lunes, 27 de febrero de 2012

Setenta años del sucidio de Stefan Zweig

Para mi pesar, no encuentro las fotos que tomé de una exposición tan emocionante para mí que la recuerdo como en una nube de dichosa casualidad, de destino bondadoso. Todo fue beatitud aquel día con Germán Gullón en Amsterdam: los paseos por la ciudad, las atenciones de este amigo superlativo e intelectual insuperable, el acogedor frío holandés. Y la magna Biblioteca Openbare, junto al puerto, que aquel día ofrecía un verdadero tesoro de mi escritor predilecto: libros, objetos personales, instantáneas, escrituras y vivencias de Stefan Zweig. No encontrar las fotos de aquel rato hace más misterioso el recuerdo de lo que vi allí y que interpreté como un regalo de mi destino, que había sido tumultoso pero que aquel día me daba una tregua apacible y preciosa. Deseé en aquel momento que nos acompañara Mauricio Wiesenthal, con quien tantas veces había hablado de su adorado Zweig, del cual estos días se celebran los setenta años desde su suicidio. Leo en El País: «El manuscrito, redactado en alemán, fue publicado el miércoles en Internet por la Biblioteca Nacional de Israel. Zweig huyó a Brasil en 1936, tres años después de que los nazis hubiesen tomado el poder en Alemania y dos antes de que invadiesen su país natal. El escritor ingirió un veneno letal con su mujer, Lotte, en la ciudad de Petrópolis, a 66 kilómetros de Río de Janeiro». Ese manuscrito es una nota, que «encabezada con el portugués "declaraçao" (declaración) y luego desarrollada en alemán, Zweig explica que dice adiós a este mundo "de propia voluntad y con la mente clara" y agradece a Brasil su hospitalidad». ¿Pero no fue esa la nota de suicidio que vi aquel fabuloso día en Amsterdam?

jueves, 23 de febrero de 2012

La peor de las angustias




José Antonio Marina, en su Anatomía del miedo (2006), recordaba las palabras de Hobbes: «el día que yo nací, mi madre parió dos gemelos: yo y mi miedo». Ésta es tal vez la frase más afilada sobre un sentimiento que raramente nos abandona, que ha estimulado la supervivencia humana desde la noche de los tiempos y que tiene tantas concomitancias, hasta en nuestro lenguaje coloquial, con la angustia, «lo que significa inconscientemente la compenetración de estas dos experiencias, incluso si los casos límite permiten diferenciarlas con nitidez». Así lo expresa en El miedo en Occidente (siglos XIV-XVIII). Una ciudad sitiada (1978), Jean Delumeau, que entiende la necesidad de diferenciar ambos conceptos, tan imbricados.

A partir justamente de ese paralelismo entre miedo y angustia, el historiador se pregunta sobre las causas de la violencia humana y determinadas reacciones sociales. Apunta que el miedo ha sido desatendido por parte de la historiografía, en contraste con el tratamiento que recibe en los medios de comunicación, la ciencia o las artes. Reconoce, no obstante, que «nada hay más difícil de analizar que el miedo», y a ello se enfrenta en un volumen que estructura en dos grandes secciones: «Los miedos de la mayoría», donde podemos leer un análisis de la omnipresencia del miedo, del comportamiento común en tiempos de la peste, de la relación entre cobardía y heroicidad, y del temor a morir de hambre, por ejemplo; y «La cultura dirigente y el miedo», donde se reúnen los miedos religiosos o la represión de la brujería.

Delumeau demuestra su erudición histórica al poner el acento en cómo desde la Antigüedad se ha destacado la valentía de los héroes, ocultando el oprobio de sentir miedo. Algo que cambió con la Revolución Francesa, cuando los «villanos» protagonizaron «el heroísmo de los humildes». Pues, como se suele decir, el valiente es el que tiene miedo, pero lo vence.

Publicado en La Razón, 23-II-2012

martes, 21 de febrero de 2012

Aperitivo a mi edición de Ramos Sucre

En el último número de la distinguida revista Sibila (nº 38, enero 2012) se publica el prólogo que he preparado para la aparición, en primavera, de la Poesía completa de José Antonio Ramos Sucre (Sevilla, Biblioteca Sibila-Fundación BBVA), más una pequeña antología de poemas que yo mismo he seleccionado. Se trata de un viejo proyecto que va a ver la luz y que me acompañaba desde hace mucho: editar de forma amplia al que es considerado fundador de la poesía moderna venezolana. En la revista, a mi texto le sigue otro de Eugenio Montejo, a quien me presentaron fugazmente a finales de 1998, en un viaje iniciático que realicé a Caracas con motivo de la publicación de mi primer libro. Montejo murió hace cuatro años, y ahora lo recuerdo, afable, junto a mis editores de la por entonces joven y risueña editorial Eclepsidra, en un centro cultural en el que nos encontramos con él por casualidad. El volumen de la Biblioteca Ayacucho que me traje de aquel viaje y que fue el germen de mi idea de publicar a Ramos Sucre se lo debo a José Balza, maravilloso escritor y amigo que convoco en mi prólogo como uno de los mejores intérpretes de este trascendental poeta.

sábado, 18 de febrero de 2012

La mística del alma de Irlanda

“La lucha de Cuchulain con el mar”, “El hombre que soñó con el país de las hadas”, “La canción del errante Aengus”, “A un espectro”… Los poemas que W. B. Yeats consagró a la mitología irlandesa o al mundo de los muertos abundan en toda su obra, desde el poema narrativo «Las errancias de Oisin» (1889), hasta sus «Últimas poesías» (1939). Antonio Rivero Taravillo, que ofreció el año pasado la poesía completa del autor irlandés, señalaba la simbología, las alusiones legendarias y lo feérico en cada uno de sus poemarios, cuya lectura se enriquece en paralelo con esta novedad de Acantilado, que recupera traducciones de los años ochenta de Javier Marías, Alejandro García Reyes y otra actual de Miguel Temprano, y que no incluye, extrañamente, la nota introductoria que Yeats escribió para la edición de 1925.

Tampoco se han conservado las útiles notas a pie que Marías y García Reyes dieron en su día, aunque se ha ampliado oportunamente el glosario de dioses que el narrador madrileño adjuntara a “El crepúsculo celta”, libro aparecido en 1893 pero luego relaborado por Yeats y que, a mi juicio, de todos los que aquí se reúnen, es el de mayor encanto. En él, Yeats camina alrededor de su querido monte Ben Bulben de Sligo para que los campesinos le cuenten historias del “fantasma casero”, que “es por lo general una criatura inofensiva y bienintencionada”, de “la reina de los duendes” –de estos “es peligroso hablar”–y, en suma, de “las criaturas naturales y sobrenaturales del bosque”. La impresión es evidente: “En Irlanda este mundo y el mundo al que vamos después de la muerte no están muy separados” (pág. 111).

Son anécdotas maravillosas del folclore gaélico, que para Yeats tienen la nobleza y hermosura de la más alta de las aristocracias del pensamiento, que tendrán su continuación en “La rosa secreta”, “Historias de Hanrahan el Rojo” y “La rosa alquímica, las tablas de la ley y la adoración de los magos”, todos de 1897. Mención aparte merecería “Per amica silentia lunae” (1917), una joya ensayística donde aparece, en su plenitud, la visión poética del autor dublinés.

Publicado en La Razón, 16-II-2012

jueves, 16 de febrero de 2012

Diálogo para despistar a la muerte



Segunda incursión en el mundo del teatro –la primera fue «The Stonemason», una obra de 1970 pero publicada más tarde–, «El Sunset Limited» es una estupenda pieza que ha tenido un exitoso camino. En 2006 vio la luz en un teatro de Chicago para luego trasladarse a Nueva York; y hace un año se estrenaba como telefilme, dirigido por Tommy Lee Jones y protagonizado por éste y Samuel L. Jackson. Un actor blanco y otro negro para los dos únicos personajes, llamados así, Blanco y Negro, que mantienen un férreo debate de tintes filosóficos, espirituales, religiosos y mundanos en «una habitación de un bloque de pisos de un gueto negro de Nueva York».

McCarthy subtituló la obra «Una novela en forma dramática», algo que esta edición ha omitido. Algunos críticos reprocharon al autor que «El Sunset Limited» estaba pensada en términos novelescos. Extraña conjetura, pues la obra funciona perfectamente a efectos teatrales. El diálogo, vivo, próximo, hace que el lector se mantenga atento hasta el final con la curiosidad de cómo acabará este encuentro de un hombre que ha salvado a otro de suicidarse en el andén del tren Sunset Limited.

El ángel que quería ganarse unas alas, Clarence, apareció para que George Bailey no se tirara al río en la película «Qué bello es vivir». Negro ha hecho lo mismo, y también con argumentos cristianos, puesto que se trata de un ex convicto que practica la evangelización desde que retomara la vida honrada. Vehemente, risueño y curioso, Negro es lo contrario al melancólico Blanco, un profesor maduro para quien todo es desdicha y negatividad. Hay que ser un gran escritor para sostener con brío una de esas situaciones a las que nos tiene tan acostumbrados la escritora Yasmina Reza y cuyo planteamiento es bastante sencillo: personajes que hablan desde miradas diferentes y se acercan y alejan en sus posiciones hasta que todo estalla o todo sigue igual.

«El Sunset Limited» no es sólo un «tour de force» de dos personalidades identificables y un ejercicio literario brillante. McCarthy insinúa una lectura entre líneas: desear o no seguir vivos.


Publicado en La Razón, 16-II-2012

martes, 14 de febrero de 2012

Poesía reunida de Jesús Aguado

El próximo viernes 17 se presenta, en la librería Juan Rulfo de Madrid, a las 19 h, El fugitivo. Poesía reunida (1985-2010), de Jesús Aguado (en Barcelona, el martes que viene, en La Central del Raval). No creo caer en esas hipérboles propias de los medios de comunicación y del marketing si digo que se trata de uno de los volúmenes capitales de nuestra poesía del siglo XXI. Recuerdo cómo algo me ocurría en las entrañas cuando, otro viernes, el 26 de febrero del 2010, sentado azarosamente en el bar de la vieja facultad de filología de Barcelona, leí Heridas (Renacimiento, 2004), o cómo en un autobús me quedé absorto pensando tras cada poema de Verbos (Zut, 2009) el día 16 de marzo del 2010.

Esos días son la fecha de las dedicatorias de los libros. Tras cada encuentro con el poeta, yo, saturniano, devoro a esos hijos salidos de su talento para ver la vida con metáforas incontestables y tiernas honduras. Es en esos poemarios, de piezas breves, contundentes, suaves, sensibles y humanas –en las que el Amor es el centro, la flecha y la diana, en forma de añoranza o celebración–, donde encuentro al mejor Jesús Aguado. Pero es una elección personal, pues este escritor domina, como dice muy bien Vicente Luis Mora en el prólogo, la “poesía amorosa, filosófica, lumpen, meditativa, racional, irracional, para niños, firmada, falsaria, en verso libre, en verso rimado, en haiku, en prosa”.

Este todoterreno, experto en cultura hindú, presenta una bibliografía tan extensa como heterogénea: traductor reciente de Ambrose Bierce (El club de los parricidas, Ediciones Traspiés, 2011) y de tantos otros autores en lengua inglesa, editor exquisito de grandes poetas y amigos como Rafael Pérez Estrada (Un plural infinito. Antología poética, Fundación José Manuel Lara, 2011), prologuista de tantas ediciones, articulista (véase el Diccionario de símbolos, Paréntesis, 2010), cronista de viajes, diarista indio en La astucia del vacío (DVD Ediciones, 2010), autor del bestiario Animal poesía (Asociación Cultural Crecida, 2011) y poeta filosófico en Hormigas en el cielo (Torre de Gálata, 2011). Sólo son unos pocos títulos de una obra que ahora alcanza su cénit al reunirse poéticamente. Para que algo nos suceda en nuestras entrañas.

sábado, 11 de febrero de 2012

El realismo narrativo: siempre con comillas





Tengo la satisfacción de publicar, en la fabulosa Clarín (núm. 97), un largo ensayo donde doy continuidad a otro aparecido meses atrás en la misma revista, sobre el mismo asunto; esta vez, se titula “El realismo narrativo: siempre con comillas", el cual se puede leer AQUÍ. En él abordo la relación entre lo fantástico y lo realista en la prosa de ficción, “el narrador y la contemporaneidad”, la “narrativa periodística y biográfica” y “la heterogeneidad del realismo narrativo moderno”. Gracias, como siempre, a José Luis García Martín, y a su amable equipo, por darle cobijo a esas reflexiones mías.

jueves, 9 de febrero de 2012

El judío sospechoso




Héroe o villano. Así es como fue tratado el industrial judío Mordechai Chaim Rumkowski, director de un orfanato y amo y señor del gueto de Lódz, ya en el tiempo que le tocó vivir; para unos, era el defensor de sus conciudadanos ante las exigencias de los nazis, que habían ocupado esta ciudad del centro de Polonia en 1939; para otros, un siervo más de los nacionalsocialistas que sólo quería acumular poder con la excusa de impedir las deportaciones de judíos a los campos de exterminio. «Su único logro hasta la fecha: haber vendido a su propia gente en tiempo récord, y haber robado o hecho desaparecer todas sus pertenencias. Y aun así, ¡un cuarto de millón de personas lo admiran como a un dios!» (pág. 141), dice el diario de una mujer que no puede concebir que un hombre denigre a los suyos «para encumbrarse a sí mismo».

He aquí el mayor mérito de esta novela de Steve Sem-Sandberg: documentar con precisión toda la historia de un gueto que fue modélico, pues a ello se empeñó Rumkowski –líder del Judenrat o consejo de gobierno del gueto–, por su organización y eficacia. La hambruna, los suicidios, las epidemias, todas las desdichas descomunales que padecieron los doscientos mil habitantes del gueto, más las pequeñas distracciones familiares en el interior de los hogares judíos, es llevado con consistencia al papel, en traducción de Caterina Pascual, y así, conocemos el sueño del Presidente: hacer del gueto un protectorado anexionado al Reich alemán, «un Estado judío libre bajo soberanía alemana, donde la libertad habría sido ganada honestamente al precio del trabajo duro». Mera utopía.

El autor nos dice que la novela sigue lo que cuenta la «Crónica del gueto», un documento de más de tres mil páginas que fue escrito por unos cuantos empleados del Archivo de la ciudad. Por eso el libro nos da un sabor contradictorio: es admirable cómo Sem-Sandberg ha usado toda la información que estuvo a su alcance, pero como artefacto literario carece de la suficiente garra; la recreación de los hechos suplanta la del alma de los personajes, y lo periodístico se antepone a lo creativo. Rumkowski, que intentó convencer a la población, con su discurso «Dadme a vuestros hijos», de que la deportación de niños, ancianos y enfermos en 1942 iba a ser útil para salvar otras vidas, vería su fin en una cámara de gas de Birkenau dos años después.

Publicado en La Razón, 9-II-2012

martes, 7 de febrero de 2012

Sartre, aquel donjuán bizco, feo y bajito




De 1970 a 1974, John Gerassi, hijo del pintor y activista político Fernando Gerassi, a su vez íntimo amigo de Jean-Paul Sartre, propuso a éste una serie de encuentros pensados para nutrir la biografía del filósofo que estaba pergeñando. El material acumulado le serviría para su libro Jean-Paul Sartre: Hated Conscience of His Century (1989), pero aquellas grabaciones que dieron lugar a dos mil páginas transcritas no se quedaron guardadas; un buen día, este periodista y profesor universitario –amén de «un animal político, un internacionalista y sobre todo un defensor del Tercer Mundo», como se autodefine en el prefacio–, decidió editarlas en Yale University, hace tres años.

En ellas, diría que tiene tanta relevancia Sartre como el propio Gerassi, lo cual resulta más estimulante que si fueran meras entrevistas. Ambos tratan la Guerra Civil española, en la que participó el pintor, la Ocupación alemana, el Mayo del 68, la política de De Gaulle, tan odiado por el autor de El ser y la nada, las amistades literarias y, por supuesto, las mujeres. No en vano, Sartre disfrutó de la compañía de Simone de Beauvoir, «Castor», como la apodaban, y de muchas amantes pese a ser, como reconoce él mismo, bizco, feo y bajito.

Esta vida íntima, la infancia y los viajes, novelas como Los caminos de la libertad, de la que ambos personajes citan una frase hasta la saciedad –«No se combate el fascismo porque se vaya a ganar. Se combate el fascismo porque es fascista»–, surgen de forma repetitiva pero palpitante, rica en reflexiones y tan erudita como mundana.


Publicado en La Razón, 2-II-2012

domingo, 5 de febrero de 2012

¿Por qué se arruinó Scott Fiztgerald?



Puede resultar extraño que, en los años veinte, un joven tuviera dificultad para llegar a fin de mes ganando más de treinta mil dólares al año; que disfrutara de una vida ampulosa y «chic» pero que no le cuadraran los números. Ese hombre se llamó Francis Scott Fitzgerald y tuvo la feliz ocurrencia de poner por escrito ese dilema monetario en un texto sensacional en 1924, «Cómo sobrevivir con 36.000 dólares al año», y al que le seguiría una secuela, «Cómo sobrevivir con casi nada al año», de no tanta calidad pero igualmente sorprendente. Ambos textos los ha recogido en un precioso minilibro la editorial Gallo Nero, que ha añadido un artículo de William J. Quirk, «La declaración de la renta de F. Scott Fitzgerald», encargado en su momento por un amigo y biógrafo del escritor, Matthew J. Bruccoli, que había conservado los papeles de la vida laboral del narrador, de 1919 a 1940.

«Mi mujer y yo nos casamos en Nueva York en la primavera de 1920, durante la época en que los precios alcanzaron las cotas más altas que jamás haya conocido la humanidad», dice el autor de «El gran Gatsby»: «Acababa de recibir un cheque importante del cine y me sentía un tanto condescendiente con los millonarios que recorrían la Quinta Avenida en sus limusinas: y es que a mis ingresos les había dado por duplicarse todos los meses». Fitzgerald cuenta cómo pasó de no recibir casi un centavo por sus escritos a ser rico, a gozar de una existencia lujosa, pues, lejos de plantearse ahorrar, un desenfadado optimismo les llevó a él y a su mujer Zelda a hospedarse en el hotel más caro de Manhattan. Allí empiezan los problemas para estos «nuevos ricos», como se llaman a sí mismos, meticulosamente expuestos por el escritor con ironía, dado que a los tres meses no les queda un dólar. La pareja asistirá, incrédula, a cómo la falta de previsión, por un lado, y el deseo de seguir yendo al teatro, comer en restaurantes y viajar, por el otro, son difícilmente compatibles. Por ello, verán atónitos que los 36.000 dólares «no habían dado para nada» y acabarán por mudarse a Francia tras recibir la noticia de que allí la vida es más asequible (asunto que se explica en el segundo de los textos).

Su traductora, Julia Osuna, dice que «pocos son los autores que han logrado plasmar tan bien la impotencia cómica del nuevo rico en nuestra sociedad cambiante»; algo en lo que estará de acuerdo su colega Yolanda Morató, que se ha encargado de traducir y prologar para la editorial Zut «Mi ciudad perdida. Ensayos autobiográficos», una colección de diecisiete artículos que Fitzgerald deseó ver agrupados sin éxito, pues su editor, Max Perkins, no lo consideró oportuno en aquellos años treinta en que recibió la propuesta.

El libro incluye los dos artículos sobre «Cómo sobrevivir…» y algunos otros en los que, al decir de Morató, siguen «las alusiones al dinero en todas sus dimensiones: desde salpicadas referencias a la fiebre del oro hasta reflexiones sobre la conveniencia de los bonos bancarios y los libros de contabilidad domésticos». El relieve crematístico de la vida queda expuesto por los tres primeros artículos, tan divertidos: «Quién es quién y por qué», donde Fitzgerald cuenta cómo vendió sus primeros relatos; «Princeton», en el que da cuenta de cómo los ricos dan la impresión de vulnerabilidad cuando dice: «En beneficio de los inspectores de recaudación de impuestos se me puede herir con mayor facilidad en la cuenta corriente».

Mención aparte merecen dos textos, «Una breve autobiografía», en realidad una catalogación de años en los que bebió champán, vino y diversos cócteles, y «Acompañen al señor y a la señora Fitzgerald a la número…», en el que reseña sus estancias en los hoteles en donde estuvieron alojados. Estos artículos (Morató adjunta la cantidad que percibió por cada uno: 50 dólares el más barato, 1.500 el más caro), junto con el que da título al libro, «Mi ciudad perdida», sobre sus idas y venidas de Nueva York, y varios otros de gran valor humorístico y vivencial se completan con «Ecos de la era del jazz», donde el escritor expresa su nostalgia por una época que le había dado «más dinero del que jamás hubiera soñado».

Publicado en La Razón, 5-II-2012

sábado, 4 de febrero de 2012

Entrevista capotiana a Miguel Brieva



En 1972, el escritor estadounidense Truman Capote (1924-1984) publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama 1999), y en él el autor de A sangre fría se entrevistaba a sí mismo con especial astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Miguel Brieva.


Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Puf, es jodido decantarse, pero creo que si no tuviera otra opción eligiría el planeta Tierra. Sé que es duro, pero estoy dispuesto a renunciar a ir a la Luna o a Marte, por ejemplo.
¿Prefiere los animales a la gente?
Los animales son sin duda más discretos, elegantes y civilizados, pero... qué leches, a la gente también se le acaba cogiendo cariño.
¿Es usted cruel?
Espero no serlo. Cuando menos en la cercanía, porque a gran escala, estructuralmente, todos participamos de una crueldad inenarrable sin apenas ser conscientes de ello. Es en esa dimensión en donde tiene verdadero mérito hacer lo posible por ser menos cruel.
¿Tiene muchos amigos?

Unos cuantos. Es una de las cosas que más merece la pena cultivar en este mundo, sin menoscabo alguno para los melones, las patatas o las chirimoyas.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Que lo sean. Luego ya cada uno aporta sus virtudes y sus torpezas.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
Casi nunca.
¿Es usted una persona sincera?
Eso se trata. Aunque si tengo que mentirle a alguien para que crea que el insípido bizcocho que ha horneado y al que me ha invitado está bueno, no dudo en hacerlo.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
No haciendo nada.
¿Qué le da más miedo?
La estupidez, esa posibilidad siempre existente de sumergirse en el vacío sin venir a cuento.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?

Una infinidad de cosas, como a cualquiera, aunque mucho más práctico que escandalizarse ante algo es tratar de comprenderlo. Frente al libro de ¡Indignaos!, yo escribiría otro libro aún más urgente que se titulara Dignaos.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Probablemente hubiera sido profesor, aunque también ese, como cualquier otro trabajo humano, puede y debiera ser profundamente creativo.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Bicicleta, fútbol, mirar por el balcón, tipo abuelo, pero con la equipación al completo del Recreativo de Huelva.
¿Sabe cocinar?
Sé hacer lo que hacía mi abuela: cocinar pocos platos que, sin embargo, por mera repetición, acaban saliendo razonablemente apetitosos.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
Sería más estimulante y original escribir artículos sobre gente olvidable, ¿no?. Aunque bueno, bien pensado, eso es ya lo que hacen 24 horas al día los medios de comunicación. Mala idea, pues. Entonces, volviendo a la categoría inolvidable, escribiría sobre Chicho Sánchez Ferlosio.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Mañana. En la soterrada confianza de que al día siguiente volverá a amanecer de nuevo reposa toda nuestra percepción del universo.
¿Y la más peligrosa?
Plusvalor. O tal vez Dios. Aunque ahora que lo pienso, no parece haber gran diferencia entre ellas.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
No. Con todo, en ocasiones, ante la debacle cotidiana, uno tiende a pensar que tal vez la desaparición calculada y al unísono de 2 o 3 millones de personas (personas concretas) podría desatascar ligeramente nuestra evolución como especie. Pero claro, sumado a lo irrealizable de dicha aspiración, ni siquiera tenemos la certeza de que ésta sea verdaderamente una solución. A menudo el quid del problema reside en la propia estructura -en la jerarquía misma- y no tanto en los individuos. No obstante, a veces es lícito, y hasta muy necesario, recrearse con esta fantasía.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
El cajonismo. Es decir, la corriente ideológica que aboga por las cosas que son de cajón. También soy un poco Dudalista, es decir, los que sólo le tienen fe a la duda.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Indio nambiquara. Levi Strauss describe así a esta tribu, allá por 1936: “Las parejas se estrechan como en la nostalgia de una unidad perdida; las caricias no se interrumpen al paso del extranjero. En todos se adivina una inmensa gentileza, una profunda apatía, una ingenua y encantadora satisfacción animal y, uniendo esos sentimientos diversos, algo así como la expresión más conmovedora y más verídica de la ternura humana”. (... ) “Yo había buscado una sociedad reducida a su más simple expresión. La de los nambiquara lo era hasta el punto de que allí sólo se encontraban hombres”.
¿Cuáles son sus vicios principales?
Exceso de autoconciencia. Ello me impide vestirme más a menudo de corista del Moulin Rouge e ir de esta guisa a comprar el pan.
¿Y sus virtudes?
Puedo sostener un arsenal nuclear con la punta de la nariz mientras me lavo los dientes, aunque sólo el primer martes de cada mes.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Una repetición de esas ultralentas que se ven ahora en las retransmisiones deportivas. El disparo de un penalti, por ejemplo, y que fuera tan exasperantemente lenta que nunca llegara el balón hasta el portero, de tal modo que estas últimas imágenes en mi mente agónica se confundieran prácticamente con la eternidad.

T. M.

jueves, 2 de febrero de 2012

Mowgli en Francia




Cada obra de T. C. Boyle constituye una sorpresa, un desafío de tiempos y espacios narrativos diferentes. En «Música acuática» recreó las peripecias del explorador escocés Mungo Park, que descubrió el curso del río Níger a finales del siglo XVIII; en «El fin del mundo» combinó la época de los colonos, los años cuarenta y los sesenta en la cuenca del Hudson; en su reciente «The women» biografía la vida amorosa de Frank Lloyd Wright en los veinte y treinta. En «The inner circle», su protagonista fue el sexólogo Alfred Kinsey, y en «El balneario de Battle Creek», el inventor de los «corn flakes», J. H. Kellog. ¿Estamos pues ante un escritor de novela histórica? Sí y no.

Sí por cuanto le interesan épocas variadas –el ecologismo en 1970 en «Drop City»; el inicio del siglo XX en «Riven Rock», con el constructor de la segadora–, y no por cuanto tal cosa sólo es una excusa para algo mayor: «Me interesa utilizar alguna cosa extraña del pasado para reflexionar sobre el presente. No me interesa la novela histórica tradicional (cómo olía y qué comía Benjamin Franklin). Intentar reproducir fielmente lo que se hacía o decía en una época determinada simplemente no funciona», según sus propias palabras. Muy habitualmente recurre al humor, como en las novelas mencionadas; aunque no en el caso que nos ocupa, esta «nouvelle» perfecta que Boyle publicó en el año 2010 junto con trece cuentos más. «El pequeño salvaje» narra la historia del que llamaron Victor de Aveyron, un niño al que abandonaron en un bosque de Francia, tras intentar degollarlo, y que fue hallado en 1798.

Fue un acontecimiento colosal en Francia –reflejado muy bien por François Truffaut en su película de 1969– que cuestionó la idea del «buen salvaje» y que Boyle presenta así: «¿Nacía el hombre como una tábula rasa, inculto y sin ideas, listo para que las sociedad escribiera en él sus normas, susceptible de ser educado, mejorable? ¿O, por el contrario, era la sociedad una influencia corruptora, como suponía Rousseau, antes bien que la base fundamental de todas las cosas, buenas y malas?» (pág. 61).

Pero, más allá de los detalles reales de aquel caso, hay que fijarse en la dedicación del joven médico Itard, que estudia y educa al muchacho sin descanso para contestar a esa pregunta hasta que no puede más. Ése y el resto de los personajes –como el ama de llaves–, magistralmente desarrollados por Boyle, nos regalan una historia tristísima, conmovedora, inolvidable.

Publicado en La Razón, 2-II-2012