Para mi pesar, no encuentro las fotos que tomé de una exposición tan emocionante para mí que la recuerdo como en una nube de dichosa casualidad, de destino bondadoso. Todo fue beatitud aquel día con Germán Gullón en Amsterdam: los paseos por la ciudad, las atenciones de este amigo superlativo e intelectual insuperable, el acogedor frío holandés. Y la magna Biblioteca Openbare, junto al puerto, que aquel día ofrecía un verdadero tesoro de mi escritor predilecto: libros, objetos personales, instantáneas, escrituras y vivencias de Stefan Zweig. No encontrar las fotos de aquel rato hace más misterioso el recuerdo de lo que vi allí y que interpreté como un regalo de mi destino, que había sido tumultoso pero que aquel día me daba una tregua apacible y preciosa. Deseé en aquel momento que nos acompañara Mauricio Wiesenthal, con quien tantas veces había hablado de su adorado Zweig, del cual estos días se celebran los setenta años desde su suicidio. Leo en El País: «El manuscrito, redactado en alemán, fue publicado el miércoles en Internet por la Biblioteca Nacional de Israel. Zweig huyó a Brasil en 1936, tres años después de que los nazis hubiesen tomado el poder en Alemania y dos antes de que invadiesen su país natal. El escritor ingirió un veneno letal con su mujer, Lotte, en la ciudad de Petrópolis, a 66 kilómetros de Río de Janeiro». Ese manuscrito es una nota, que «encabezada con el portugués "declaraçao" (declaración) y luego desarrollada en alemán, Zweig explica que dice adiós a este mundo "de propia voluntad y con la mente clara" y agradece a Brasil su hospitalidad». ¿Pero no fue esa la nota de suicidio que vi aquel fabuloso día en Amsterdam?
lunes, 27 de febrero de 2012
Setenta años del sucidio de Stefan Zweig
jueves, 23 de febrero de 2012
La peor de las angustias
martes, 21 de febrero de 2012
Aperitivo a mi edición de Ramos Sucre
En el último número de la distinguida revista Sibila (nº 38, enero 2012) se publica el prólogo que he preparado para la aparición, en primavera, de la Poesía completa de José Antonio Ramos Sucre (Sevilla, Biblioteca Sibila-Fundación BBVA), más una pequeña antología de poemas que yo mismo he seleccionado. Se trata de un viejo proyecto que va a ver la luz y que me acompañaba desde hace mucho: editar de forma amplia al que es considerado fundador de la poesía moderna venezolana. En la revista, a mi texto le sigue otro de Eugenio Montejo, a quien me presentaron fugazmente a finales de 1998, en un viaje iniciático que realicé a Caracas con motivo de la publicación de mi primer libro. Montejo murió hace cuatro años, y ahora lo recuerdo, afable, junto a mis editores de la por entonces joven y risueña editorial Eclepsidra, en un centro cultural en el que nos encontramos con él por casualidad. El volumen de la Biblioteca Ayacucho que me traje de aquel viaje y que fue el germen de mi idea de publicar a Ramos Sucre se lo debo a José Balza, maravilloso escritor y amigo que convoco en mi prólogo como uno de los mejores intérpretes de este trascendental poeta.
sábado, 18 de febrero de 2012
La mística del alma de Irlanda
“La lucha de Cuchulain con el mar”, “El hombre que soñó con el país de las hadas”, “La canción del errante Aengus”, “A un espectro”… Los poemas que W. B. Yeats consagró a la mitología irlandesa o al mundo de los muertos abundan en toda su obra, desde el poema narrativo «Las errancias de Oisin» (1889), hasta sus «Últimas poesías» (1939). Antonio Rivero Taravillo, que ofreció el año pasado la poesía completa del autor irlandés, señalaba la simbología, las alusiones legendarias y lo feérico en cada uno de sus poemarios, cuya lectura se enriquece en paralelo con esta novedad de Acantilado, que recupera traducciones de los años ochenta de Javier Marías, Alejandro García Reyes y otra actual de Miguel Temprano, y que no incluye, extrañamente, la nota introductoria que Yeats escribió para la edición de 1925.
Tampoco se han conservado las útiles notas a pie que Marías y García Reyes dieron en su día, aunque se ha ampliado oportunamente el glosario de dioses que el narrador madrileño adjuntara a “El crepúsculo celta”, libro aparecido en 1893 pero luego relaborado por Yeats y que, a mi juicio, de todos los que aquí se reúnen, es el de mayor encanto. En él, Yeats camina alrededor de su querido monte Ben Bulben de Sligo para que los campesinos le cuenten historias del “fantasma casero”, que “es por lo general una criatura inofensiva y bienintencionada”, de “la reina de los duendes” –de estos “es peligroso hablar”–y, en suma, de “las criaturas naturales y sobrenaturales del bosque”. La impresión es evidente: “En Irlanda este mundo y el mundo al que vamos después de la muerte no están muy separados” (pág. 111).
Son anécdotas maravillosas del folclore gaélico, que para Yeats tienen la nobleza y hermosura de la más alta de las aristocracias del pensamiento, que tendrán su continuación en “La rosa secreta”, “Historias de Hanrahan el Rojo” y “La rosa alquímica, las tablas de la ley y la adoración de los magos”, todos de 1897. Mención aparte merecería “Per amica silentia lunae” (1917), una joya ensayística donde aparece, en su plenitud, la visión poética del autor dublinés.
Publicado en La Razón, 16-II-2012
jueves, 16 de febrero de 2012
Diálogo para despistar a la muerte
martes, 14 de febrero de 2012
Poesía reunida de Jesús Aguado
El próximo viernes 17 se presenta, en la librería Juan Rulfo de Madrid, a las 19 h, El fugitivo. Poesía reunida (1985-2010), de Jesús Aguado (en Barcelona, el martes que viene, en La Central del Raval). No creo caer en esas hipérboles propias de los medios de comunicación y del marketing si digo que se trata de uno de los volúmenes capitales de nuestra poesía del siglo XXI. Recuerdo cómo algo me ocurría en las entrañas cuando, otro viernes, el 26 de febrero del 2010, sentado azarosamente en el bar de la vieja facultad de filología de Barcelona, leí Heridas (Renacimiento, 2004), o cómo en un autobús me quedé absorto pensando tras cada poema de Verbos (Zut, 2009) el día 16 de marzo del 2010.
Esos días son la fecha de las dedicatorias de los libros. Tras cada encuentro con el poeta, yo, saturniano, devoro a esos hijos salidos de su talento para ver la vida con metáforas incontestables y tiernas honduras. Es en esos poemarios, de piezas breves, contundentes, suaves, sensibles y humanas –en las que el Amor es el centro, la flecha y la diana, en forma de añoranza o celebración–, donde encuentro al mejor Jesús Aguado. Pero es una elección personal, pues este escritor domina, como dice muy bien Vicente Luis Mora en el prólogo, la “poesía amorosa, filosófica, lumpen, meditativa, racional, irracional, para niños, firmada, falsaria, en verso libre, en verso rimado, en haiku, en prosa”.
Este todoterreno, experto en cultura hindú, presenta una bibliografía tan extensa como heterogénea: traductor reciente de Ambrose Bierce (El club de los parricidas, Ediciones Traspiés, 2011) y de tantos otros autores en lengua inglesa, editor exquisito de grandes poetas y amigos como Rafael Pérez Estrada (Un plural infinito. Antología poética, Fundación José Manuel Lara, 2011), prologuista de tantas ediciones, articulista (véase el Diccionario de símbolos, Paréntesis, 2010), cronista de viajes, diarista indio en La astucia del vacío (DVD Ediciones, 2010), autor del bestiario Animal poesía (Asociación Cultural Crecida, 2011) y poeta filosófico en Hormigas en el cielo (Torre de Gálata, 2011). Sólo son unos pocos títulos de una obra que ahora alcanza su cénit al reunirse poéticamente. Para que algo nos suceda en nuestras entrañas.
sábado, 11 de febrero de 2012
El realismo narrativo: siempre con comillas
jueves, 9 de febrero de 2012
El judío sospechoso
martes, 7 de febrero de 2012
Sartre, aquel donjuán bizco, feo y bajito
domingo, 5 de febrero de 2012
¿Por qué se arruinó Scott Fiztgerald?
sábado, 4 de febrero de 2012
Entrevista capotiana a Miguel Brieva
Puf, es jodido decantarse, pero creo que si no tuviera otra opción eligiría el planeta Tierra. Sé que es duro, pero estoy dispuesto a renunciar a ir a la Luna o a Marte, por ejemplo.
¿Prefiere los animales a la gente?
Los animales son sin duda más discretos, elegantes y civilizados, pero... qué leches, a la gente también se le acaba cogiendo cariño.
¿Es usted cruel?
Espero no serlo. Cuando menos en la cercanía, porque a gran escala, estructuralmente, todos participamos de una crueldad inenarrable sin apenas ser conscientes de ello. Es en esa dimensión en donde tiene verdadero mérito hacer lo posible por ser menos cruel.
¿Tiene muchos amigos?
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Que lo sean. Luego ya cada uno aporta sus virtudes y sus torpezas.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
Casi nunca.
¿Es usted una persona sincera?
Eso se trata. Aunque si tengo que mentirle a alguien para que crea que el insípido bizcocho que ha horneado y al que me ha invitado está bueno, no dudo en hacerlo.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
No haciendo nada.
¿Qué le da más miedo?
La estupidez, esa posibilidad siempre existente de sumergirse en el vacío sin venir a cuento.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Probablemente hubiera sido profesor, aunque también ese, como cualquier otro trabajo humano, puede y debiera ser profundamente creativo.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Bicicleta, fútbol, mirar por el balcón, tipo abuelo, pero con la equipación al completo del Recreativo de Huelva.
¿Sabe cocinar?
Sé hacer lo que hacía mi abuela: cocinar pocos platos que, sin embargo, por mera repetición, acaban saliendo razonablemente apetitosos.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
Sería más estimulante y original escribir artículos sobre gente olvidable, ¿no?. Aunque bueno, bien pensado, eso es ya lo que hacen 24 horas al día los medios de comunicación. Mala idea, pues. Entonces, volviendo a la categoría inolvidable, escribiría sobre Chicho Sánchez Ferlosio.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Mañana. En la soterrada confianza de que al día siguiente volverá a amanecer de nuevo reposa toda nuestra percepción del universo.
¿Y la más peligrosa?
Plusvalor. O tal vez Dios. Aunque ahora que lo pienso, no parece haber gran diferencia entre ellas.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
No. Con todo, en ocasiones, ante la debacle cotidiana, uno tiende a pensar que tal vez la desaparición calculada y al unísono de 2 o 3 millones de personas (personas concretas) podría desatascar ligeramente nuestra evolución como especie. Pero claro, sumado a lo irrealizable de dicha aspiración, ni siquiera tenemos la certeza de que ésta sea verdaderamente una solución. A menudo el quid del problema reside en la propia estructura -en la jerarquía misma- y no tanto en los individuos. No obstante, a veces es lícito, y hasta muy necesario, recrearse con esta fantasía.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
El cajonismo. Es decir, la corriente ideológica que aboga por las cosas que son de cajón. También soy un poco Dudalista, es decir, los que sólo le tienen fe a la duda.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Indio nambiquara. Levi Strauss describe así a esta tribu, allá por 1936: “Las parejas se estrechan como en la nostalgia de una unidad perdida; las caricias no se interrumpen al paso del extranjero. En todos se adivina una inmensa gentileza, una profunda apatía, una ingenua y encantadora satisfacción animal y, uniendo esos sentimientos diversos, algo así como la expresión más conmovedora y más verídica de la ternura humana”. (... ) “Yo había buscado una sociedad reducida a su más simple expresión. La de los nambiquara lo era hasta el punto de que allí sólo se encontraban hombres”.
¿Cuáles son sus vicios principales?
Exceso de autoconciencia. Ello me impide vestirme más a menudo de corista del Moulin Rouge e ir de esta guisa a comprar el pan.
¿Y sus virtudes?
Puedo sostener un arsenal nuclear con la punta de la nariz mientras me lavo los dientes, aunque sólo el primer martes de cada mes.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Una repetición de esas ultralentas que se ven ahora en las retransmisiones deportivas. El disparo de un penalti, por ejemplo, y que fuera tan exasperantemente lenta que nunca llegara el balón hasta el portero, de tal modo que estas últimas imágenes en mi mente agónica se confundieran prácticamente con la eternidad.
jueves, 2 de febrero de 2012
Mowgli en Francia
Sí por cuanto le interesan épocas variadas –el ecologismo en 1970 en «Drop City»; el inicio del siglo XX en «Riven Rock», con el constructor de la segadora–, y no por cuanto tal cosa sólo es una excusa para algo mayor: «Me interesa utilizar alguna cosa extraña del pasado para reflexionar sobre el presente. No me interesa la novela histórica tradicional (cómo olía y qué comía Benjamin Franklin). Intentar reproducir fielmente lo que se hacía o decía en una época determinada simplemente no funciona», según sus propias palabras. Muy habitualmente recurre al humor, como en las novelas mencionadas; aunque no en el caso que nos ocupa, esta «nouvelle» perfecta que Boyle publicó en el año 2010 junto con trece cuentos más. «El pequeño salvaje» narra la historia del que llamaron Victor de Aveyron, un niño al que abandonaron en un bosque de Francia, tras intentar degollarlo, y que fue hallado en 1798.
Fue un acontecimiento colosal en Francia –reflejado muy bien por François Truffaut en su película de 1969– que cuestionó la idea del «buen salvaje» y que Boyle presenta así: «¿Nacía el hombre como una tábula rasa, inculto y sin ideas, listo para que las sociedad escribiera en él sus normas, susceptible de ser educado, mejorable? ¿O, por el contrario, era la sociedad una influencia corruptora, como suponía Rousseau, antes bien que la base fundamental de todas las cosas, buenas y malas?» (pág. 61).
Pero, más allá de los detalles reales de aquel caso, hay que fijarse en la dedicación del joven médico Itard, que estudia y educa al muchacho sin descanso para contestar a esa pregunta hasta que no puede más. Ése y el resto de los personajes –como el ama de llaves–, magistralmente desarrollados por Boyle, nos regalan una historia tristísima, conmovedora, inolvidable.
Publicado en La Razón, 2-II-2012