazis. Y este estudio, traducido por el siempre impecable Antonio-Prometeo Moya, sobre uno de los libros más editados, vendidos y leídos del mundo, el Diario de Ana Frank, no es una excepción. Resulta estremecedor seguir el rastro de una adolescente, sentir su proximidad durante veinticinco meses, encerrada junto a su familia en un ático de Ámsterdam, conocer sus pensamientos y escrituras y saber que, por culpa de una denuncia anónima, acabó siendo descubierta y llevada a dos campos de exterminio.

Hemos oído esta historia mil veces, y Ana Frank ha sido objeto de interés de innumerables libros, además de convertirse en un personaje de teatro y cine. Ha devenido un icono universal y su singular drama simboliza el plural horror de millones de judíos, añadiéndosele a ello lo conmovedor de ser una artista en ciernes, el hecho de que tengamos la posibilidad de leer su intimidad sabiendo el destino letal que le esperaba. Parece que la conozcamos de siempre, y sin embargo, no fue hasta 1995 que se publicó la llamada «edición definitiva» de su celebérrimo Diario, año, como dice Francine Prose, «en que se restauraron determinados pasajes que Otto Frank [su padre] había suprimido de la versión que se publicó en Holanda en 1947 y en Estados Unidos en 1952».

La biógrafa, asentándose en textos como El escritor fantasma, de Philip Roth, que dedicó lúcidas reflexiones sobre Ana –la más llamativa, sin duda, reza: «Es como una vehemente hermana menor de Kafka, la hija que no tuvo»–, defiende la categoría literaria de ésta, se pregunta sobre su figura simbólica y qué le llevó a la escritura de esas páginas que, al inicio, fueron rechazadas por montones de editores, tanto en los Países Bajos como en Norteamérica. Prose explica las vicisitudes del manuscrito, realmente tremendas, pues en su camino se cruzaron «demandas, traiciones, alianzas, acusaciones de plagio, ruptura de contratos y campañas paranoicas sobre conspiraciones sionistas y estalinistas»; asimismo, nos adentra en cómo era la vida en el anexo donde se escondieron los Frank (hoy, Anne Franks Museum), y reseña las adaptaciones más importantes de la obra al teatro y al cine, además de reflexionar sobre lo que significa «explicar el Diario a los estudiantes», pues en muchos países del mundo se trata de una lectura obligatoria en la enseñanza secundaria.

Atendiendo a una nota de la propia Ana, la estudiosa apunta que la niña «imaginó “Het Achterhuis” [“la casa de atrás” o “el anexo”] como una novela en forma de diario», y que escribió a una «velocidad asombrosa», algunos días hasta once páginas diarias. La muchacha tenía una gran conciencia, un gran deseo de hacerse escritora, y se consideraba a sí misma como su mejor juez. «Si de pequeña había sido exigente y enfermiza, conforme fue creciendo se fue volviendo más problemática: de carácter tornadizo, meditabunda, llena de humor, alternaba la sociabilidad con la timidez», apunta Prose. El padre, Otto, la adoraba; para la madre, Edith, fue más difícil bregar con una chica «marimandona y teatral» y que no tenía pelos en la lengua. En ese desparpajo tal vez resida el secreto de su encanto literario: «Al leer el Diario de Ana pasamos a ser sus amigos, los compañeros más inteligentes y comprensivos que nadie pueda encontrar», dice Prose sin contenerse ante un libro que ella misma ha idolatrado desde pequeña.

Huelga decir los padecimientos del pueblo judío en el periodo nazi, pero sí concretaremos los que padeció Holanda: «Fueron exterminadas más de las tres cuartas partes de la población judía del país». En la nación de los girasoles no había escapatoria: «Estaban rodeados por territorios ocupados» y «el terreno carecía de bosques y de zonas poco pobladas donde esconderse». Los Frank intentaron huir a Estados Unidos, nos dice Prose, pero los visados fueron anulados. Luego, llegaría el horror: vivir ocultos –por miedo a acompañar a los cuarenta mil judíos que fueron enviados a Auschwitz en junio de 1942– y sin poder hacer el mínimo ruido, más de dos años. Y al final, la atroz pesadilla: la madre y las hermanas Ana y Margot mueren poco antes de la liberación, en enero y marzo de 1945, estas últimas de fiebre tifoidea. Pero el padre vivirá para contarlo y entregar el legado inmortal –y más tarde ultraexplotado– de su querida hija.

Publicado en La Razón, 13-X-2011

jueves, 6 de octubre de 2011

El Japón alternativo del pasado



Dos lunas contemplan el mundo extraño en el que deambulan los personajes de 1Q84. Libro 3 hasta convertirse en un leitmotiv a lo largo de cientos de páginas. El lector que conoció este entorno frío e inquietante mediante las dos primeras entregas, que en Japón se publicaron separadas pero que Tusquets decidió unir el pasado febrero, podrá conocer el desenlace de la novela más ambiciosa del autor. Murakami construyó un Tokio alternativo, ubicado en el año 1984, evocando obviamente la novela de Orwell (la Q se pronuncia en japonés igual que el número 9, «kyu») en el que diversos personajes, todos solitarios, todos lacónicos, intentan dar salida a sus obsesiones personales. Y también salvar el pellejo y reencontrarse.

Creo de veras que, esta vez, resulta más interesante su búsqueda, por establecer las fronteras entre realismo y fantasía que el propio argumento novelístico. En un artículo que el autor publicó en The New York Times, titulado «Realidad A y Realidad B», decía que en 1Q84 no mostraba «el futuro cercano de George Orwell, sino lo contrario –el pasado cercano– de 1984». De tal modo que le daba la vuelta al tiempo y al espacio y proyectaba otro Japón pretérito con toques surrealistas, y se preguntaba: «¿Qué hubiera pasado en el caso de un distinto 1984, no el original que conocemos sino otro 1984 transformado? ¿Y qué pasaría si repentinamente nos lanzaran a ese mundo? Habría, por supuesto, tanteos hacia una nueva realidad.» Y así lo insinuará la asesina Aomame en la página 408.

Todo resulta claustrofóbico: los tres personajes que llevan el peso de la acción –Aomame, su enamorado Tengo, escritor y profesor de matemáticas, y el detective Ushikawa– van alternando sus puntos de vista capítulo tras capítulo; así, en paralelo vemos cómo Aomame, sospechosa de haber matado al líder de la comunidad religiosa Vanguardia, ha de recluirse en un piso; cómo Tengo hace compañía a su padre en coma pero con la idea de contemplar la llamada «crisálida de aire», la cual emite una «luz mortecina» y donde vio a la propia muchacha encapsulada; y cómo el «patético y obsoleto» Ushikawa (nuevo personaje) es contratado para seguir las huellas de Aomame.

Este hilo conductor consistente en unos personajes que se buscan con paciencia o se esperan con anhelo, gira alrededor del libro que Tengo reescribió y que se convirtió en un gran éxito: precisamente La crisálida de aire, de la joven Eriko Fukada, hija del líder asesinado; un volumen que contiene claves de la propia secta que sería peligroso divulgar. Es un recurso de best-seller, pero Murakami consigue mantener el pulso narrativo y, si bien se echa en falta cierta garra en la intriga, la introspección de los protagonistas hace el resto y la trama se sustenta bien, para dicha de los incondicionales de este autor japonés, que ya son legión.

Publicado en La Razón, 6-X-2011

martes, 4 de octubre de 2011

Todos los libros bajo el brazo



En un mundo donde, con un clic, cualquier información aparece al instante y la inmediatez es guía de la cotidianidad, hay que repensar qué función tienen el libro y la lectura en nuestra presurosa ansiedad por obtener sabiduría y entretenimiento cuanto antes. Ya todo está al alcance, aquí y allá, cuando queramos, ya que bajo el hombro llevamos la historia de la literatura metida en un fino artilugio. Hoy, la efervescencia tecnológica. Mañana, la normalidad.

En un estudio sobre este cambio de hábitos culturales, El sexto sentido. La lectura en la era digital (2010), Germán Gullón habló de cómo internet y el móvil «modificaron también las nociones de espacio y de tiempo, de localización y de temporalización. Ya no entramos en vertical, avanzando desde el pasado al presente; irrumpimos en cualquier texto, en cualquier situación horizontalmente, y a través de los enlaces adquirimos la información deseada». En efecto, leemos una obra, y la yema del dedo nos lleva a un diccionario en línea; deseamos conocer lo último de un autor exótico o de un colega próximo, et voilà. (Pronóstico: la biblioteca será un museo de fósiles: ¿habrá que visitar las obras de uno como objetos anacrónicos?)

Pero tal inmediatez ya ni siquiera es nueva. Desde el año 2009, la editorial Paréntesis tomó ese rumbo en el que la tecnología es hermana del arte literario: sus títulos tienen formato e-book desde el primer día, algo significativo dado que en su catálogo se hallan tanto clásicos de la narrativa universal como libros de autores noveles o consolidados. Hoy más empresas se apuntan al carro, e incluso florece la impresión a demanda. El libro en papel, un invento perfecto, persistirá durante siglos, aunque en cantidades más abordables, y si desaparece, no pasa nada: nosotros no podremos leer la fatal noticia.

Publicado en La Razón, 4-X-2011

domingo, 2 de octubre de 2011

Teorías de la no existencia



Todo aquel que alcanza la más alta de las grandezas, es cuestionado tarde o temprano. La idolatría se mezcla con la desconfianza, y el análisis partidista o ideológico llega a borrar las pruebas o el sentido común. Y si hay falta de datos, tanto mejor para la imaginación. El hombre normal y corriente se difumina, y «Shakespeare enamorado» es el «verdadero» poeta, el que se guarda en nuestra memoria visual.

¿Que hay teorías que sostienen que el Bardo era homosexual? Su más reciente biógrafo, Peter Ackroyd, gay él mismo, no se le ocurre insinuar tal cosa, aunque lo define como un «hombre muy sexual», pese a no concretar por qué. Todas las suposiciones al respecto nacen de sus obras. Lo único cierto es que William se casó a los dieciocho años con una mujer ocho mayor que él, y que al poco se fue a buscar fortuna a Londres hacia 1586-87.

¿Que sus obras no fueron escritas por él? Las especulaciones más sonadas son las que atribuyen sus dramas a Francis Bacon o Christopher Marlowe, aunque esto ya no se sostiene. Ahora impera la opinión, entre los anti-stratfordianos, de que fue el poeta y mecenas Edward de Vere, decimoséptimo conde de Oxford, quien escribió algunas piezas (una idea que data de 1920). El caso es una mínima parte de estudiosos defienden esa esperpéntica teoría a partir de la escasez de datos y a la magnitud de una obra tan portentosa, pese a que existen documentos que confirman la publicación de varias obras teatrales y poemas del autor y actor «William Shakespeare». Ackroyd y otros han seguido los pasos del poeta en su pueblo natal, Stratford, y se conocen testimonios de vecinos y familiares que atestiguan quién fue Shakespeare sin duda.

¿Qué opinan sus mayores lectores sobre la autenticidad de sus obras? Para el crítico Harold Bloom, para quien la «bardolatría» o adoración por Shakespeare es una especie de «religión secular», plantearse algo así sería algo necio ninguna duda. Su genialidad partió de un gran pragmatismo: era un lector oportunista que se apresuró a tomar las fuentes necesarias para crear sus obras, por lo que se puede deducir que se trataba de una mente ágil, trabajadora, lúcida como pocas. Fue lo contrario de un excéntrico, un hombre discreto y modesto; las rarezas en torno a su vida y obra cabe encontrarla en las interpretaciones de aquellos ansiosos por quitar la máscara a quien nunca se puso una salvo tal vez encima de un escenario.

Publicado en La Razón, 2-X-2011